Con su permiso
El patio
Lo público se ha convertido en un escenario poblado de personajes inquietantes y situaciones intolerables
Habla el corruptor y habla la testigo. Se solapan las declaraciones y abren espacios de retransmisión los juzgados y los tribunales son tribunas y los autos argumentario para la política. A Ofelia no le sorprende que haya dicho esta boca es mía la periodista a la que Mazón le ofreció en El Ventorro dirigir la televisión valenciana. Ya era hora, cuando llevan tiempo arrastrando su cartel por el barro contaminado de la Dana. Dice Maribel Villaplana que rechazó la oferta por «convicción personal y profesional» y que el President no comentó nada de la Dana pese a que a eso de los postres el agua ya le llegaba literalmente al cuello a centenares de personas a pocos kilómetros de donde estaban. Supone Ofelia que lo de difundir su posición quizá tenga que ver también con el deseo de cortar rumores que ya dibujaban el encuentro con colores más morbosos de lo hasta ahora dicho. Convicción personal y profesional es lo que ha llevado al director de Á Punt, la tele en cuestión, a dimitir. Alfred Costa es un periodista de larga trayectoria y oficio solvente que con su adiós muestra además un notable pudor profesional. Y en estas estábamos cuando habló Aldama y todo giró hacia el caso que empezó siendo Koldo, luego viró a Ábalos con derivadas gubernamentales y tras la deposición del corruptor se sitúa claramente en el Gobierno y su partido principal. Ya ni siquiera algo tan digno de atención y justa ira, como la decisión judicial de abrir causa penal a la Agencia Estatal de Meteorología por su actuación durante la Dana, despierta interés mediático. Y debiera, porque es casi una afrenta tomar en consideración la denuncia de un grupo como Manos Limpias, acaudillado por un ex acólito de Blas Piñar considerado caballero de honor de la fundación Francisco Franco, hacia un organismo como la AEMET riguroso y eficaz cuyo comportamiento en la DANA ha sido probablemente de los pocos ajustados a su obligación y labor.
Pero, en fin, estima también Ofelia que el juego corrupto que se deduce de lo dicho por Aldama es suficientemente poderoso y relevante como para que ciegue cualquier otro territorio de atención pública. Habló la compañera de mesa de Mazón; emitió la justicia señal equívoca, fundamentada en la Ley, seguro, pero para el profano y parte de la sociedad incomprensible, sobre el papel de AEMET; incluso hasta llegan rumores crecientes de que Putin no tendría problemas en barrer Europa con energía nuclear; pero el pulso de España se detiene ante Aldama y los de su telaraña de beneficios en los recovecos del poder.
Quería el deponente la libertad y lo ha conseguido. Hoy está en su casa, sin pasaporte y obligado a presentarse al juzgado, pero lejos de la cárcel que siempre es territorio inhóspito y doloroso. La Ley suele ser generosa cuando se colabora con ella, pero también cruel con quienes además de quebrantarla la traicionan. Sale de la cárcel, pero se supone que tendrá que demostrar lo mucho que ha dicho. «Que no se preocupe Sánchez, que tengo pruebas» ironizó al salir del trullo. Más le vale, porque le van a crujir hasta astillarle la osamenta todos los supuestos beneficiarios de su generosa disposición a comprar voluntades. ¿Hay que darle al rufián crédito como hace la oposición? Alguna duda tiene Ofelia aunque solo sea por su ingenua consideración de que una trama así no puede alcanzar tan alto rango sin que personas decentes lo conociesen y además mantuvieran la boca cerrada. Pero es eso, ingenuidad y excesiva confianza en que al mando hay gente responsable que no se deja untar ni lo tolera.
El panorama, en todo caso, le parece bastante desolador. Corrupción que se apodera de los órganos de poder en esa metástasis que mata la política y alimenta la desconfianza, disputa sobre quién es menos capaz de hacer lo que le corresponde cuando lo necesita la gente a quien se debe porque todo se ha hecho mal, y una extraña sensación de desprotección ante una maquinaria judicial a la que, estima Ofelia, debilita su disposición a admitir postulados de personas o colectivos orientados a incendiar y destruir.
Todo esto en una semana. Ante los ojos de una ciudadanía que asiste al espectáculo entre la irritación y el bochorno. Al menos la ciudadanía que ella conoce, la que no tiene relación con el poder ni más vínculo con la política que la confianza que depositan en los partidos cuando toca votar.
Lo público se ha convertido en un escenario poblado de personajes inquietantes y situaciones intolerables. El territorio de la gestión de las cosas de todos, de nuestro presente y nuestro futuro es un patio de vecindad mal avenida en el que en lugar de resolver los problemas se crean, un espectáculo en el que los protagonistas son los malos y los buenos hacen mutis por el foro o ni aparecen.
A Ofelia le da la sensación de que quienes no consiguen entender el ascenso de los populismos, de las extremas derechas y los salvadores, deberían mirar con más atención y hasta ojo crítico, ese fenómeno global, porque pasa en todo el mundo, de la política cortoplacista, frívola y banal.