Las correcciones
Paz por la fuerza
Una forma de convencer a los rusos para que se sienten en la mesa es golpeándoles duro
Las guerras suelen enfriarse en invierno con la llegada de la oscuridad y las bajas temperaturas, los ejércitos aprovechan este tiempo para cavar trincheras, afianzar posiciones y preparar sus contraofensivas de cara a la primavera. Ucrania, sin embargo, está en uno de los capítulos más calientes y definitivos de sus dos largos años de guerra con Rusia. El levantamiento por parte de la Administración Biden del uso de armas largas en territorio ruso, seguido por Keir Starmer (Reino Unido) y Emmanuel Macron (Francia), ha hecho que el conflicto armado entre en una nueva fase. Rusia y EE UU se enfrentan en Ucrania a dos meses de la llegada de Donald Trump. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha autorizado el lanzamiento del primer misil intercontinental en suelo ucraniano. Con el uso del RS-26 Rubezh, con un alcance de hasta 6.000 kilómetros y capacidad para cargar una bomba termonuclear, el jefe del Kremlin envía un recado a Occidente. El profesor de Pricenton, Charles M. Cameron, contaba en estas páginas que el giro de Biden en el uso de los ATACMS tiene dos derivadas. La primera es que el presidente saliente arma a Ucrania antes de que Trump les corte el grifo. La segunda, más enrevesada, es que con el refuerzo de la ayuda militar Biden está implícitamente empujando a una futura negociación entre la Administración entrante y el presidente ruso, aumentando la capacidad de Ucrania de defender sus avances en Kursk y de infligir numerosas bajas en las tropas rusas y norcoreanas. Rusia no tiene en estos momentos ningún interés en negociar. Ha repuesto sus arsenales con artillería norcoreana (y una fábrica clandestina en China) y cuenta con la caballería de Kim Jong Un para tratar de recuperar Kursk y expulsar a las tropas ucranianas de su territorio. Una forma de convencerles para que se sienten en la mesa es golpeándoles duro. «La paz por la fuerza» es el nuevo mantra que repite el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski y con el que aspira a atraer al indomable Donald Trump. Pese a que sus tentaciones aislacionistas pueden tener consecuencias nefastas, los ucranianos ven o quieren ver una renovada determinación del presidente electo tras cuatro años de titubeos demócratas. El «America is back» de Biden ha sido un fracaso. Cameron recordaba estos días que el republicano fue quien negoció con los talibanes la salida de Afganistán, que luego ejecutó Joe Biden de una manera bochornosa. Es difícil pensar que Trump vaya a pasar por otra humillación como esa. Ha dejado claro que quiere la paz y su equipo aboga por otro «reset» con Moscú, para centrarse en Pekín. Parece que ignoran que en política internacional todo está relacionado. La agresividad de China y el futuro de Taiwán están estrechamente ligados al apoyo de Occidente a Ucrania. Igual que Putin nunca se hubiera atrevido a anexionarse Crimea en 2014 si Obama no hubiera renunciado a atacar a Bachar al Asad en Siria, o invadir Ucrania sin la espantada de Afganistán, Xi Jinping calibrará su apetito sobre Taiwán en función de cómo salga su aliado ruso del país vecino.
Para los europeos, ceder a la tentación de empujar a Kyiv a negociar sin una posición de fuerza sería un desastre geopolítico que pagaríamos durante generaciones. Sólo una paz justa en Ucrania puede garantizar el equilibrio occidental frente al eje chino-ruso.
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