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Las correcciones

Lo que nos dice el derrumbamiento de Asad de Oriente Medio

En la era de las autocracias uno de los regímenes más autoritarios y sanguinarios ha implosionado

En la era de los autoritarismos y las autocracias donde sus dirigentes presumen de la fortaleza de su sistema frente la fragilidad de las democracias uno de los regímenes más sanguinarios y brutales, el del clan de Bachar al Asad, se ha desmoronado como un castillo de naipes. Doce días han bastado para que una ofensiva liderada por una antigua escisión de Al Qaeda, Hayat Tahrir al Sham, financiada por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan –uno de los ganadores sin duda de este último movimiento de placas tectónicas en Oriente Medio- haya terminado con medio siglo de sistema de terror.

La distracción de Rusia en la guerra de Ucrania y la debilidad de Irán tras un año y medio de guerra israelí contra sus facciones en Líbano, Siria y Gaza ha jugado un papel determinante en la caída de Bachar al Asad. Pero en el análisis no se pueden obviar los abultados factores internos que indican que el régimen también ha implosionado desde dentro. Igual que ocurrió con la toma de Kabul por parte de los talibanes el 15 de agosto de 2021, ningún analista supo prever la rapidez con la que los rebeldes de HTS iban a controlar Damasco. Los más atrevidos aventuraban que en dos semanas llegarían a la capital y someterían a un asedio al Ejército regular de Asad. No hizo falta. El «rais» sirio abandonó el país árabe que había gobernado como un cortijo –o una mafia calabresa, según prefieran- con el transpondedor del avión apagado para que no fuera descubierto por sus más leales colaboradores. No sabemos si a la base de Latakia viajó escondido en el maletero de un coche (como ha hecho algún que otro dirigente de otras latitudes), en alguno de su finísima colección de alta gama que ha dejado al descubierto la grosera corrupción de su gobierno.

La descomposición del autoritario régimen chií supone además un golpe maestro a las ambiciones geopolíticas del Kremlin.Vladimir Putin supo leer la falta de apetito de Occidente a la hora de intervenir en Oriente Medio cuando la Administración Obama y el Gobierno de Cameron –tras perder una votación en Westminster por la oposición del Partido Laborista, dirigido por esa época por el vacuo Ed Miliband- renunciaron a castigar a Asad por el uso de armas químicas contra su pueblo. Obama había asegurado que un bombardeo de esas proporciones sería visto como el traspaso de una línea roja que desencadenaría la intervención de Estados Unidos y de sus aliados. Asad gaseó Guta en 2013 y nadie hizo nada. En consecuencia, en 2015, Putin lanzó una operación militar en Siria contra el «terrorismo internacional». Su verdadero propósito era apuntalar a su peón en la región y aterrorizar a los sirios para someterlos como intenta hacer ahora en Ucrania. El derrumbamiento de Asad deja en el aire el mantenimiento de sus bases la naval de Tartus y de la aérea en Hmeimim, cerca de Latakia. Rusia podría quedarse sin acceso al Mediterráneo dejando al país más aislado. El terremoto sirio también se ha dejado sentir en Irán. El líder supremo, Ali Jamenei, se ha apresurado a decir que todo sigue igual, pero eso es un síntoma claro del miedo que tienen a que todo cambie. A riesgo de equivocarme, no creo que la adhesión íntima de los iraníes al régimen de los ayatolás sea mucho mayor a la de los sirios con Asad.