El canto del cuco
Sánchez y Mazón
El sentir general, según los primeros sondeos, es que el que sale peor parado, con mucho, de esta catástrofe es el presidente Sánchez por negarse, entre otras cosas, a asumir el mando de las operaciones y por su célebre fuga de Paiporta dejando al Rey solo ante el peligro
Es pronto para pedir dimisiones por la gestión de la riada que ha asolado Valencia. Antes hay que dar sepultura a los muertos, reconstruir las comunicaciones y volver a hacer habitables los pueblos devastados. Y para eso no sobra nadie. Cada cual debe permanecer en su sitio. Cuando se serenen las aguas y los ánimos, será el momento de ajustar cuentas y exigir responsabilidades políticas y, si es preciso, judiciales. Habrá que estudiar sobre el terreno, en primer lugar, qué falló en las cuencas de los ríos y barrancos para que la crecida fuera tan arrolladora. Habrá que aclarar después quién tuvo la culpa de que se avisara tarde a la población de la avalancha que venía. Por último, habrá que comprobar, con una auditoría neutral, los fallos de coordinación entre el Gobierno español y la Generalidad valenciana a la hora de hacer frente a la catástrofe. Es tal la ramificación de responsabilidades que se antoja una simpleza creer que esto se arregla con la fulminante dimisión de Carlos Mazón y de Pedro Sánchez –dos pájaros, de un tiro–, aunque los dos salen del barro tocados de ala.
El sentir general, según los primeros sondeos, es que el que sale peor parado, con mucho, de esta catástrofe es el presidente Sánchez por negarse, entre otras cosas, a asumir el mando de las operaciones y por su célebre fuga de Paiporta dejando al Rey solo ante el peligro. Tres de cada cuatro votantes del PSOE rechazan su gestión. Los demás electores lo repudian masivamente. Pero tampoco Mazón tiene a partir de ahora un horizonte político despejado. Se negó, en contra del deseo de Feijóo, a ceder el puesto de mando al Gobierno central ante la gravedad de la crisis, y luego no ha sido capaz de ejercer el liderazgo con autoridad; en La Moncloa le han arrebatado el poder de la comunicación –el «relato» de la crisis– mientras el Partido Popular se agazapaba. Puede que la oportunista y destemplada manifestación de la izquierda, nutrida de catalanistas, el domingo le salve de la quema.
Una crisis como esta deja huella profunda en la Albufera y en la política. El restablecimiento de las comunicaciones y la reconstrucción del territorio devastado deben sobreponerse a los ajustes de cuentas y al aprovechamiento electoral; pero las dos cosas, como estamos viendo, son inevitables. Falta tiempo para conocer el resultado. Habrá que observar de cerca a los dos protagonistas del drama, no sin recordarles, por si acaso, el proverbio del valenciano Raimundo Lulio: «Imbécil es el asno que anda muy cargado y que pretende correr».
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