Apocalípsis
Ya decía Homer Simpson que el fin del mundo está cerca
No tenemos tanta sangre para alimentar a los vampiros que nos acechan. La vida es una sucesión de apocalipsis. El cielo se nubla, suenan las trompetas, los profetas esperan ansiosos la gran ola
Apocalipsis es la palabra de la semana, tal vez del año. Vamos a morir todos, nada que no sepamos, hasta Homer Simpson se pasea con una campana por la calle y un letrero que reza «The end is near». Y no hay nada que podamos hacer. Desde que comenzó el siglo XXI vamos falleciendo por meses, de tal manera que si las profecías se hubieran cumplido no quedaría nadie vivo (menos Will Smith) a estas alturas del siglo. En Youtube triunfan los tutoriales para fabricar estufas con latas de sardinas y placas solares caseras en caso de apagón. Maravilloso. Me cuesta abrir una lata solo para comer lo que hay dentro de ella como para ponerse a hacer una estufa. No todos llevamos un McGyver dentro, así que me hallo en la primera línea para morir de inanición o de frío. El error 404, una masiva caída de internet, se contempla como una posibilidad real. Algo así como el Diluvio Universal pero sin un Noé que nos acoja. No veo a Teresa Ribera con barba luenga. Tanto evolucionar para quitarnos el rabo que lucen los monos y ahora resulta que Edison era en verdad un saboteador del futuro. Los años veinte iban a ser una fiesta, como en el siglo XX, y ahora se presenta como en el final del guateque de «Carrie».
No tenemos tanta sangre para alimentar a los vampiros que nos acechan. La vida es una sucesión de apocalipsis. El cielo se nubla, suenan las trompetas, los profetas esperan ansiosos la gran ola. Lo peor de todo esto, haya o no motivos para la preocupación, es que la sensación del personal es que no hay lugar para esconderse y que el futuro no será más que un vivir en una cueva con una caja de orfidales, en caso de que sobren suministros. Me atrevo a vaticinar una conspiración para acabar con el capitalismo que conocemos, el culpable, según la ortodoxia cultural, de todos los males. No olviden que la cultura es la que maneja la propaganda, del neofeminismo a la rabia animalista. La cultura no es ya un libro, o una película, sino la máquina que nos dicta cómo debemos actuar para ser admitidos en el reino de los cielos. Le sucederá otro capitalismo, que controlará más el devenir de nuestras almas. Las empresas se hacen socialdemócratas para sobrevivir al envite. El nuevo apocalipsis, después de la pandemia, no es más que un caballo de Troya que entrará en las tripas de nuestras conciencias para que concluyamos que el culpable, no la solución, es el dinero. He ahí el éxito de «El juego del calamar». Pero la pasta no es mala, sino lo que el poder está dispuesta a hacer con ella. Pregunten a Zuckerberg.
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