Política

Andalucía

V de la verdadera Cataluña

Una manifestación en Barcelona en la que se exhibieron tanto banderas españolas como senyeras: una excepción de tolerancia
Una manifestación en Barcelona en la que se exhibieron tanto banderas españolas como senyeras: una excepción de tolerancialarazon

Si se observa el plan para construir una V llena de personas, se comprobará que no es una cosa cualquiera. No se trata de que cada uno se ponga donde quiera. No, cada uno, o cada pieza del puzle, debe ocupar un lugar determinado, dependiendo de la comarca de donde proceda. Y además hay que inscribirse: gente seria. Nada puede quedar al albur de la improvisación. Como siempre, serán un millón (o medio millón...) y volverá a demostrarse –y así lo explicarán sus organizadores de la Asamblea Nacional Catalana– que Cataluña quiere la independencia, ya. Después del 11 de septiembre, vendrá el 9 de noviembre; se votará, ganará el sí sí y, esa misma noche, o al día siguiente –eso está por ver– desde el balcón del Palacio de la Generalitat alguien o todos juntos –siempre todos juntos– declarará unilateralmente la independencia. Se acabó. Esa es la hoja de ruta de la ANC, del Òmnium Cultura, de ERC y de la amalgama de asociaciones que nutren al nacionalismo catalán.

Es difícil sobrevivir cuando todos las terminales del nacionalismo actúan bajo el mismo principio: a Cataluña le asiste el derecho a decidir; quien no lo crea así no es un demócrata. Todo esto tiene lugar bajo la sofocante sensación de que, en cualquier circunstancia y actividad, «se está haciendo patria y se está construyendo un país», como dice Félix Ovejero. Ese es el terreno de juego trazado por el independentismo, pero, claro, no todos están de acuerdo. «Como decía Stalin, esa construcción de que unos quieren el bien para Cataluña y otros destruirla, es obra de los "ingenieros del alma"», afirma Ovejero, profesor de Economía, Ética y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona. El juego es otro y tiene que ver con «el crecimiento de la España democrática: sencillamente, en Cataluña muchos intelectuales, políticos y líderes de opinión han preferido ser cabeza de ratón, tener su propia corte sin tener que demostrar mucho», dice este profesor.

Hasta hace muy poco, Cataluña y, de manera más concreta, Barcelona, era un ejemplo de sociedad cohesionada por un catalanismo muy diluido y con tonos y sabores diversos. Eso ha saltado por los aires y si «el compromiso de los intelectuales era con la verdad, ahora lo es sólo con un proyecto político y nacional». El editor Andreu Jaume (entre sus últimos trabajos están la obra crítica de T. S. Eliot y las «Obras Completas» de Shakespeare) describe esta transmutación del intelectual en agente político nacionalista: «El soberanismo ha sido un negocio y muchos se han puesto a su servicio». ¿Le inspira algo el paisaje de una ciudad llena de turistas y banderas? «Es en lo que han convertido esta ciudad, que fue culta y amable, en el producto de una campaña nacionalista, abandonada por su Ayuntamiento y emblema de la nueva tierra que quieren vender. Pero es una dejadez permitida por su sociedad civil, que tiene cosas muy buenas, que no ha hecho nada por miedo a que afectara a su negocio», concluye Andreu Jaume.

«Sin duda, no contaban con que hubiese gente que tomase la palabra en contra del nacionalismo. Eso no estaba previsto. Y hacerlo desde hace treinta años, como es mi caso, no fue fácil: sólo recibías silencio, que te llamasen apocalíptico y tremendista, en el mejor de los casos», dice Arcadi Espada, periodista y promotor de Libres e Iguales, que celebrará un acto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el próximo 11 de septiembre.

Si hay una palabra que echa por tierra esa sociedad cohesionada, moderna y tolerante es «fractura». Albert Boadella, que fue un símbolo de la cultura catalana, de la irreverencia y la libertad creativa y ahora es un hombre de teatro odiado por el nacionalismo, cree que existe una fractura «representada por el silencio de mucha gente que calla para no tener problemas y, por otro, porque en las familias se ha optado por no hablar de política; es un tema tabú, otro más. El silencio siempre ha sido un buen cómplice del nacionalismo. Si no eres nacionalista, ¿puedes hablar en alguna televisión, en alguna radio? El nacionalismo ha creado un verdadero problema de libertad y democracia».

Manuel Cruz, catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona y miembro de Federalitas d'Esquerra, recuerda que fue Artur Mas el primero que habló de fractura, pero como el efecto lógico de «no dejarles votar en la consulta independentista». Luego, lo hizo el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, cuando habló de que la política catalana había desaparecido de los temas de conversación familiares. «Si hablamos de fractura en su sentido laxo, la convivencia civil en Cataluña está en entredicho. El anhelo de cohesión –aquello de «un sol pople»– se ha ido deslizando hasta un lenguaje de confrontación», dice Cruz, que considera, además, que la fundación de esta asociación que propugna el federalismo frente al soberanismo no nació tarde, sino «cuando se hizo insoportable la sensación de orfandad política».

En parecida línea se expresa Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional en la Unviversidad Autónoma de Barcelona y fundador de Ciutadans. «Hablaría de que hay un enfrentamiento más duro de lo normal, que el ambiente está enconado y, algo muy significativo, en familia ya no se puede hablar de política».

