Iñigo Urkullu
Viajero de Heisenberg
Notas del 5 de noviembre, resurrección del anorak, del brasero y del impuesto de plusvalías. Dante soñó el infierno con 35 años porque no estuvo en la cafetería de la Estación deChamartín. Hace un frío como para retractarse de algo, un frío del octavo círculo del infierno de Alighieri -una tormenta de granizo cae sobre los condenados y el perro Cerbero devota a los pecadores de la gula-. La empleada de limpieza pasa el paño sobre las mesas en sentido contrario a las agujas del reloj y a cada poco dice: ‘Ay’. El vendedor de lotería me recuerda al célebre ‘Platanito’, pues todos los vendedores de lotería de Madrid son el Plátano (fue torero, se enamoró de una enana y en su vida ha repartido un premio). El lotero mira fijamente y me dice: “Cuatro cientos mil euros” con aire casi de Íñigo Urkullu quejándose de dumping fiscal de Madrid. ¡Urkullu! ¡Del Dumping! ¡Fiscal! ¡De Madrid!
Tendremos que hablar un día del dumping de la Bahía de la Concha, pero hoy voy camino de Valladolid, Euskadi del Sur. Ya imagino a los amigos fumando en la puerta de los bares con los dedos de los pies amputados por la congelación. He llegado al tren con tres horas y media de adelanto porque puedo dirigirme la estación correcta y llegar a la hora correcta, pero no puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo. Soy un viajero de Heisenberg. Dice Jose Peláez que llegar a Chamartín con mucho tiempo es como llegar a tu propio entierro con adelanto. Y escribir en el tren es como escribir con tacones. Todo es zozobra, crisis energética e invierno en los lineales del supermercado.
Al fin, Valladolid. Busco por la ciudad las señales del apocalipsis y todo son miradores, tiendas de zapatos y aquel verso de Antonio Machado: “Palacio, buen amigo, está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos”. Por la acera de Recoletos, bajo un sol ciego, las mujeres visten abrigos que son un poco abrigos de madre porque Castilla es la madre de España, la red de nuestras acrobacias y el suelo de todos nosotros. Si hay un gran apagón, que me pille en Pucela, con un lechazo en el plato y un vino de Ribera.
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