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Medio Ambiente
Ingeniería para enfriar la tierra
Que el tiempo se acaba es el mejor argumento para los que como Bill Gates consideran que sin la tecnología será imposible luchar contra el cambio climático. Las ideas son de los más variadas y van desde inyectar sulfuro en la estratosfera a rebotar los rayos solares
Bill Gates lleva unos meses en el mentidero, primero como protagonista de teorías conspiratorias de todo tipo relacionadas con la pandemia y las vacunas, y ahora con el cambio climático. En su nuevo libro «Cómo evitar un desastre climático» plantea, como entusiasta que es de la tecnología, diferentes soluciones de ingeniería para ayudar al planeta a enfriarse, mientras los gobiernos hacen los deberes, se supone, y empiezan a reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero.
Si cuando se empezaba a hablar de geoingeniería hace décadas resultaba hasta jocoso, ahora la comunidad científica está cada vez más dividida, también porque quien apoya estas soluciones tiene un sólido argumento a su favor: el tiempo se acaba. En 2018 El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) afirmaba que quedan poco más de 10 años para realizar una transformación sin precedentes para que el aumento de la temperatura global se limite a los 1,5 grados. «Hay muchas propuestas. La gran mayoría de las tecnologías se centran en dos objetivos. Por un lado, se trata de intentar reducir las cantidades de energía solar absorbida por el sistema climático. Para ello se ha propuesto instalar espejos en el espacio, inyectar aerosoles estratosféricos, aumentar el brillo del océano o las nubes, incluso aclarar el color de los tejados y cultivos», explica Mar Gómez, doctora en Físicas de eltiempo.es.
De los últimos y más serios proyectos se puede destacar uno de Geoingeniería solar de La Universidad de Harvard que consiste en enviar globos aerostáticos que fumiguen pequeñas partículas reflectantes, pueden ser aerosoles de sulfato o carbonato de calcio, en la atmósfera superior, donde podrían dispersar una pequeña fracción de la luz solar de regreso al espacio. Otra empresa de California propone esparcir una capa fina de vidrio molido sobre el hielo del Ártico para protegerlo de los rayos del Sol y permitir que se regenere. Otra idea supone copiar a la naturaleza, más concretamente las erupciones volcánicas. La del Monte Pinatubo de 1991 en Filipinas arrojó 20 millones de toneladas de dióxido de sulfuro a la atmósfera e hizo que la temperatura descendiera medio grado durante dos años. El problema fue el colapso que causó y su incidencia en el agujero de la capa de ozono.
«No soy partidario de introducir componentes en la estratosfera y modificarla. Ya hemos visto lo que está haciendo la inyección de CO2 en las capas bajas de atmósfera y las alteraciones que está provocando», opina Jorge Olcina, director del laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante. De hecho, en 2020 el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) alertaba en un estudio que las estrategias de geoingeniería orientadas a reducir la radiación solar entrante «cambiarían significativamente las zonas en las latitudes medias y altas donde se forman ciclones durante todo el año y son dirigidas por la corriente en chorro a través del mar y la tierra. Los cambios en los vientos podrían afectar a la circulación de las aguas oceánicas y a la estabilidad de las capas de hielo. Y no hay que olvidar que la mitad de la población mundial vive en las regiones extratropicales», alertaba en un reportaje la BBC.
Hace unos meses, un consorcio internacional formado por las Universidad de Sidney y Queensland y la firma EmiControls, probaron una técnica para dar más capacidad reflectante a las nubes y proteger así el arrecife de Broadhurst, dañado por el calentamiento del mar. Los científicos colocaron en un barco una turbina con 100 boquillas de alta presión por las que lanzaron a la atmósfera miles de nanopartículas de cristales de sal marina, capaces, teóricamente, de mezclarse con las nubes. Esta sombrilla natural no tiene «consecuencias negativas para el medio ambiente, ya que la turbina solo está ayudando a reconstruir un fenómeno natural: los cristales de sal se recogen del agua de mar y luego se pulverizan en el aire. Estos se mezclan con las nubes bajas para hacerlas más brillantes y que reflejen más luz solar hacia el espacio. Así sombrean el arrecife y enfrían el agua de mar. No es una solución a largo plazo para el arrecife ni detendrá el proceso, pero puede ralentizar el blanqueamiento del coral», explica Monika Zipperle, portavoz de la firma.
ALMACENAMIENTO
La otra opción que ofrece la geoingeniería es «aumentar los sumideros netos de carbono procedente de la atmósfera a una escala suficientemente grande para alterar el clima. Estas propuestas se basan en la captura o retirada del dióxido de carbono. Dentro de este grupo se incluyen ideas como fertilizar el océano (empleando hierro o nitrógeno como nutrientes para estimular el crecimiento del plancton vegetal) o modificar su alcalinidad para que sea capaz de capturar para CO2, capturar el aire directamente, la forestación o la Bioenergía con Captura y Almacenamiento de Carbono, conocido como BECCS. Estos aún no han sido probados, podrían no estar disponibles en los niveles previstos y podrían requerir una gran extensión de terreno, equivalente al área de Australia», opina Gómez.
La captura y almacenamiento asociada a procesos de industrias emisoras es quizá la tecnología con la que más se ha experimentado y una de las que el IPCC considera como factible. Existen unos 20 proyectos en todo el mundo «que actualmente capturan y absorben 40 millones de toneladas de CO2 al año”, explica Kim Bye Bruun, gerente de Relaciones Externas y Relaciones Gubernamentales del proyecto noruego Northern Lights JV.
Noruega es uno de los países pioneros en esta tecnología. Cuenta con dos grandes almacenes submarinos (Slepiner y Snohvit) funcionando desde hace unos 25 años, asociados a empresas extractoras de gas natural. Ahora están embarcados en una gran proyecto de captura, transporte y almacenamiento en un nuevo depósito marino a 100 km de la costa y a 2.600 metros de profundidad bajo un suelo de arenisca. En principio hasta aquí irán a parar las 800.000 toservicio neladas de CO2 de una cementera y una planta de producción de biogás cercanas. Aunque su idea es poder almacenar hasta cinco millones de toneladas en este depósito submarino y dar a las industrias contaminantes del resto de Europa. Es decir, se podría capturar las emisiones de cementeras o de la industria del acero, transportarlas hasta la terminal de Øygarden y dejarlas enterradas bajo el mar. Incluso dar servicio a esas plantas piloto de captura directa de CO2 del aire que empiezan a instalarse por el mundo. Quizá sea una alternativa cada vez más urgente, dice Bye, «visto que ya hay estudios, como uno de Shell, que indican que para 2050 habrá unas 600 millones de emisiones de CO2 inevitables por mucho que se descarbonicen los sectores. Par algunas actividades será imposible».
Reforestar y evitar la deforestación parece soluciones más naturales y efectivas. De hecho, el IPCC también las contempla, aunque afirma que habría que incrementar la superficie forestal del planeta en 1.000 millones de hectáreas (como Canadá), para cumplir con los acuerdos de París. Eso sí hay que tener en cuenta que los árboles necesitan unos 40 años de para alcanzar su plenitud en la captura de carbono. «El IPCC evalúa y analiza todas las propuestas citadas. Pero muchas de estas ya han sido descartadas. El principal problema de la mayoría de estas propuestas es que no pueden ser probadas a gran escala, al nivel en el que tendrían que implementarse para que fueran efectivas. Al no poder testarse tampoco se puede cuantificar el impacto que tendrían en el sistema climático», dice Gómez.
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