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Inocencio F. Arias

La foto de la Cumbre

Aunque la opinión pública de Estados Unidos es moderadamente favorable al restablecimiento de relaciones con Cuba –el 58% de los interrogados están a favor–, los medios estadounidenses hasta ayer dedicaban escaso espacio a la Cumbre de las Américas y a la histórica primicia del saludo y posible charla de Obama con Raúl Castro.

La noticia de que Hillary Clinton proclamará, por fin, que se presenta a las próximas elecciones ha robado los titulares. El acuerdo con Irán sobre la congelación de la construcción del arma nuclear por los ayatollas aún colea, más aún si tenemos en cuenta que el mandamás iraní Jhameini ha hecho unas declaraciones ambiguas a la par que desafiantes sobre el tema(«las sanciones a nuestro país deben levantarse sin dilación en el momento en que se concluya el acuerdo»).

Los periódicos yanquis que se ocupan del asunto cubano, sin demasiadas alharacas, se centran en que Obama manifestará en la cumbre que su país saca a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo. La decisión, aunque cause consternación entre miembros de la vieja guardia cubana en Miami, el candidato presidencial Rubio debe estar irritado, parece lógica: no hay pruebas de que La Habana esté mezclada en el tema del terrorismo y los países iberoamericanos incluidos los del Caricom, es decir las islas del Caribe en cuya pequeña Cumbre ha hablado Obama, han acogido la noticia con satisfacción. Los latinoamericanos no aman las sanciones y las acciones que huelan a prepotentes, lo sean o no, del poderoso vecino del norte son especialmente resentidas.

El desplazamiento de Obama al cónclave caribeño tenía entre otros objetivos diluir la influencia de Venezuela en esas quince pequeñas naciones. El régimen de Chávez viene proporcionando petróleo a doce de ellas a precios ventajosos. Justamente lo que hace con Cuba pero los Castro lo pagan enviando centenares de médicos a Venezuela y asesores policiales y de seguridad, cuyo salario es en parte percibido por el gobierno de La Habana. La bajada abrupta del crudo ha dejado a Maduro desvalido y le ha forzado a reducir sus envíos del maná petrolífero. Momento que aprovecha Obama para mostrar en persona su encanto y prometer una ayuda inicial a esos países de 1,000 millones de dólares para temas de seguridad.

Maduro sigue despotricando contra Estados Unidos, necesita cortinas de humo para distraer la atención de una población con crecientes carencias, que tiene un nivel de pobreza levemente superior a cuando el chavismo llegó al poder y en la que los derechos humanos son ostensiblemente quebrantados. Arremeter contra F. González, Aznar, Sanguinetti, Betancour, Fox y los otros veinte antiguos presidentes de naciones iberoamericanas que han firmado una carta criticando los excesos de Caracas no es tan rentable, –bastantes venezolanos pueden preguntarse por qué tanta gente ilustre ataca a su gobierno–, como insultar al gringo del norte. Eso siempre encuentra adeptos en casi cualquier país iberoamericano.

Por eso Obama trata de desactivar la mecha venezolana que Maduro quiere prender. Repite que Venezuela no es una amenaza para Estados Unidos, mientras Maduro «descubre» complot tras complot estadounidense en los que de vez en cuando mete al bueno de Rajoy(fustigar a la Madre patria, aunque menos que antaño, aún vende). El norteamericano sabe que hasta el aliado colombiano piensa que las sanciones a Venezuela podrían ser contraproducentes.

La foto de la Cumbre de las Américas será sin duda la de Obama y Raúl Castro. Saldrá en el planeta. La de Maduro con el estadounidense vale menos. La animosidad venezolana con Washington es mucho más reciente y a Maduro ya le fue infiel Raúl Castro cuando decidió restablecer relaciones con Estados Unidos sin informarle para nada. Tiene aroma de la crisis de los misiles de hace cinco décadas y en la que los despechados fueron los cubanos: Kruschef arregló con Kennedy, sin contar con Fidel, la retirada de los proyectiles de la isla.

La normalización total entre Cuba y Estados Unidos no es para mañana, el Congreso republicano aún ofrece resistencia, pero cada paso que se dé reforzará el legado de Obama. El Presidente quiere pasar a la historia por su discutida reforma sanitaria y, falto de tiempo y, habiendo fallado en Medio Oriente, por sacar dos espinas antiguas de la política exterior yanqui : Irán y Cuba. Va camino de hacerlo. Habrá Embajada en Cuba, más viajes, más contactos. En la isla hay clara alegría, 97% de los cubanos según una encuesta de Mundovisión quieren relaciones con EEUU y esperan buenas cosas de la apertura.

Para esto, Obama no ha necesitado a nadie, aunque los aspirantes a mediador brotaban por doquier. Entre ellos, nuestro inefable ZP que habría dado años de su vida por haber facilitado el deshielo que se anuncia. Pero como me dijo un diplomático yanqui: «¿Para que necesitaría mi Presidente al suyo para hablar con Cuba?».