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Juan Rubio: «Francisco no tiene prisa en "jubilar"a Rouco»
Director de la revista «Vida Nueva». «El relevo de Madrid tendrá lugar en verano», adelanta este sacerdote y periodista, autor de «El fin de la era Rouco»
Hoy comienza la visita «ad limina» de los obispos españoles al Papa. Será la última en la que el cardenal Antonio María Rouco Varela se presente ante el Santo Padre como presidente de la Conferencia Episcopal. Juan Rubio, como director de «Vida Nueva», revista de referencia en la información religiosa de nuestro país y América Latina, sigue con atención cada uno de sus movimientos. Con su sombrero bien amarrado y la franqueza con la que se enfrenta a las teclas, lo mismo de Word que de Twitter, lo ha reflejado en el «El fin de la era Rouco» (Ediciones Península), donde elabora un perfil del cardenal arzobispo de Madrid, figura clave para entender la Iglesia española en las dos últimas décadas.
-¿Tanto poder ha tenido el cardenal Rouco como algunos plantean?
-No es el cardenal Cisneros. El poder que haya tenido en Madrid ha sido porque se lo han dado. Juan Pablo II, preocupado por que España fuera un laboratorio del laicismo, le dio a él responsabilidades para afrontar este reto. A partir de ahí, ha cumplido con la misión encomendada y ha sabido tejer una buena red de contactos en la Santa Sede que le ha llevado a tener más presencia que Tarancón y Suquía.
-¿Tanto como para ser papable?
-Él nunca se ha preocupado por serlo, y eso que sí se podrían haber dado condiciones para ello. Por un lado, que Juan Pablo II hubiera fallecido antes y no estuviera en la mente de todos el nombre del cardenal Ratzinger. Por otro lado, no ha hecho nunca «lobby» con los cardenales sudamericanos y siempre se ha identificado con los cardenales europeos. Algo que le honra en este sentido es haber sido fiel siempre a sus votos en los cónclaves en los que ha participado.
- ¿Hoy España continúa siendo un laboratorio del laicismo?
- Cuando Juan Pablo II recibe a los obispos españoles en 2005, meses antes de morir, hace una radiografía de estas amenazas, algo en lo que también insistirá Benedicto XVI en su viaje a Santiago y Barcelona. Hoy creo que estamos en una situación en las que las leyes del PSOE no se van a derogar. Además, el PP está trabajando desde lo que yo llamaría «una derecha sin Dios», en tanto que no hay un serio encuentro para abordar los temas entre Mariano Rajoy y la Iglesia.
-Hay quien vive permanentemente obsesionado por «jubilar» a Rouco Varela. Se llegó a decir que dejaría su puesto con la llegada de Francisco al Vaticano...
- Roma confía en él y Bergoglio no tiene ninguna prisa en el relevo de Madrid, porque no hay nada que reprocharle –es más se considera la JMJ como su gran apoteosis–. Tampoco quiere que nadie le «cuele» un candidato inoportuno, quiere escuchar todas las voces. Precisamente resultan interesantes estos días de la visita «ad limina». Según mis cálculos, seguirá hasta verano cuando el cardenal haya dado por concluida su apuesta de nueva evangelización: la Misión Madrid. Así, el nuevo titular tomaría posesión en octubre, lo que podría llevar a terminar la etapa de Rouco habiendo cumplido los 20 años al frente de la archidiócesis.
- Entonces, diferencias con Francisco no hay...
-Ninguna. Tienen caracteres distintos, pero la misma doctrina. Los dos son hombres de Juan Pablo II, por lo que sólo encontramos diferencias de tonos. Precisamente, si algo necesita hoy la Iglesia son esos matices que aportan uno y otro. Por ejemplo, en la manera de conformar las Iglesias. Rouco cree en el presidencialismo dentro de las conferencias episcopales, mientras que Francisco apuesta por las Iglesias locales.
-¿Por qué se le dibuja como una persona fría cuando en las distancias cortas es afable, simpático y bromista?
-Eso nos pasa a todos. Tampoco quiero caer en el tópico de que es serio porque es gallego. Lo que ocurre es que es un intelectual. Es eso lo que hace que pueda parecer algo más distante. Incluso me atreveríaa apuntar que esa imagen procede de algunos colaboradores que han sido más rouquistas que Rouco.
-Desde su experiencia como director de «Vida Nueva», ¿cuáles son los desafíos de la Iglesia española?
-Sin olvidar su pasado, ha de abrirse al futuro con humildad. Aunque España no ha dejado de ser católica, sí ha dejado de influir. De esta manera, tendría que ser más trampolín que butacón. Esto exige que acompañe, como lo está haciendo ya, a la sociedad española ante sus dificultades éticas y económicas. No nos podemos olvidar del desafío de primar la misericordia sobre la ideologización, convocando a la comunión desde arriba. La Iglesia tiene que superar el «síndrome del Cenáculo», que no es otro que el miedo a salir.
-Nos acercamos al primer año de papado de Bergoglio, ¿ve revolución en Francisco?
- Ese término no es justo, el propio Papa utiliza otra palabra que me gusta más: «Restaura». Pero no en el sentido de la restauración decimonónica, sino más bien con la idea de renovar la Iglesia curando las heridas.
-¿Está pisando el acelerador demasiado con las reformas?
-El discernimientojesuítico de Francisco insiste en el diálogo y la oración antes de tomar cualquier decisión. Esto le va a permitir propiciar el gran cambio de la Iglesia, aunque él no lo va a ver. Está creando ese «humus» como lo hizo Juan XXIII con Pablo VI.
-En el libro revela una conversación que mantuvo con Francisco: «Y yo que quería retirarme...».
- Soy de los que piensan que el espíritu del cardenal Martini y las sugerencias del propio Ratzinger fue lo que le «obligaron» a ser Papa. El mismo Benedicto XVI veía que ésta era la mejor solución para los problemas de la Iglesia: nadie curial ni de Italia podía hacer frente a los desafíos. De la misma manera, te puedo decir que el gran consultor de Francisco no es otro que el Papa Emérito.
-¿Se ven más de lo que pensamos?
-No podría ser de otra manera. Benedicto XVI le dejó abierta toda la reforma, con los informes preparados pero sin que se sintiera hipotecado por sus decisiones.
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