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Leyendo esos párrafos que dan cuenta de lo que fue la España de los años 40/50 del pasado siglo, no se puede dejar de notar el escalofriante parecido de aquel tiempo con éste que ahora vivimos
España, «sometida a un intervencionismo sofocante, buscó evadirse saliéndose de la legalidad: mediante la estafa, el abuso o el chantaje». Se consolidó el mercado negro. Se produjo la «extensión paulatina de la corrupción». Ir a concurso, optar a una contrata, participar en una subasta pública…, eran actividades que ocultaban casi siempre «el consiguiente chanchullo» en materia de adjudicaciones. O sea, que los concursos y licitaciones públicas sólo los ganaban los enchufados, para los que, la mayoría de las veces, se hacía «un traje a medida», obteniendo lucrativos provechos económicos de la Administración del Estado. El fin era enriquecerse, y eso solo se lograba «engañando y estafando», de modo que muchas obras emprendidas por el sector público tenían que ser «rehechas» antes de que se terminaran: las chapuzas corruptas nunca son funcionales, sino un desastre. Grandes proyectos públicos servían para que se distrajeran millonarios recursos dinerarios, que generaban a su vez un clima de latrocinio tal que, las menores iniciativas, por insignificantes que fueran (rifas, cuestaciones…) «eran vistas por los mangoneadores como medio de sacar tajada». Tiempos de «granujería imperante», de fechorías institucionalizadas. La abundancia de controles, el afán de regulación que demostraba el Estado, sobre todo servían para fomentar «un desmadre de ilegalidades en que se desenvolvían las actividades del comercio y la industria». Era un vivir «constreñido por infinidad de controles y limitaciones, hasta el punto de que España llegó a parecer un país ocupado». Hubo incluso casos de falsos inspectores, falsos policías y sacerdotes falsos… Así lo contaba Rafael Abella (1917-2008) en «La España falangista. Un país en blanco y negro» (Arzalia Ed.)… Leyendo esos párrafos que dan cuenta de lo que fue la España de los años 40/50 del pasado siglo, no se puede dejar de notar el escalofriante parecido de aquel tiempo con éste que ahora vivimos. También en la reciedumbre con que se aplicaron «multas y sanciones», que llevaron a algún comerciante aterrorizado a quitarse la vida. Por no hablar de «la pertinaz sequía», que se dejó sentir en el invierno de 1943…, y hasta ahora.
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