Opinión / Los trabajos y los días

Rafa Nadal

«Jugaba dos partidos a la vez, el que disputaba con sus rivales y el que libraba con sus lesiones»

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Rafael Nadal durante un partido en el open de Australia.La RazónLa Razón

Rafa Nadal regresa para despedirse de las pistas. Vuelve para marcharse, vamos. Como los Stones, que para apearse de los escenarios se montan una gira. Este hombre-Sísifo, que siempre jugaba dos partidos a la vez, el que disputaba con sus rivales y el que libraba con sus lesiones, trajo a las pistas esa épica de levantarse del suelo que solo tiene el boxeo y que el cine, con su cinematografía de Rockys, ha elevado a la inmortalidad.

A Nadal, Rafa, nunca Rafael, que la gloria siempre recorta el nombre para adecuarlo a los moldes de la fama, muchos comenzaron a seguirlo para sumarse a la celebración de sus victorias y otros para asistir al espectáculo que brindaba su voluntad atávica, sorda, ensimismada. Esa capacidad que convertía a la paciencia en el mejor revés. Es como si las cordadas de sus raquetas estuvieran trenzadas de moral en lugar de sintéticos.

En el selecto club de «gentlemen» de Wimbledon y Roland Garros, donde muchos espectadores todavía debían considerar una afrenta que el sudor perlara la frente de los jugadores, el tenis de esfuerzo, peleón, casi manual y obrero de Rafa representaba una anomalía. Es como si un monstruo se les hubiera colado por la puerta trasera. Nadal, el universal de Manacor, es uno de esos campeones que salen de la adversidad. Un cantero de sí mismo. Alguien que siempre se reencuentra con la grandeza cuando el destino le viene a la contra. En lo fácil, como que amarillea, verdea.

Ahora, vuelve, ya decimos, casi a una edad tardía, como apuntaría Luis Landero, porque a los Slams de la vitrina hay que darles un remate. Buscarles la continuidad de un broche último. Tanto relato no merecía una despedida sonámbula en una lóbrega sala de Prensa. Nadal, que ha vivido una carrera de tenis brillante, sufriente y mártir, retorna para bruñir un final. Viene para decidir irse él, consciente de que Leónidas no entró en la historia por ser rey, sino por esa forma suya de caer en minoría.