Editorial
Miedo a lo que viene ahora tras Al Asad
Con el islamismo nunca se está seguro de si volverá a la radicalidad, a su esencia cruel de la yihad y a ser generador de inestabilidad global
El derrocamiento de un tirano, opresor de su pueblo, torturador inmisericorde, martirizador de una nación y verdugo de sus opositores siempre es una buena noticia, pero también hay que tener en cuenta quién es el que derroca al derrocado. Bashar al Asad deja tras de sí 400.000 muertos y seis millones de exiliados después de una brutal guerra civil de más de 13 años, que ha acabado inesperadamente apenas una semana después de la caída de Alepo, la segunda ciudad del país. Las incógnitas son muchas y las respuestas pocas, pero todas convergen en una: el islamismo yihadista siempre vuelve a su ser, la radicalidad y el extremismo.
La Unión Europea ya se ha ofrecido para trabajar con el pueblo sirio y las autoridades recién ascendidas por la «paz» en Oriente Medio tras la caída de la «brutal» dictadura. Un mensaje en línea con lo expresado por la comunidad internacional, que aboga por una transición pacífica y que el país alcance la estabilidad lo antes posible. Sin embargo, las autoridades comunitarias no deben caer en la trampa que puede tender un lobo con piel de cordero. No deben olvidar que Al Jolani es temido por su pasado ligado a Al Qaeda y al Dáesh; la ONU cataloga su figura como «líder de un movimiento terrorista global» y Estados Unidos ofrecía una recompensa de hasta 10 millones de dólares por su cabeza.
No sabemos lo que Al Jolani hará ahora que ha llegado al poder. Aunque el líder de HTS ha asegurado que su único objetivo era derrocar a Al Asad y crear un Estado islámico solo dentro de las fronteras de Siria, sin ninguna implicación a nivel global, ya se sabe –por las continuas experiencias previas vividas en Irak, Afganistán, Líbano o Irán– que este nuevo régimen, a modo de califato yihadista, tendrá la tentación de extender su cruzada a más regiones y, por supuesto, a Occidente. Poner buena cara y mejores palabras no les libra de lo que realmente son y quieren. Hablar de libertad, de ideas, de nuevos derechos civiles para la población, de progreso y de respeto religioso es una quimera para unos rebeldes que propugnan la conversión al Islam de todo el que no piensa como ellos.
Es verdad que Al Jolani ha evolucionado en los últimos años desde el extremismo fanático hacia un radicalismo «light», que busca atraer el mayor número de apoyos posible a un nuevo orden, que estará marcado siempre por su jacobino pasado. Con el islamismo nunca se está seguro de si volverá a la radicalidad, a su esencia cruel de la yihad y a ser generador de inestabilidad global. Incluso falta por saber qué pasará con las minorías alauí –a la que pertenecía Al Asad– y cristiana –reducida a la mínima expresión tras años de represión– y, sobre todo, con el problema kurdo. Solo cabe esperar que la tentación represiva sea algo del pasado.
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