Opinión

Bolsonaro se va a hacer un Puigdemont

El patriotismo le ha durado al ex militar lo mismo que al ex president que tardó 48 horas en fugarse a Waterloo

La primera salida del ex presidente brasileño, Jair Bolsonaro, en Florida fue a un restaurante de KFC con luces fluorescentes y mesas pegajosas por la variedad de salsas que ofrecen en la cadena del pollo frito. Bolsonaro llegó a Orlando el pasado 30 de diciembre dos días antes de la toma de posesión de su acérrimo enemigo, el ex sindicalista Luiz Inácio Lula da Silva, a la que por supuesto no asistió. El respeto institucional, que debe estar por encima de las diferencias ideológicas y las animadversiones personales, no existe para este tipo de dirigentes populistas. Bolsonaro había viajado a Estados Unidos con un visado A-1 reservado para diplomáticos y jefes de Estado. El permiso expiró el día que dejó el cargo, aunque se da un periodo de gracia de 30 días para extenderlo.

Una semana después de que Lula inaugurase su mandato una turba de seguidores del ex presidente brasileño tomaron las sedes de los tres poderes del Estado: el Palacio Presidencial, el Congreso de los Diputados y el Tribunal Supremo. Con este asalto a las instituciones los fanáticos bolsonaristas pedían un golpe de Estado y devolver al país al oscurantismo de la dictadura militar de 1964. Bolsonaro condenó los disturbios por «haberse pasado de la raya», pero, al mismo tiempo, ha estado alentado el «derecho a protestar» de sus partidarios. Un derecho que ha incluido numerosos actos subversivos como el bloqueo de autopistas o campamentos ante el cuartel general del Ejército en Brasilia con su complicidad, claro.

Durante los días de fuego y furia del procés, en septiembre y octubre de 2017, los catalanes tuvieron que sufrir el asedio de 23 horas de los independentistas a la Consejería de Economía y Hacienda para frenar un registro de la Guardia Civil. Hasta 60.000 personas se congregaron en la Rambla de Cataluña para tratar de impedir el desarrollo de una operación policial ordenada por un juzgado. En estos hechos se fundamentó –antes de la reforma del Código Penal– gran parte de la acusación de rebelión contra los principales líderes independentistas, entre ellos, el fugitivo ex presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.

El vínculo entre los asaltos a los poderes públicos brasileños y el ex presidente Bolsonaro es algo que tendrán que dirimir los jueces pero por si acaso el ex militar ha puesto tierra de por medio como en su día lo hizo Carles Puigdemont. Bolsonaro se aloja en la mansión de un ex luchador de artes marciales mixtas, José Aldo, en la localidad de Kissimmee, en Florida, donde a menudo se reúne con miembros de la comunidad brasileña de expatriados de su cuerda. Esta semana ha solicitado un visado de turista de seis meses para permanecer en Estados Unidos. Hay señales que indican que su presencia resulta bastante incómoda para la Casa Blanca sobre todo a medida que se le complica el panorama judicial en Brasil. Bolsonaro se enfrenta a múltiples investigaciones en su país tanto por presuntas irregularidades durante su mandato de cuatro años como para determinar si tuvo algún tipo de responsabilidad en la insurrección de Brasilia. El patriotismo a Bolsonaro le ha durado lo mismo que a Puigdemont que tardó 48 horas en fugarse en el maletero de un coche a Waterloo después de haber proclamado la independencia desde la escalera del Parlament.