Francisco Nieva
Locos aceptados
Todos tenemos ciertas manías que se pueden convertir en casos patológicos. Mi gran amigo Eduardo Chicharro hijo conoció a un caballero muy apersonado que se tenía por un magnífico poeta, con una exuberante capacidad para la rima. Una hijita muy querida se le puso mala de una desconocida enfermedad. Esta fue su tragedia, temía constantemente por la vida de su retoño y, encerrado en su despacho, todos los días escribía un soneto perfecto, dando el parte médico: horas de vidita, medicamentos empleados, fiebre, deposiciones, dolores y quejas de la pequeña paciente.
Según afirmaba Chicharro, aquellos sonetos eran perfectos de forma, verdaderos ejemplos, aunque su contenido fuera risible, grotesco y antipoético. –«Este hombre es un loco, pero un loco perfecto. Solo yo conozco esos sonetos que, en cierto modo, son ejemplares. Solo a mí me da parte de su manía y, al margen de ella, pasa por el hombre más sensato del mundo. Él mismo no sabe que está loco, pero escúcheme usted este soneto, si no es para partirse de risa».
–«¡Es extraordinario! Es un gran humorista».
–«Pues se lo toma muy en serio, y yo le animo a que continúe. Merece que se publiquen y que se haga famoso».
–«Un loco famoso, como Don Quijote. Encárguese de publicarlo».
No se publicó, y el genio loco no se conoce, no suscita la admiración merecida, solo aceptado como respetable caballero y abogado. Este es un caso verdaderamente extraordinario.
Otro caso hube de conocer yo que no quiero dejar en blanco: era un sastre que se tenía por un genio universal. Superior a Shakespeare, superior a Dante, superior a todo lo antiguo y lo moderno. Afirmaba su genialidad a todas horas, con tal acento de verdad que hacía prosélitos y reunía en su casa un sanedrín de adeptos. Era tan bien aceptado como un político de nuestros tiempos. Mantenía fobias tremendas con los que declaraba sus enemigos, algunos que no habían creído en su genialidad, y hacía tertulias monotemáticas, en las que solo se hablaba mal y peor del sujeto afectado. Escribía opúsculos deshonrosos contra la víctima, los dejaba caer por la calle, para que alguien los recogiese.
¡Y cómo pensaba aquel tipo! Decía que la ignorancia era la mayor prueba de sabiduría, y todo lo cutre y desmañado, lo vulgar y grosero, celaba un conocimiento superior. La ignorancia juiciosamente analizada como fuente de conocimiento. Constantemente reía y celebraba sus ocurrencias con tal acento de convicción que forzaba a darle toda la razón; pero, en todo momento, obsequiaba y celebraba el talento de sus presuntos partisanos, que solo por aceptarle ya gozaban de excelentes conocimientos filosóficos y eran como los discípulos de Cristo. Emprendió algunas campañas contra mí, pero no me afectaron en absoluto. Lo anunciaba con antelación. –«Hoy toca hablar mal de Paco Nieva». De mí, o de otro famosillo del que ocuparse.
Tengo la convicción de que en este mundo abundan los locos aceptados como seres normales y aun respetabilísimos. En mi pueblo hubo una vieja señorita que se decía la novia de Robert Taylor. – «Mañana mismo tomo un avión para Hollywood». Desaparecía por un tiempo, y aparecía contando maravillas de su contubernio. Disparataba en grande y se la invitaba con frecuencia y tomándola muy en serio, para divertirse un poco de la monotonía del pueblo.
–«Yo le hablo mucho de ustedes a Robert Taylor y me manda que les transmita sus recuerdos».
–«Háblele especialmente de mí, para ver si cuelo en alguna superproducción de aquellas».
–«No dejaré de hacerlo, hijita, y puedes confiar en mí y en el peso de mi influencia».
Y la aspirante quedaba ilusionada, por si era cierto que la loca aceptada era en verdad la novia de Robert Taylor.
Estoy convencido de que la locura nos ronda y nos asedia a todos, que debemos aceptar la vida como una forma particular de locura. Lo sospecho hasta de mí mismo. Jean Cocteau dijo de Víctor Hugo que era un loco que se creía Víctor Hugo. Y bien puede ser que Cocteau no fuera distinto. Yo no soy otro que Francisco Nieva, para servir a Dios y a ustedes.
✕
Accede a tu cuenta para comentar