Partidos Políticos
Los herederos «cool» de Marcellino
Marcelino Camacho, que el pasado domingo habría cumplido cien años, pero que para muchos abandonó este mundo casi como si ya los tuviera a tenor del injusto sambenito de viejo activista pro soviético y referente junto a otra media docena de nombres del comunismo inadaptado pasa por ser un curioso espejo frente al que nunca dejan de incomodarse los dirigentes de la izquierda actual abducidos por la banalidad del discurso populista y facilón, por los 190 caracteres de Twitter y por los focos de tertulias televisivas, conocedores eso sí tan solo muy de oídas, de lo que es una fábrica o el crujir de riñones en una dura temporada de vendimia.
Camacho –no por rebelarse contra la legalidad constitucional de un estado democrático, sino por defender unas ideas políticas concretas bajo un régimen dictatorial– pasó en prisión unos cuantos años de su vida, casi discurriendo entre la fábrica Perkins de motores pesados, el sumarísimo proceso 1001 y la cárcel de Carabanchel sin hamburguesas muy pasadas ni comidas flatulentas y tuvo aun así la generosidad de renunciar al revanchismo pactando con los hijos y nietos de los vencedores algunas bases de una de las etapas más prósperas en la historia de nuestro país. Ese papel, clave en quien fundó y lideró CCOO, la organización probablemente más capacitada para el arrastre de masas en una época en la que los partidos buscaban su identidad y su lugar en el espectro social, contrasta de manera indicativa con los actuales populismos implantados especialmente en la España de los últimos seis años, populismos que se llaman de izquierdas y que solo entienden de vacuas palabrerías, que son incapaces de aportar datos más allá de la gestualidad sobre cómo van conseguir el trigo que prometen repartir y obstinados en buscar su instante de gloria en medios audiovisuales y redes sociales.
La izquierda española ni siquiera ha llegado a renegar, sencillamente se ha olvidado de referencias como la de Camacho, en parte obsesionada por distanciarse de la «caspa roja» que representaba, junto a algunos otros no tan dignos nombres –todo hay que decirlo– el viejo sindicalista. Para testar el distanciamiento de la izquierda actual de los problemas reales de los ciudadanos, basta con echar un vistazo al elenco de propuestas donde no gobiernan y de iniciativas allá donde sí lo hacen, sobre todo en el ámbito municipal. Los barrios periféricos, esos en los que sí se ven ratas como conejos caso de Madrid, ya no parecen ser la prioridad de este nuevo elenco de gobernantes; sus pobladores difícilmente ponen cara a unos dirigentes que han confundido la atención social a los más débiles con las radios de propaganda municipal, las zarandajas anti taurinas, las discriminaciones positivas disparando al montón, los homenajes al separatismo y por supuesto los «carriles bici». Se agarran a referencias como la millonaria progre de Hollywood Oprah Winfrey y solo se acuerdan de su creciente distancia con la gente de a pie cuando miran incrédulos las encuestas. Y todavía dicen que quieren «asaltar los cielos».
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