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Cuartel emocional

El mal absoluto

La epidemia que vivimos con la violencia sexual, de género, machista o feminista, es algo que padecemos sin exclusión alguna

El mal está por todas las esquinas, acechándonos siempre para echarse encima de uno; por fortuna a veces conseguimos esquivarlo, pero se halla en cada rincón, en cada escondrijo observándonos con sus ojos ensangrentados. Nadie se libra de su capa negra, de su amargo veneno, de su temible guadaña y a día de hoy, además de hablar de catástrofes naturales, de enfermedades crueles o de infortunios inesperados, la epidemia que vivimos con la violencia sexual, de género, machista o feminista, es algo que padecemos sin exclusión alguna, de un tiempo a esta parte con mayor virulencia, digamos desde que existe ese engendro deforme que es el tal ministerio de igualdad, desde que han aparecido en escena las Irenes, las Iones y las Pam, porque no hay peor cáncer para el feminismo que las feministas. Según estadísticas europeas –no del CIS de Tezanos-, una de cada 3 mujeres de 18 a 74 años afirma haber sufrido violencia física, sexual o amenazas en su vida adulta. Una de cada 6 confiesa haber sufrido violencia sexual, incluida la violación. Una de cada 5 asegura haber sufrido violencia física o sexual en sus hogares, y una de cada 3 denuncia haber sido víctima de acoso sexual en el trabajo. En el llamado “día internacional de la violencia de género”, esas absurdeces que se inventan para no sé qué –también hay día internacional de la croqueta, no lo olvidemos-, una niña de 15 años era asesinada a manos de su noviete por terminar con una relación que resultaba tóxica, mientras la UE se gasta 289.000 millones de euros en controlar este fenómeno que se les va de las manos hasta a los políticos mínimamente solventes. No hablo de los de aquí, que sólo valen para barrer robar y vaciar papeleras. Irene Montero soltó un aborto llamado ley del sí es sí, y miren en qué acabó la historia: en que los violadores, acosadores y demás miserables que andan sueltos tengan rebajas en las penas impuestas por los jueces, pero, claro, ir de la silla de cajera de supermercado al escaño en el Congreso con la cartera de un ministerio es un salto demasiado vertiginoso para resultar oportuno, óptimo, apropiado. Pero así se hacen las cosas para que Sánchez esté en Moncloa, porque él no gana elecciones como pretende; las gana por el sostén de Bildu, ERC, Junts, PNV, Sumar, Podemos… ¡Qué fuerte decir en público “no nos perdona haber ganado las elecciones en 2023! E insiste “ganaremos también en 2027”durante el congreso de UGT celebrado esta semana.

Muchos recordarán la anterior sede de Presidencia del Gobierno, en Castellana 3, donde Adolfo Suárez acudía a trabajar cada mañana. Tampoco necesitaba un edificio mucho más grande. Hoy, además de los edificios que ocupan la profusión sanchista de ministerios –casi todos ellos patrimonio nacional, las sedes, digo, los ministerios todos prescindibles-, Moncloa se ha convertido en un complejo de edificaciones porque no hay donde meter a tanto asesor, a tanto personal que invente cada día nuevas fechorías, nuevas trampas, nuevas mentiras, nuevos argumentarios, nuevas maldades con que seguir destruyendo España. Es la sede del mal absoluto, del cinismo absoluto, de la delincuencia absoluta, y, también, de la impunidad absoluta.

CODA. Los retratos de Annie Leibovitz son extraordinarios. El Rey, el único español que está en su sitio, nunca me cansaré de decirlo, enseguida se ve que es eso, un Jefe de Estado de un país europeo con una moderna monarquía parlamentaria que funciona, pese al gobierno actual. Letizia es la imagen de una Gilda rediviva; le faltan los guantes por encima del codo y, desde luego, nada tiene que ver con el aspecto de la consorte de un Rey, por muy guapa que luzca. Quizá el recién estrenado equipo de Zarzuela se esmere un poco más en pulir ese extremo para que, además de serlo, pueda también parecerlo.