Con su permiso
Las líneas rojas son de goma
Esa misma policía nota a diario y en las calles como crece una emoción popular de sentido contrario. Sigue siendo una de las instituciones más valoradas por los ciudadanos
Se le hace bola a Frasi lo de las pelotas de goma que Bildu ha conseguido arrancar al gobierno en su cruzada contra eso que se llama Ley Mordaza. Primero porque suena a concesión de urgencia para comprar votos: ¿no podía haberse hecho lo mismo hace seis años si era tan importante? También porque el cambio lo obtenga y lo venda una fuerza política con la que no se iba a pactar nada nunca: «se lo repito, jamás pactaremos con Bildu», y tal. Y además porque está segura de que se hace contra el criterio de la propia policía española (la vasca y la catalana ya no las usan) y, se malicia Frasi, que hasta incomodando al mismísimo ministro Marlaska. Es solo una sospecha, pero que estima algo fundada. Al menos el asunto tiene una vis metafórica: la goma como sustancia de otra línea roja rebasada le lleva a visualizar unas fronteras de lo inadmisible tan elásticas como el material de las pelotas. Las líneas rojas son de goma. O se saltan, como las fronteras del norte de África. Durante años el gobierno español ha practicado de manera habitual lo de las devoluciones en caliente que ahora, Bildu mediante, resulta inadecuado. Otra línea de goma, piensa Frasi. Pero hay tantas, es tan rutinario su traspaso, que también ella ha terminado por acostumbrarse. Debaten hoy las radios y las teles, se llenan las redes de opiniones y deposiciones sobre la cuestión de las pelotas y tenemos ya otro asunto de división y de estéril disputa. No se reformó la ley en más de un lustro de gobierno socialista y se hace ahora por el interés, que es lo que habitualmente anima las decisiones más relevantes del gobierno. Ya le dice esta semana The Economist (que probablemente no sea un pseudomedio de los que tanto abundan según la nueva doctrina de la élite) a Pedro Sánchez que se «aferra al poder a costa de la democracia en España» (así titula, literalmente) en un artículo en el que anota que lo más relevante que ha impulsado «el gran superviviente de los políticos europeos» ha sido la Ley de Amnistía. Interesada, estima también la revista. Ineficaz, contempla Frasi desde la perspectiva de la situación actual, con Junts haciendo la legislatura imposible, el fugado Puigdemont cada vez más cabreado y acaso solo, y el gobierno viéndose obligado a irritar a la policía para ir superando lo del de Waterloo. Porque lo de las pelotas y las devoluciones ha llevado a los sindicatos policiales a exigir la dimisión de Marlaska. Quizá un exceso, injusto, cree ella, porque no imagina al ministro aplaudiendo la concesión, pero refleja sin duda una sensación de paulatino descuido, de desafección oficial mientras esa misma policía nota a diario y en las calles como crece una emoción popular de sentido contrario. Sigue siendo una de las instituciones más valoradas por los ciudadanos. Crece en prestigio en la calle que vigila y delimita (su acción salvaguarda nuestra seguridad y nuestra libertad), y crece su eficacia en territorios en los que muchos ni imaginamos. Ni sospechamos. Como cualquiera con dos dedos de frente puede imaginar, la labor preventiva de la policía es vital para evitar delitos en algunos casos tan graves como acciones terroristas masivas. Nada pasó, nada se sabe. Pero hay un mundo oscuro, un territorio que carece de fronteras y en el que el mal (no quiere Frasi hurtar ni un solo gramo a la definición precisa del material con el que trabaja la policía) opera con inquietante facilidad. En ese universo de relación a través del ordenador y los móviles, eso que conocemos como ciberespacio, hay verdaderos reinos del terror en los que solo la constancia, la inteligente eficacia y una disposición hija de la vocación, consiguen que los buenos vayan abriéndose camino. Frasi ha conocido un caso terrible que desnuda una realidad sobre la que hoy trabaja la policía y se empeña el mismísimo ministerio: las extorsiones y chantajes a adolescentes, apenas niños. Cada año se detiene a cerca de 500 personas relacionadas con este tipo de delitos. El caso que conoce Frasi es el de un chico de 14 años, hijo de una conocida suya, al que durante meses, en una situación agónica que estuvo a punto de empujarle al suicidio, extorsionaron con imágenes de sexo. Imágenes suyas. El sistema es tan sencillo como brutal: el chico cree estar ligando con otra adolescente, tontean, se dicen, se prometen…él termina masturbándose ante el ordenador y a partir de ahí se acaba la relación y empieza el infierno. Desde el otro lado los extorsionadores le exigen que robe a sus padres o a quien pueda, o que facilite más imágenes suyas si no quiere que difundan las que ya tienen. La policía sospecha que hay centenares de jóvenes en esa situación, con ese sufrimiento. En silencio, claro. Llevándolo en una angustiosa soledad escondida también de sus padres. No es una serie, ni una peli de terror. Es una verdad que quizá deberíamos conocer. Como otras muchas. Pero Frasi se teme que el debate sigue por los derroteros de lo inútil y la política de líneas rojas de goma se siga alimentando de banalidades mientras el mundo se mueve en direcciones impensables.
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