Francisco Nieva
Sala de espera
No sé cómo trasmitir qué fina y percutente angustia me asedia en las salas de espera. En los aeropuertos, en las estaciones de ferrocarril o de autobuses me asomo a una sala de espera y me asomo al mundo, que es como una inmensa sala de espera en donde se aprende paciencia y resignación frente a la vida imponderable. Nos domina una interrogación. ¿Qué nos espera? Algo o alguien va a partir o venir o volver... El rostro de las gentes no demuestra nada específico; más bien, indiferencia. Pero se puede estar ocultando algún drama tremendo. Larga y magnífica novela sería la de cualquier sala de espera. Un purgatorio-resignatorio en el que nos sentimos sujetos inertes frente al destino. Aparentando indiferencia, yo sufro de un mal endémico, el de ser yo mismo, por vocación y oficio, escenógrafo y director de espectáculos operísticos. Siempre viajando, generalmente en avión, siempre ingresando en alguna sala de espera. Horas inciertas, con percances indeseados, retrasos, largas colas frente a una ventanilla y muy atento a los altavoces, un tanto afectado ya de los nervios. Generalmente, me sentía angustiado por mi futura relación con la empresa operística para la que esperaba trabajar. Todas estas grandes instituciones son como un estado con sus leyes propias, su maquinaria y sus maquinistas, a los que me tendría que ganar para el buen resultado de mi propuesta, mi método y mi estilo. Cómo actuar ante las grandes autoridades, cómo presentarme, sentar las bases de una colaboración positiva, una incógnita que me desazonaba. ¡Cuán odiosa aquella sala de espera! Allí se concentraban los afectados, deudos y amigos de cualquier accidental catástrofe en espera de noticias, generalmente dramáticas, con la asistencia de psicólogos especializados en mitigar los ánimos. Escenario de cientos de dramas particulares. Se han creado muy buenas películas sobre cualquier trágica sala de espera. Sobran los motivos argumentales e impactantes para el inadvertido espectador, y esto es, pues, un pozo sin fondo. Escenario también de la desesperación. No me pueden decir cosa peor que «aguarde usted en la sala de espera». La frase gafe por excelencia. ¡Lagarto, lagarto!
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