Letras líquidas
¿Qué nos pasó?
Las nuevas formas de comunicación exigen, sin duda, un plus de perfeccionamiento en los filtros, pero siempre con la premisa de la España real
En 2010 el periodista argentino Ernesto Tenembaum escribió un ensayo que llegó a ocupar casi todos los escaparates de las librerías argentinas y que tituló «¿Qué les pasó?». Recogía en aquel relato años de evolución de su país y de las políticas de los Kirchner a través de su propia transformación ideológica. Abrió una reflexión. Como hizo el presidente del Gobierno en sus cinco días de abril o como han podido hacer los militantes socialistas o cargos del partido o responsables de labores ejecutivas o como, quizá, hayamos hecho todos los ciudadanos después de la singularidad institucional atravesada. La perplejidad, dentro y fuera de nuestras fronteras, aún se mantiene por la forma, el fondo y el desenlace: por hacer pública una cuestión íntima no resuelta, por generar incertidumbre nacional y por anunciar, finalmente y como solución, una regeneración democrática. Las mejoras siempre son necesarias. Desde luego. También las ha exigido el líder de la oposición. Pero, en el ámbito de esta reflexión inducida, es importante delimitar con precisión el entorno de pluralismo en el que vivimos, para precisar en qué deben consistir exactamente los avances. Que las «fake news» son un peligro contemporáneo que sacude al mundo occidental y también a nuestro país es una evidencia alertada desde el triunfo del Brexit y es tan cierta como que nuestro Estado de derecho dispone de los mecanismos, equilibrios y balances de los mejores sistemas para frenarlas, conjugando la libertad de expresión y el derecho a la información con el de rectificación, la protección al honor, a la intimidad y a la propia imagen e incluso el recurso a la vía penal a través de los delitos de injurias y calumnias. Las nuevas formas de comunicación exigen, sin duda, un plus de perfeccionamiento en los filtros, pero siempre con la premisa de la España real, porque si se plantean sobre una que no es, el riesgo ya no vendría por los bulos, sino por actitudes censoras y, entonces, solo nos quedaría lamentarnos y preguntarnos: ¿qué nos pasó?
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