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La excepción antisionista española y el pogromo
Israel puede no ser amable y quizá cometa excesos que nadie defiende, pero todo empezó con una masacre terrorista, y el apaciguamiento es inútil como se demostró con Chamberlain
Neville Chamberlain (1869-1940), el primer ministro británico que no supo parar los pies o se achantó ante Hitler (1889-1945) , escribió en julio de 1939, en una carta a su hermana, que «sin duda los judíos no son un pueblo amable. A mí, personalmente, no me importan; pero eso no es suficiente para explicar el pogromo. Defensor de la política de «apaciguamiento», pensó que el «Acuerdo de Munich» contendría al genocida nazi, pero se equivocó y no evitó la II Guerra Mundial. Ayer se cumplió un año de la matanza de 1.200 israelíes y del secuestro de otros 200, a manos de los terroristas de Hamas. Acaba de ser recordado con horror en todo el mundo, sin olvidar las consecuencias humanitarias de la respuesta –inevitable y buscada por los islamistas– de Israel. En España, además, el Movimiento Ruta Alternativa para Palestina celebró con una manifestación en Madrid lo que consideran «gloriosa batalla del Diluvio de Al-Aqsa». Ni tan siquiera logró reunir mil personas, pero fue una celebración insólita y única en Occidente, que ha provocado la queja lógica de la diplomacia israelí.
La excepción española antisionista –quizá eufemismo de antisemitismo– es excepcional en Occidente. Procede, en tiempos modernos, del franquismo, como documentó en su tesis doctoral Daniel Kutner, ex-embajador israelí en España. Franco nunca reconoció al estado de Israel y estaba agradecido a los países árabes porque no secundaron el embargo internacional a España en la postguerra. Luego, la izquierda española recogió la antorcha pro-palestina porque la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), liderada por Yassir Arafat (1929-2004), era marxista, apoyada por Moscú y antiamericana. Adolfo Suárez (1932-2014) también fue el único mandatario occidental en recibir a Arafat en 1979, cuando era un apestado. La OLP, por cierto, fue expulsada de Jordania en 1971 y su traslado al Líbano destrozó un país considerado la Suiza de Oriente Medio con una guerra de 15 años. Luego, la causa palestina, apadrinada por Irán, mudó el marxismo por el islamismo, con Hizbulá y Hamas, que explica en su carta fundacional que «Israel debe ser aniquilado». Ahora, Pedro Sánchez acaso para confirmar la excepción española, se apresuró a reconocer a Palestina, algo que ya le pasa factura en su imagen internacional, como le ocurrió a Suárez con Arafat. Israel puede no ser amable y quizá cometa excesos que nadie defiende, pero todo empezó con una masacre terrorista, y el apaciguamiento es inútil como se demostró con Chamberlain.
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