El desafío independentista
¡Portavoza no!
Hace tanto frío, que el café de la máquina sabe sospechosamente tibio.
La nieve que se asienta y nos hiela los sentidos también enfría, menos mal, el melodrama pasional catalán.
Me temo que el «procés» vuelve a bajar la curva de la audiencia de los informativos. Ya que los partidos indepes no se deciden aún por el candidato ni por la fecha del pleno de investidura y ya que seguimos observando, aburridos, este bucle político, con las idas y venidas de algunos a las cárceles, giramos por un momento la mirada.
Hay vida más allá del agujero. Qué bella, después de todo, la postal del temporal que nos abraza estos días.
Qué alivio apartar la atención plena del señor Puigdemont y de sus tuits para centrarnos un momento en personajes secundarios.
Ahí tienes a la posible sucesora política del legítimo –si Esquerra traga el anzuelo–; ahí emerge, sonriente, la joven Elsa Artadi, con sus gafas de pasta y su discurso lineal y previsible. Ahí reaparece también la esposa, recién fichada por la Diputación de Barcelona para conducir un programa de televisión... en inglés.
Sí, la señora Marcela Topor trabajará en un medio público, pagado con el dinero de todos los catalanes, y será la flamante conductora de un espacio semanal que vete a saber si cubre las expectativas de su inflado presupuesto.
Ahí sigue el mosso recién expedientado, después de pasar tres meses largos junto al ex president, en Bruselas. Fidelísimo, en la sombra, asegura el agente que, en realidad, él estaba de vacaciones en Bélgica, tirando de tantas horas acumuladas. Ya estaba tardando el Ministerio del Interior en tomar cartas en el asunto, ¿no te parece?
Y luego, más allá del exotismo catalán, nos dan alpiste para el debate encendido determinados oportunistas.
Mire usted, Irene Montero, desde este humilde rincón femenino, con empatía y cariño, le imploro que, para atraer titulares, no use más la gramática, que es lo mismo que tocarme la moral y la caja del tesoro.
Por favor, no lo haga. A algunas personas nos duelen los oídos al descubrir según qué patadas al diccionario, con la excusa de la igualdad de sexos. La voz es, ya de por sí, un sustantivo femenino, en singular. Suena «portavoza» y cruje, escalofriante, helado sin remedio, mi vaso de café de la máquina.