El buen salvaje
El pecado de llamarse Ana Obregón y tener 68 años
Un padre septuagenario es un machote pero una madre es una loca. Y mientras tanto, el problema sin resolver
La izquierda, cuanto más a la izquierda mejor, sigue «cabalgando contradicciones»: le parece bien, incluso animar, el aborto, para el que hay mil maneras de decir que sí y que no; al final, me temo, la mayor parte se deja llevar por la ideología en su apartado religioso que es cuando uno no piensa sino que solo sigue la doctrina. «Nosotras parimos, nosotras decidimos», mi amor, pero solo deciden lo que esta izquierda contradictoria quiere.
Sobre la maternidad subrogada, los vientres de alquiler, sin embargo, solo puede opinar Irene Montero, que es ver a una pija en edad de no hacer la revolución con deportivas de Chanel y montar un mitin grosero, sin saber, sin importarle las razones que han llevado a esa mujer, a Ana Obregón, a dar el paso.
Para una vez que coincide con los postulados de la Iglesia podría, también, adoptar, la elegancia obispal a la hora de decir que no está de acuerdo. Pero Irene no tiene compasión. Es una samurái como de «Kill Bill», la Mamba Negra.
La derecha también se descoloca, no porque sea pija sino porque quiere separar el hecho ético del pecuniario. Si es con dinero de por medio, no, como si algo en este mundo pudiera realizarse sin que de una u otra forma esté presente la pasta.
De repente, nos ponemos estupendos y rechazamos la mercantilización, cuando todo lo que hace el ser humano se mueve por el montante de una transacción económica. Hay quien se prostituye en la política o en su trabajo sin abrir una cremallera. Habría que prohibir no el puterío sino el ser humano, que tiene una parte puta.
Mientras tanto, un asunto que ya tendría que estar regulado de alguna manera, se balancea entre el BOE y la portada del «¡Hola!», que es la que hoy dirige el debate político.
Antes íbamos a por los periódicos de madrugada y ahora esperamos a que amanezca un miércoles para envolvernos en papel cuché.
Siento que a Ana Obregón no se le perdona que sea rica, eso no se le perdona en España a nadie, y que está sentenciada por tener 68 años, un poco más allá de la edad de la jubilación de Escrivá. Una mujer mayor no puede hacer según qué cosas, y en esa nadería se ha movido el debate, en las canas que hay bajo su tinte rubio. Un padre septuagenario es un machote pero una madre es una loca. Y mientras tanto, el problema sin resolver.