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Bandas latinas

Madrid no puede ser El Salvador

Tan cierto es que esa chusma que son los Trinitarios y los Dominican Don’t play se matan entre ellos como que ya empiezan a imponer su ley en prácticamente todos los barrios de Madrid

Se antoja una verdad irrefutable que la inmigración latina es bastante mejor en términos de integración que la otra mayoritaria, la proveniente de países musulmanes. Esencialmente, porque compartimos cultura, religión e idioma. Su nivel de adaptación resulta tan notable como era el nuestro hace no tanto cuando hicimos las américas en el siglo XIX y en la primera mitad del XX. No se sienten como en casa pero casi. El musulmán es, en general, muy trabajador. Pero entre cientos de miles de personas de esta confesión religiosa en España siempre corres el riesgo de que se te cuele una oveja negra. Cuantos más seguidores del Islam haya, más posibilidades tienes. No es xenofobia, es una simple regla de tres estadística certificada empíricamente. Que les pregunten, si no, a los belgas, que padecen el siniestro Molenbeek, o a los galos con Saint-Denis, Essone o Grigny, banlieues donde la Gendarmería entra lo justo, si es que entra.

En España eso no sucede, de momento, pese al buenismo de este Gobierno socialcomunista tan crítico con Vox como comprensivo con el islamofascismo. Tenemos que dar gracias a Dios, al destino y, sobre todo, a Colón de nuestros proverbiales vínculos con las naciones abajo el Río Grande. La inmensísima mayoría de nuestros hermanos iberoamericanos convive con nosotros en perfecta armonía. No suelen dar problemas, son cumplidores y, como cualquier español, están educados en la bendita praxis del esfuerzo. El drama es que, como los musulmanes, especialmente los de segunda y tercera generación, importan mayoritariamente lo bueno pero minoritariamente también lo malo.

Los grandes carteles de la droga mexicanos y colombianos no han logrado asentar sus reales por estos pagos. La culpa es del eficaz marcaje al hombre de Policía y Guardia Civil. No puede decirse lo mismo de las maras centroamericanas, mafias que en sus países de origen constituyen auténticos ejércitos paralelos a los cuales van a parar niños y adolescentes de familias desintegradas que encuentran en el gang el calor que les faltó en su hogar. Las cifras de este 2022, sólo en Madrid, ponen los pelos de punta, provocan auténtico terror callejero e invitan a colegir que a la delegada del Gobierno, mi colega Mercedes González, el asunto se le ha ido de las manos. El asesinato a tiros de un niño de 15 años, William, el pasado domingo, es el epítome de una lacra que crece exponencialmente. No son cuentos sino más bien cuentas: el año pasado las bandas latinas se cobraron la vida de dos personas, tres veces menos que este año que, sin haber puesto el punto y final, suma ya seis por disparos o machetazos. Y que nadie se haga trampas al solitario: tan cierto es que esa chusma que son los Trinitarios y los Dominican Don’t play se matan entre ellos como que ya empiezan a imponer su ley en prácticamente todos los barrios de Madrid, donde abusan de chicas menores de edad, extorsionan a chavales españoles pacíficos e imponen su ley en todas las discotecas que frecuentan. Sería bueno que la delegada del Gobierno pase del estadio de la verborrea al de los hechos.

En El Salvador, Honduras y Guatemala no les pusieron firmes a su debido tiempo y ahora conforman estados paralelos dedicados a cobrar el impuesto revolucionario a indefensos tenderos, a la violación, al secuestro y, obviamente, al narcotráfico. Sólo el salvadoreño Bukele se ha tomado esta amenaza en serio; en Guatemala y Honduras no mandan sus presidentes sino esta gentuza. Los cánceres o se extirpan ipso facto o se convierten en metástasis que se llevan todo por delante. Aún estamos a tiempo.