Historia
Leopold von Ranke
Nacido en 1795 en Wiehe (Alemania), fue eminente catedrático de la Universidad de Berlín, que a partir de 1834 dirigió la «Historiche Zeitschrift». Tras retirarse de la enseñanza, prácticamente ciego, se dedicó al dictado (1879) de su «Historia Universal», de la que publicó seis volúmenes (1880-1885) antes de su muerte. Su impresionante producción historiográfica, además de la «Historia de los pueblos latinos y germánicos de 1494 a 1514» (1824), «El papado romano, su Iglesia y su Estado en los siglos XVI y XVII» (1834-36), «Historia alemana en la época de la Reforma» (1839-1843) y, con más detenimiento y profundidad, «Sobre las épocas de la historia moderna» (acerca de las lecciones que Von Ranke impartió privadamente al rey Maximiliano de Baviera en 1854), que resultó una prodigiosa síntesis de la historia de Europa sobre puntos críticos que había tratado muchos años antes y suponen un cambio en los conceptos decimonónicos para entrar con profundidad en la modernidad historiográfica, siguiendo la innovación romántica derivada de Goethe, Schleiermacher y Humboldt, en la línea de la consideración de una crítica radical a la historiografía de Hegel, tendente a extraer el plano de las ideas del de los hechos, «tal y como ocurrieron realmente en función de las fuentes documentales».
El proceso histórico no supone para Ranke el producto de una serie temporal de acontecimientos, sino que lo consideró el despliegue de una serie de ideas y fuerzas espirituales, en cuyo origen hay una ley racional que en la historia tiende a realizar un orden moral. Es precisamente aquí, en la relación entre la «idea» y el «acontecimiento histórico» –a diferencia de Hegel– donde se concibe, de modo inmanente, por una parte, la idea anclada en la realidad histórica, no susceptible de una comprensión separada del acontecimiento, ni, por otra parte, en el discernimiento de la historia de comprensión de lo particular fenoménico, sino interpretado como el despliegue de ideas y fuerzas espirituales que imponen un sistema moral.
Así pues, el objeto de la historia no se deja definir ni en un sentido positivista como la suma de simples hechos, ni en un sentido rígido especulativo mediante conceptos universales; su significado más bien debe situarse en una aspiración a lo trascendente. De modo que la obra íntegra de Ranke resulta impregnada de una profunda religiosidad luterana: la historia humana «jeroglífica» de la revelación de Dios, que se manifiesta como un conjunto de épocas, en relación con las ideas expresadas en ellas, cada una tiene su propio valor «inmediatamente frente a Dios».
Así pues, la analítica, término utilizado por Aristóteles para designar la ciencia que a partir de los estoicos recibiría el nombre de lógica, se ocupa de «resolver» los discursos problemáticos de la historia en sus elementos estructurales constitutivos y en sus constituciones formales, con el fin de verificar su validez. De esta manera, cobra sentido el tiempo en cuanto noción, que es uno de los problemas permanentes de la reflexión científica de todas las ciencias humanas y sociales –que la historia lo es en sumo grado– alcanzando puesto eminente en la discusión historiológica filosófica y científica, como sabemos ocurrió desde los orígenes del pensamiento griego se presenta unificado por las especulaciones cosmogónicas, en el sentido de lato –que los historiadores anglosajones consideran de «largo recorrido»– o tiempo largo, que es el concepto que, partiendo de Von Ranke, alcanza su máxima longitud en la expresión a él atribuida, cuando son los historiadores alemanes más modernos como Reinhart Koselleck («Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos»), quienes formulan sobre el tiempo histórico si pueden formularse sobre el tiempo de otra manera las preguntas: ¿tienen distintos tiempos las historias distintas? O Carl E. Schorske, profesor emérito de la Universidad de Princeton («Pensar con la historia»), para comprender el presente. Y, desde luego, Friedrich Meinerke («La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna») quien profundiza en que hacer historia es una intensa tarea vital: reflejar el pasado en la mente recreadora del historiador que es una metáfora procedente del neoplatonismo antiguo: «espejo recreador».