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Mirando la calle

La confianza del inocente

Lo más grave no es que nos hayan mentido…, sino que, en contra de lo que decía Nietzsche, los sigamos creyendo, o al menos defendiendo

La segunda visita de los Reyes a zonas afectadas por la Dana, esta vez a las localidades de Chiva, Utiel y Letur, ha reconciliado definitivamente al pueblo con los monarcas. Aunque, en realidad, ese efecto ya se produjo tras la primera, a Paiporta, cuando aguantaron ese chaparrón de barro e improperios y se abrazaron a los paiportinos (que ese día éramos todos), con un sincero «lo siento», en tanto el presidente valenciano se quedaba rezagado y el español escapaba, alentado por su equipo de seguridad. Esa cercanía y complicidad entre los Reyes y el pueblo, que Nicolás Redondo recordó en Espejo Público y que se refleja en obras como «El alcalde de Zalamea», de Calderón de la Barca y «Fuenteovejuna», de Lope de Vega, ambas del Siglo de Oro, es digna de ser celebrada; pero refleja un fracaso de los políticos de hoy. Ellos, independientemente de su signo o pensamiento, han perdido nuestra confianza en este siglo XXI, donde son fundamentales, porque el rey, reina, pero no gobierna. Asegura el escritor Stephen King, que «la confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso». Y los ciudadanos somos tan inocentes como para creernos con facilidad las mentiras (o los cambios de opinión) de los políticos, siempre que su ideología coincida con la nuestra. Las personas en las que se confía plenamente, deberían devolver esa confianza; sin embargo, los políticos, son capaces de traicionar, sin pudor, la mayor que se puede poner en sus manos: la de un voto. Y lo hacen pertrechados en ese «soy de tu cuerda», que impide a los afines aplaudir el discurso de quienes pertenecen u otra. Cerramos los oídos a ideas diferentes, tengan o no razón, y las negamos en los medios de comunicación y en la vida diaria, sistemáticamente, incluso cuando quienes representan las nuestras nos decepcionan. La democracia posibilita que castiguemos los embustes, pero si eso implica tener que apoyar a quienes piensan diferente a nosotros, preferimos no hacerlo. Por eso, sobre todo los nuestros, nos siguen engañando. Y lo más grave no es que nos hayan mentido…, sino que, en contra de lo que decía Nietzsche, los sigamos creyendo, o al menos defendiendo, aunque defrauden nuestra confianza una y otra vez.