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Benedicto XVI
Benedicto XVI, una renuncia escrita a mano
La discreción de Ratzinger hizo que la noticia que cambió el rumbo de la Iglesia no se filtrara
Unos se acercan a la pantalla del ordenador. No es verdad. Hay quien lo lee en Twitter y da por hecho que es otra broma. En la sala del Consistorio, en la segunda planta de los Palacios Apostólicos del Vaticano, algunos tampoco parecían haberse enterado mucho. Entre otras cosas, porque el anuncio fue en latín y no todos los presentes, con solideo o no, lo dominan como para esperar una noticia así. «Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino», dijo Ratzinger en el idioma oficial del Vaticano. Giovanna Chirri, que ya lo esperaba, no pudo contener las lágrimas. «Al oír sus palabras, sentí como si una mano agarrara mi garganta y se hinchara un globo dentro de mi cabeza», explica la primera periodista que le contó al mundo lo sucedido un año después de la renuncia de Benedicto XVI.
«Mi hermano no se arrepiente de la decisión», confesaba el pasado domingo en exclusiva a LA RAZÓN Georg, el hermano del Papa emérito. En los mismos términos se expresó ayer su secretario personal, Georg Gänswein al hacer balance de estos 365 convulsos días. Pero, ¿cómo vivió Benedicto XVI el día de su renuncia? El ahora Papa emérito se levantó tal día como hoy hace un año poco después de las seis de la mañana. A las 6:50 abandonó su habitación para celebrar la eucaristía acompañado de su secretario y su pequeña familia, entre ellas, las laicas consagradas del «Memore Domini». Después se dirigió a su estudio como cualquier otro día. A las 11:41 horas anunció la noticia que cambió el rumbo de la Iglesia. La escribió a mano, la firmó la tarde anterior y al amanecer del día 11 se la entregó a su secretaria, Brigit Wansing para que la custodiara y llegado el momento convirtiera su letra menuda en documento público, según relata «Il Corriere de lla Sera». A partir de ese momento, la secretaría de Estado, con el cardenal Bertone al frente, custodia el texto que comienzan a traducir a varios idiomas. El celo es máximo.
Bien es cierto que la «revolución Francisco» ha hecho que todas las miradas se centren en el Papa que los cardenales fueron a buscar «al fin del mundo» con su lenguaje fresco, su trato directo y su manera de pisar el acelerador de las reformas vaticanas. Sin embargo, no es menos cierto que Bergoglio ha creado el G-8 de la Iglesia Universal, comienza a reordenar la Curia, ajusta las finanzas y se enfrenta con una «tolerancia cero» a los abusos sexuales, porque Ratzinger, como hombre erudito en su trabajo y exquisito en las formas, le dejó en herencia informes elaborados y trabajo adelantado en lo escondido para que, con echarles un vistazo, pudiera comenzar a tomar decisiones. En este sentido, Gänswein está convencido de que la historia dará un juicio distinto de lo que se leía en los últimos años de su pontificado». A los cristianos les ha regalado un hondo legado teológico. Y al Papado, una decisión inédita. Amén de Gregorio XII y Celestino V, es el primer Papa que decide «jubilarse». Sin aspavientos ni crisis de Gobierno. Con una transición ordenada llamada cónclave. Y sentando un precedente. Ya no es necesario morir Papa. Lo ha hecho precisamente aquél al que algunos consideraban un guardián de la ortodoxia y el poder, toma una decisión progresista en tanto que novedosa para la milenaria trayectoria católica. «Fue un gran acto de gobierno realizado con gran profundidad espiritual, gran preparación y gran valentía: es decir, una decisión libre que incide profundamente en la situación y la historia de la Iglesia», analiza el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi.
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