César Lumbreras
Niza y Beatriz
Sólo he estado una vez en Niza. Fue en diciembre de 2000, con motivo de la Cumbre Europea que se celebró allí y puso los cimientos de una de las normas más importantes de la Unión Europea (UE) que amenaza con deshacerse: el Tratado de Niza. Mi hotel se encontraba en pleno Paseo de los Ingleses, a escasos metros del Negresco y justo donde tuvo lugar el acto terrorista del jueves por la noche. La casualidad quiso que en ese establecimiento se alojase también la delegación británica, los que ahora se quieren ir, y que las medidas de seguridad fuesen más exhaustivas que las aplicadas a las comitivas de los restantes países miembros, aunque nada comparado con las que se ponen en marcha en la actualidad. Justo el tramo del Paseo que yo contemplaba desde el balcón de mi habitación es donde se produjo el mayor número de muertos. Y justo por allí pasaba en esos momentos una chica valenciana, Beatriz, que sólo tenía seis meses cuando se celebró la Cumbre de Niza. En la noche del jueves se dio de bruces con la barbarie mientras asistía a los fuegos artificiales que ponían fin a la celebración de la Fiesta Nacional del vecino país. Se encuentra en esta ciudad para aprender francés y, a la vez, convivir con otros jóvenes de distintas naciones. Evidentemente estaba muy nerviosa y no pegó ojo en toda la noche, supongo que recordando las imágenes del camión que pasó a su lado y de los muertos y heridos que contempló. Siempre que hay una persona dispuesta a morir para matar resulta muy difícil evitar un atentado, pero habrá que poner todos los medios para impedir que consigan su objetivo. En la UE no hay una política de seguridad común. Las amenazas que soportamos la hacen necesaria. Los dirigentes y los ciudadanos europeos se lo debemos a los muertos y heridos; también a los que, como Beatriz, deberán tomar el relevo en pocos años y a nosotros mismos.
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