Apuntes
Urkullu o la pérdida de la comprensión lectora
Así que ya puede Urkullu ponerse en plan sofista y hablar de confederación y derecho a decidir, que como las cosa se ponga marinera corremos el riesgo de reeditar lo de Santoña
Uno lee lo de Urkullu, lo de que el próximo gobierno impulse una «convención constitucional» porque, a su juicio, la Constitución del 78 se quedó a medias y no responde a las necesidades de la actual encrucijada política, y se pregunta si una de las patologías asociadas al nacionalismo no será la pérdida de la comprensión lectora. Porque si algo dejaron claro los padres constituyentes es lo de la indisoluble unidad de la nación española, lo de que la Fuerzas Armadas tienen entre sus misiones la defensa de la integridad territorial de España y el que los españoles, incluso, los castellano-manchegos, son iguales ante la Ley. Así que ya puede Urkullu ponerse en plan sofista y hablar de confederación y derecho a decidir, que como las cosa se ponga marinera corremos el riesgo de reeditar lo de Santoña, por citar el acontecimiento histórico que más urticaria produce al PNV. (Tengo otros, con los industriales vascos y el Caudillo de protagonistas, pero son menos graciosos). Por supuesto, no llegará la sangre al río, que para eso somos una democracia plena y, pese a los gimoteos de Urkullu, aún funciona lo de la separación de poderes y la independencia judicial. Es decir, que nunca hay que descartar la amenaza de banquillo, y si no que se lo pregunten a Trump. Por otra parte, que los nacionalistas huelen sangre se da por descontado. La combinación de la aritmética parlamentaria y la voluntad de permanencia de Pedro Sánchez alimenta ese bucle melancólico que acabó en el 155 catalán y que ya forma parte indisoluble del paisaje de fondo de los españoles, como los miriñaques verbales de García Page, «dame la mano Pedro que nos vamos al barranco». Es decir, que a los populares, con Feijóo o sin él, que el cainismo, más que de bandos, siempre entiende de porción de poder, le va a tocar hacer de oposición los próximos años. Y una oposición a fondo, de esas que hacen plantear a los gubernamentales las típicas acusaciones de «antipatriotismo» y «sabotaje». Medios no faltan. Existe un grupo parlamentario fuerte, el mayor de la Cámara Baja; un Senado con mayoría absoluta, un extenso dominio territorial, tanto autonómico como municipal; una crisis económica en ciernes y una presunta coalición de Gobierno con más de una docena de partidos que se deben a sus parroquias y compiten entre sí cuando tocan urnas. También, una presunta presidencia con un titular que no ganó las elecciones. Con esos mimbres, si Sánchez no saca bandera blanca en dos años, apaga y vámonos.
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