Buenos Aires
Arturo San Agustín: «El Papa Francisco tiene un buen guión»
Arturo San Agustín es autor de «De Benedicto a Francisco: una crónica vaticana» (Fragmenta), en el que cuenta cómo se vivieron en Roma los 37 días que pasaron desde el 11 de febrero, día en el que Benedicto XVI anunció su renuncia, hasta el 19 de marzo, cuando Francisco presidió la misa de inauguración de su pontificado.
–¿Por qué escribió el libro?
–En España ya no se hace crónica en los diarios, tuve que escribir un libro para poder hacerlo. Escribir de religión, además, es condenarte al infierno. A mí el primer Papa que me interesó fue Benedicto XVI y con su renuncia se abrió un momento para la Iglesia de un tremendo interés.
–¿Se atrevería a hacer una crónica de lo que está ocurriendo desde entonces?
–Ahora no. Cuando identifiqué que en el balcón principal de la basílica de San Pedro salía Jorge Mario Bergoglio, a quien había conocido en Argentina años atrás, supe que la cosa iba a ser movida, que la iba a liar, como él mismo dice. Con un personaje de su audacia es difícil hacer pronósticos. Si resulta siempre arriesgado con cualquier persona hacer de profeta, en el caso de Francisco es un suicidio.
–¿Cómo fue ese encuentro con Bergoglio?
–Fui a Argentina durante los años del «corralito» y un colega me dijo que tenía que ir a verle. Lo vi en una ceremonia en la catedral metropolitana de Buenos Aires. Cuando terminó, le pedí una entrevista y me dijo que no; entonces le comenté si podría hacérsela cuando lo eligieran Papa, y me contestó que sí. Pude acompañarle en el metro y fuimos charlando durante una hora. Me impresionó mucho este personaje, que se definía como un jesuita que trabajaba como cardenal. Es curioso, porque una vez que tuve la oportunidad de entrevistar a Anthony Quinn, le pregunté que si el primer Papa latinoamericano iba a ser mexicano y me contestó que no, que sería argentino, pues los argentinos tienen más dominio de la escena.
–¿Qué le llamó la atención de Benedicto?
–Cuando era cardenal, en Ratzinger descubrí a un intelectual de primera talla que no respondía a la imagen que se había creado de él y que decía cosas muy inteligentes. A partir de ser elegido Papa, se hizo más prudente, pero el diálogo entre razón y fe lo tocó como nadie. Supo explicar de manera fácil las cosas difíciles. Ése es su mérito.
–Es sin embargo con Francisco con el que muchos se están volviendo a interesar por la fe. ¿Por qué?
–Francisco sabe comunicar mucho más que Benedicto XVI. Va a lo esencial, que es lo más difícil. Se le entiende. La experiencia de Francisco es la de una persona que cogía el metro de Buenos Aires. Él conoce la vida real. En el metro veía todas las realidades. Para ello hay que tomar el transporte público, sobre todo el metro. Ahí ves a los inmigrantes, lo que la gente lee... Recuerdo que cuando le acompañé decía que le molestaba mucho que algunas personas estuvieran más preocupadas de sus perros que del prójimo. También era muy crítico con la cirugía estética. Bergoglio, como sabe comunicar y conoce la vida real, no dice lo que algunos quieren escuchar, que es de lo que que se quejan sus enemigos, sino que expone los problemas que tenemos la mayoría de los mortales. No estamos acostumbrados a que un Papa diga esas cosas.
–¿Cómo cree que pueden responder esos enemigos a los que se refiere?
–En España veo caras de estupefacción y de asombro en algunos, más en Madrid que en Barcelona. Esas caras no auguran nada bueno para que la cosa siga yendo bien. Lo que entendí cuando hablé con él es que no es tan ingenuo como algunos quieren creer. Algunos lo critican porque improvisa, pero estoy seguro de que él conoce una regla de oro de la radio, que es la de que la mejor improvisación está siempre preparada. Él tiene un buen guión.
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