Francisco Nieva
Literatura dramática
¡Bah...! Si el teatro es literatura, el teatro no es la realidad, es fantasía. Esto es lo que opina una curiosa mayoría de la profesión. Y si no es arte literaria, ¿qué es?
Se ha dicho que el teatro es escuela de costumbres, de buenas costumbres, se supone. Es bien curioso que la misma profesión proteste de que la literatura no sea la verdad y, por lo tanto, el verdadero teatro. Según éstos, el teatro es espejo de la realidad y no indiscriminada fantasía. ¿Que es trasunto de la realidad?
No. No es fiel trasunto de la realidad. Remontémonos a los clásicos griegos... Sería una realidad trascendida, enfatizada, monumentalizada, deformada, estilizada. La propia tragedia griega se esfuerza en parecer una realidad diferente, la realidad teatral. En su representación se empleaban los coturnos, que agigantaban al actor, las máscaras con rictus expresivos y boca de bocina, que asimismo deformaban la voz. En la realidad nadie habla en verso, ni con el énfasis de un discurso público. Un fantástico pregón.
El teatro es una realidad-otra. Obra de arte, que preside la musa Talía. El teatro es una vértebra de la cultura grecolatina. Se organizaban concursos públicos de arte literaria. Los dramaturgos se entrevistaban y consultaban entre sí, para no repetirse. La pureza y la belleza del texto eran estimadas en alto grado.
El teatro propone literaria y artísticamente mundos muy diversos, inesperadas versiones de la realidad, fuera del mundo cotidiano. No es un reportaje fidedigno, sino fantasía literaria, meticulosa exploración de los sentimientos. El odio, el amor, el miedo, la culpa y el arrepentimiento.
Esta vértebra de la cultura humanística ocupó durante siglos a la ciudadanía grecolatina, invadió las mentes y los hogares. Se hacía teatro universitario, colegial y casero. El teatro no solo se representaba, sino que se leía con la mayor naturalidad, para enterarse del estado social, la actualidad y el pasado histórico. Importante vínculo entre los hombres.
Pertenezco a una generación que leía teatro comúnmente, diariamente, como cualquier otro género de literatura, existía una publicación semanal, LA FARSA, que reproducía los estrenos más sonados de la capital: Benavente, Arniches, los hermanos Quintero, los Machado... Y los admirables y queridos intérpretes, los Calvo, los Vico, las María Guerrero, Carmen Cobeña, Margarita Xirgu, Loreto Prado, Carmen Díaz... Exhaustivo conocimiento de la mujer, desde la Celestina a Bernarda Alba, la heroína, la víctima superior, pivotes argumentales del teatro. Eran todos el pulso de la cultura y la sociedad. Y hoy, casi nadie lee teatro. El teatro escrito no se vende, más bien se regala, porque, al fin, quiere perdurar. Generalmente, nadie lee teatro. No me explico dónde está la dificultad. No es popular. Esto equivale a una invertebración de la cultura. Me espanta esta posibilidad. No concibo una sociedad sin teatro, sin un arte propio y singular, sin pulso intelectual, sin corazón, sin imaginación y fantasía. Esto es anormal. Las grandes crisis -como la presente- revelan las mayores carencias de una comunidad. ¿Cómo es posible lo que está sucediendo? Se ha banalizado grotescamente un vínculo social y cultural muy importante. Equivale a una destrucción icónica, semejante a la talibán. Crimen y suicidio. Parece que se inicia el fin de los tiempos, casi el juicio final.
Si no queremos morir, leamos a los clásicos, bebamos la vida en el teatro. ¿Cómo vamos a vivir sin teatro, la fuente de toda energía, de la identidad personal. ¿Cómo vamos a vivir sin espejo en el que mirarnos, mejorarnos y corregirnos, sin conciencia social? Nadie en su sano juicio, lo puede concebir.
Yo sólo me he enterado de lo que es el mundo a través del teatro: el teatro hindú, el No japonés, el Kabuki, las teatrales danzas rituales en los pueblos aborígenes, los teatros locales, los teatros de oriente, las marionetas, el supermundo escénico en su totalidad. El teatro nos informa de los movimientos y quiebros del arte y de la vida, lo cambiante, lo diferente, lo evolutivo. Brújula y barómetro de la realidad. ¿Cómo puedo llegar a saber quién soy sin el teatro? Sería un fantasma para mí mismo, un fantasma sin sentido, sumido en lo absurdo y el caos.
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