Restringido
Aprender del enemigo
Al inicio de la 2ª Guerra Mundial los británicos perdieron Birmania en pocos meses ante una original ofensiva japonesa. Creían los británicos que las selvas tropicales birmanas eran impenetrables. Sólo existía una conexión con China; si bloqueaban estas pocas carreteras –pensaron ellos– los japoneses se detendrían. Pero los japoneses sí que habían aprendido a operar en la jungla. Rodearon los bloqueos de carretera del General Slim, los atacaron por detrás y Birmania se perdió en poco tiempo lo que permitió a los japoneses llegar a las puertas de la India. Podemos volver a ver la película de «El puente sobre el rio Kwai» –parcialmente ficticia– para revivir el duro precio –real– que pagaron los británicos por la lección y lo que son estas selvas indochinas.
Pasaron unos años, cambió el sesgo de la guerra y los británicos pensaron que había llegado la hora de recuperar Birmania. ¿Y qué se imaginan ustedes que hicieron? Pues exactamente lo mismo que los japoneses habían hecho con ellos: adiestrarse en penetrar en las selvas –incluso durante los monzones– y atacar por detrás a los japoneses. Aquello funcionó y Birmania volvió a manos británicas, a las del anteriormente derrotado y ahora victorioso y ascendido Slim.
Suele ser una buena receta, si el enemigo usa tácticas novedosas con éxito, estudiarlas y adoptarlas. En una palabra, tratar de imitarlas. Desgraciadamente para nosotros, los rusos en Ucrania y los de Dáesh en Mesopotamia están empleando la fuerza militar de una manera más imaginativa que los occidentales.
Los rusos en sus dos intervenciones en Ucrania han utilizado soldados y vehículos sin identificación clara. Han acompañado sus acciones cinéticas con una campaña de desinformación formidable basada en algunas reivindicaciones de ciertos segmentos de la población local. Y mientras actuaban, lo negaban todo. Y encima –recientemente– han distraído la atención estratégica de la OTAN con un despliegue en otro teatro: Siria. La OTAN se basa en un artículo 5 –si atacas a uno, nos atacas a todos– que está redactado en el supuesto de agresiones convencionales, no las híbridas acompañadas de ofensivas cibernéticas y acciones de desinformación masiva. Si llegara el caso, nadie tiene muy claro –por ahora– qué pasaría.
En cuanto a Dáesh, también emplea tácticas híbridas en Mesopotamia mezclando en este caso fuerza militar convencional terrestre con acciones puntuales de terrorismo suicida. Su ofensiva en Oriente Medio viene siendo complementada con acciones puntuales en Europa, Norteamérica o África y contra blancos rusos de oportunidad. Estas acciones están claramente sincronizadas a nivel estratégico con las del teatro principal sirio/iraquí, de tal manera que se incrementan cuando la presión en Mesopotamia aumenta, tratando evidentemente de distraer la atención occidental; muestra pues un claro paralelismo con lo que hace Rusia en otro contexto.
La campaña ideológica yihadista se basa en principios religiosos fundamentalistas arcaicos, pero es materializada a través de modernos soportes de información. Busca una audiencia definida, tratando de aterrorizar a la población civil occidental y a la vez radicalizar a las minorías musulmanas que viven entre nosotros.
En Occidente en general –y en España en particular– estamos anclados en concepciones tradicionales que dedican básicamente la policía a la seguridad interior y los ejércitos a la exterior. Para nuestros adversarios esa diferencia no existe. Ni en su estrategia, ni en sus combatientes. Nosotros tenemos un Código Penal para juzgar los crímenes en el interior de cada nación mientras que las actuaciones de nuestros ejércitos en el exterior están sometidas a otras normativas. Para Dáesh sólo existen una única ley y unos únicos «jueces», los de la sharía.
Nuestra democracia nos empuja a respetar todas las ideologías, pero ante lo que se nos viene encima creo lícito preguntarse ¿también las que intentan destruirla? Los de Dáesh tienen una interpretación delirante y arcaica de su religión para justificar acciones que son bastante modernas, incluso novedosas, aunque no son ellos los que han descubierto el uso del terror indiscriminado como arma de guerra. Desgraciadamente esto tiene una larga tradición que llega hasta nuestros días con la amenaza –entre otras– del uso de las armas nucleares de nuestra destrucción mutua asegurada en caso de utilizarlas.
No abogo por borrar todos los límites entre Policía y Ejército; ni entre el Código Penal y sus tribunales y los correspondientes militares e internacionales; ni limitar la libertad democrática de informar. Tan sólo de coordinarse mejor sin que haya fosos de separación entre ellos. De que el paso de las acciones en el interior a las del exterior sea progresivo y el adecuado a los riesgos de la globalización que tan bien saben aprovechar nuestros adversarios. Aprendamos de nuestros enemigos reales y potenciales, de los que quieren destruir el orden internacional imperante –que no nos ha ido tan mal a los españoles– y nuestro ordenamiento interno para sustituirlo por algo ajeno que nos iba a resultar claramente doloroso. Imagino que el orgullo del General –más tarde Mariscal– Slim sufriría al tener que aprender de los odiados japoneses aunque evidentemente el pragmatismo británico se impuso al final.
También nosotros tendremos que aprender a luchar en la selva si queremos preservar nuestro imperio, el de la libertad. La selva formada por nuestras barreras orgánicas y mentales.