Arte
El ilustrador que capta el alma de los barrios madrileños
Existe una arquitectura diferente a la majestuosa de Antonio Palacios, la que emplea Carlos Brayda: el arte de viajar en el tiempo
“Me emociona la domesticidad y arqueología social de Madrid”, confiesa Carlos. “Yo nací aquí y cuando hago mis proyectos siempre hay una conexión con Madrid porque es el lugar donde me crie”. Escenógrafo, diseñador de escaparates e ilustrador, Carlos Brayda (@carlosbrayda) tiene relación con el mundo del teatro desde los 14 años. Ha colaborado con compañías como Yllana, Pentación Espectáculos, Productores de sonrisas o Barabú. En el mundo del escaparate ha trabajado con firmas como Roca, Loewe o Montblanc. Sus obras, tanto en escenografía como en ilustración, se caracterizan por su peculiar estética y el dominio de técnicas como la acuarela o la pintura digital. Lugares convencionales sin necesidad de ser monumentales y retratos construidos a partir de las miradas, son los principales trazados del ilustrador.
“Yo quiero paga, papá”, dijo a sus 14 años. “Yo te daré un salario”, respondió su padre. Carlos perteneciente a la segunda generación de una familia de artistas, reside en Carabanchel y presta especial interés al concepto de barrio. Le llama la atención la cotidianeidad y humildad que representaban muchos espacios de antaño. Por eso, la mayoría de sus trabajos se centran en las zonas periféricas (al menos hasta hace unos años) como pueden ser Puerta del Ángel, Vallecas o Carabanchel: “Me parece muy interesante porque son lugares que tienen un potencial que se está perdiendo, generan un atractivo muy genuino de lo que podría ser un barrio con B mayúscula”. El turismo, la globalización o el elevado precio de los alquileres son algunos de los factores que influyen en la pérdida de esa sensación de arraigo y pertenencia, con sus costumbres y tradiciones, al lugar donde crecimos: “El mundo está cambiando en todos los niveles y para todos los estamentos sociales. Están interviniendo exponencialmente los gigantes comerciales y grandes empresas como Amazon, que ha cambiado el concepto de comercio. No entraré en si es bueno o malo, pero a nivel estético se ha perdido mucha esencia y todo se está “gentrificando”. Ya no existen los típicos baretos de los años sesenta o setenta. Por ejemplo, el Palentino de Madrid tenía una decoración que a mí me entusiasmaba, era algo que nunca había visto, sus lámparas, su arquitectura… Ahora todos los locales tiran al ladrillo pintado con cemento, suelo de tarima flotante que simula al azulejo antiguo pero que no lo es y, como no, a la moda de recurrir al color gris”.
Mediante acuarelas, acrílico y técnica digital, Carlos concibe que el arte es también la capacidad de representar una época: “es como viajar en el tiempo”, menciona. “Antes había en el centro de Madrid bares que significaban historia, igual que entrar a tascas del siglo XIX. Emociona ver como lugares con años de vida han perdurado frente a tantos acontecimientos y siguen de pie en el presente, edificios que han superado la gentrificación, la guerra civil, el éxodo rural… y ahí están. Me entristece que eso se esté diluyendo. Cuando les preguntaba a mis padres me decían que, durante su juventud, en Madrid se respiraba literalmente una movida, ese era el ambiente. Ahora me cuestiono muchas veces cuál es el sabor de los barrios y ni siquiera yo sé que es eso”. Y es que, la globalización, con sus pros y sus contras, también se ha infiltrado en el mundo artístico: “Si te fijas en la arquitectura de las grandes ciudades europeas todo es bastante similar. Un edificio de los años sesenta en Madrid sí es muy diferente al que hay actualmente en París, pero a día de hoy todo lo que se está construyendo, edificios y rascacielos, podrían estar en cualquier lugar del mundo. Por ejemplo, tengo un amigo que vive en Japón y me pasa fotos de nuevas construcciones que son primas hermanas de las que se están levantando en la Gavia”, explica Carlos.
En el caso de la capital, se encuentra en una progresiva pérdida de población desde 2015 (un 0,8% según el Padrón Municipal en 2021). En 2020, salvo el distrito Centro, el resto de distritos perdieron población de forma notable. Muchos vecinos temen a que la proliferación de pisos turísticos, el exceso de edificios dedicados al ocio o la subida de los precios expulsen a los residentes y nativos de los barrios más céntricos. Ya avisaron Fernando Vicente, Borja Carballo y Rubén Pallol en su lectura “Entre palacetes y corralas” que la segregación social de la ciudad era innegable, así como sus diferencias notables entre los distritos. Sin embargo, estos autores hablaban de que los barrios, dentro de una distancia horizontal, no eran guetos homogéneos, sino que se mantenía una cierta convivencia entre grupos de distinto poder adquisitivo. Por ejemplo, en palabras de estos autores: “En Chamberí, el edificio nº 13 de la calle de Trafalgar (que conectaba el boulevard de la calle Luchana con la Plaza de Olavide), donde se alojaban las familias de Jerónimo Coboso, el portero; la de Juan Cerceda, en cuya tienda tiene a un joven criado; la de Evaristo López, carpintero; la del médico militar Luis López Alonso (por cuyo bajo paga el doble que Evaristo); o la de José Aurial, catedrático que reside en el principal”. Esta coexistencia mencionada es la que ahora mismo se está perdiendo y Carlos, mediante sus obras, trata de proyectar: “Ilustrar es para mí una forma de expresión creativa, un canal de comunicación conmigo mismo, hacer cualquier trabajo de arte y que no te emocione ni remueva tus células tiene que ser imposible”.
En el dibujo de las viviendas en Vallecas (en las que se inspiró en las fotografías de Leah Pattem), las imágenes no pretenden transmitir solo el problema existente de la vivienda, sino el concepto de vivienda viva: “Son casitas casi como las del estudio Ghibli. Son personas que llegaron de un lugar y pusieron su casa donde y como pudieron. En el centro hay edificios impresionantes, señoriales y muy bien cuidados, pero no tienen esos detalles de antena parabólica, plantas, gatos, cables, ladrillos, puentes que cruzan a otras casas que no existen… Además, hablan de historia e identidad, el caso de Vallecas tiene un largo recorrido”. Así fue como un día se dio luz a la arquitectura invisible en un edificio levantado en 1927, cuyo propietario pensaba derribar para levantar uno nuevo, pasó en 2017 a formar parte del catálogo de bienes y espacios protegidos del Ayuntamiento de la capital. Se trata de la fachada fotografiada por el reportero Robert Capa durante la guerra civil en la calle Peironcely, 10 (Puente de Vallecas). Y así es como el joven Carlos Brayda hace uso de la pintura para no decir adiós a una época.
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