José Jiménez Lozano
Solsticios y otros dioses
Hay valores humanos y perfectamente laicos que la aparición del cristianismo implantó en el mundo, al separar al hombre de la naturaleza de manera radical
El primer día que la Corporación Municipal de una ciudad o una aldea decidió cambiar sus fiestas anuales pongamos por caso, a una fecha del verano para evitar una climatología molesta para estar a la intemperie, se hizo sin duda una elección racional, pero que también significaba que esa decisión se salía de la historia recibida y del sentido de la fiesta, y se entregaba al mero arbitrio.
Por lo pronto, se renunciaba a una vieja tradición racionalizada que había señalado las fiestas en el calendario; y, ciertamente estaban en el verano extremo o principios del otoño, en general, cuando se celebraba el patronazgo de un santo o una advocación de la Virgen María, en relación con la recogida de la cosecha, o una relación histórica de gran importancia, como en el caso de la fiesta de la Virgen del Rosario, el 7 de de octubre, fecha vinculada a la batalla de Lepanto.
Incluso después de la Revolución Francesa, que sustituyó el calendario cristiano por un curioso calendario de propia invención que se llamaría el calendario republicano, porque ambos calendarios siguieron subsistiendo y se hizo la conveniente distinción entre el carácter religioso y el carácter laico de la fiesta, aunque ésta continuaba estando marcada por la historia común. El liberalismo decimonónico había soterrado el lenguaje y la vieja conceptuación del tiempo como Adviento, Navidad, o Pascua, como después se trató de igualmente de sustituir la palabra «padres» por progenitores, y los saludos diarios, para que nada quedara de serio y profundo. Aunque, como señaló Passolini en una ocasión a un camarada de estricta observancia, no podía pretender que él, Passolini, sustituyera en relación con su madre la despedida: «¡Que Dios te bendiga, mamá!» por la de «¡Que el Partido te bendiga!». Aunque, hoy, se trate de hacer algo parecido, cambiando, para los niños, la maravillosa historia de los Reyes Estrelleros que llegan de Oriente por sosias de ellos, en diseños muy precarios.
En medio de este trajín tan divertido, sucede lo del viejo romance que dice: «¡y con tanta polvareda / perdimos a don Beltrán!», aunque realmente lo que hemos perdido en el trajín de los dos últimos siglos durante los cuales se han dado pasos de gigante en muchos planos del conocimiento de la realidad y, por lo tanto, no parecería que tuviésemos que echar de menos el primitivismo religioso del Solsticio de Invierno.
En el plano de la convivencia civil como advirtió en 2016 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos subrayando la feliz circunstancia de que el cristianismo es la única actitud religiosa que diferencia religión y política, y no permite su mezcla, aunque ésta se haya dado en el pasado. Pero esta mezcla de política y religión se da desgraciadamente, sin embargo, en el hecho del carácter ideológico absolutista del Secularismo. Pero es que, además, hay valores humanos y perfectamente laicos que la aparición del cristianismo implantó en el mundo, al separar al hombre de la naturaleza de manera radical.
Así las cosas el hombre no está sujeto a ninguna sacralidad natural, y tampoco a la de los Solsticios, sino que el hombre es historia, y en ella se va conformando el yo de cada cual y las instituciones de la sociedad en razón de una cultura que, un día, en Europa fue cristiana. Y lo que no está claro es que, si esta Europa ya da como superada y sin sentido esta antropología y su visión del mundo y la esperanza que conllevaba, no sólo se verá obligada a desechar también la idea de vida y de persona, sino volver a entrar en el mundo numénico e indiferenciado de la historia natural sin sentido del mal y el bien, lo justo e injusto, la víctima y el verdugo; y se plegaría a la religión sacrificial de un «chivo emisario» que es ofrecido como en las victimaciones económicas del culto a Mamnmón, o a un líder, o el culto de la técnica que suple a la razón, feroces dioses de ahora mismo.
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