La elección de «España nos roba» como la idea motriz del nuevo independentismo que deja atrás la cultura como el valor común y prefiere el agravio económico ha sido nefasta. «Es una fuente de enfrentamiento que viene de lejos, de cuando se hablaba de ejército de ocupación y de emigrantes ocupantes, que venían de Andalucía, Extremadura, Galicia..., y que fue tejiendo una trama de intereses y una sociedad artificial sobre la que ahora gobierna una casta que ha conseguido la hegemonía y busca la impunidad», dice Francisco Caja, profesor de Estética de la Universidad de Barcelona y fundador de Convivencia Cívica Catalana. «El Gobierno de la Generalitat lo controla todo, hasta los clubes de filatelia, como decía en la Unión Soviética», dice Caja, que considera que antes de que se pusiera en marcha el proceso «había margen para la adaptación para acomodarse, pero cuando se exige una aceptación pública del ideario nacionalista, las alarmas se disparan y surge la crispación. Se ha roto el tabú de la concordia y la pax catalana».

El problema es el «bombardeo constante» del aparato nacionalista, que lleva dos años intensivos machacando sin tregua. «Ése será el problema –afirma Andreu Jaume–: que acabe afectando a la convivencia». «No hablaría de fractura, pero sí de una amenaza muy grande –prosigue este editor que tanto trabaja con autores en castellano como en catalán–. El nacionalismo ha manipulado las emociones, ha jugado con las ilusiones de gente de buena voluntad a las que ha prometido el paraíso y que ahora ve que se está desmoronando con el descubrimiento de que Pujol, que era más que un político para ellos, un líder espiritual, no es el hombre ejemplar que pensaban. Pero hay algo que no pueden controlar y que ha creado ese discurso: la gente joven que la sublimado la frustración de su generación con la independencia de Cataluña, y eso es peligroso».

El escritor Javier Pérez Andújar ha vuelto a editar un viejo libro que recobra mucha actualidad, «Catalanes todo», un relato desternillante y ácido sobre cómo en la Barcelona de posguerra las almas del franquismo se convirtieron en nacionalistas. «Lo que está sucediendo es el signo de los tiempos, pero no es trascendental, forma parte de cómo es el mundo hoy. Hay patriotismo en todos lados, en Escocia, en Ucrania... Creo que todo esto no será para siempre y pasará. La fragmentación de los países ha ido en aumento y ahí tenemos lo que pasó en Yugoslavia. Ahora bien, tenemos que rehuir el lenguaje del conflicto y si nos dedicamos a tocar la herida, haremos daño. La herida no está en la calle, sino en las instituciones». Y tampoco está en todas las familias, como en las que proceden de la emigración y no han acabado de integrarse del todo en el modelo del catalanismo. «Ésas no están quebradas –dice Félix Ovejero–, pero hay otras donde ya no se puede hablar». «La cohesión social se basaba en imponer lo mayoritario, como la lengua, por eso hay muchos que todavía no se creen catalanes, desfase que puede verse en la composición del Parlament, que no corresponde a la realidad sociológica de Cataluña», afirma Ovejero.

Félix de Azúa, escritor y ensayista que ha dejado Barcelona y se ha instalado en Madrid como remedio para sobreponerse al ambiente de fervor, no ve nada nuevo bajo el sol patriótico: «Siempre ha habido una fractura entre los carlistas, los del archiduque, los franquistas, y el resto de los catalanes. Hay una parte ultraderechista en Cataluña siempre enfrentada a los demócratas y liberales. Antes era la típica fractura entre el campo y la ciudad, pero ahora ya sólo hay ciudad». Vuelven los viejos fantasmas y, para algunos, no hay que dramatizar. Es decir, el independentismo catalán algo tiene, o mucho, que ver con el populismo aparecido en otros lugares de Europa. «El populismo es el síntoma de la quiebra de algunas formas de hacer política; de ahí que Mas diga que él no lidera el movimiento, sino que lo acompaña, algo alarmante dicho por un jefe de Gobierno», dice Manuel Cruz. «Nosotros somos mejores, diferentes... ¿Por qué lo hacemos mejor: porque somos catalanes. En ese discurso anida el populismo europeo», opina Félix Ovejero.

Como decíamos, llegará el 11 de septiembre, conseguirán dibujar una V (de victoria) a vista de pájaro con miles de ciudadanos, votarán el 9 de noviembre, y si no, harán una parodia de votación... y llegará el día siguiente ¿Qué pasará? Supongamos que todo sigue igual, es decir, que Cataluña sisgue siendo la comunidad europea con más autonomía del continente... Para Francesc de Carreras «algo se mueve». «Cuando te ponen en el disparadero del sí o el no y se van rebatiendo uno a uno los argumentos de que la independencia no tendrá efectos económicos y que Cataluña continuará en la UE..., porque las razones del soberanismo siguen siendo sentimentales, ¿qué salida hay? Además, el descubrimiento de las cuentas de Pujol ha tenido un gran impacto y el proceso está seriamente dañado». Manuel Cruz cree que el nacionalismo va a seguir manteniendo la presión aunque no se celebre la consulta, pero lo realmente importante a tener en cuenta es que, ante cualquier solución, y de manera especial la federalista, «el gran problema es la lealtad del nacionalismo», porque «un Estado federal requiere un pacto muy fuerte entre todos».

Arcadi Espada duda de que el federalismo sea ahora la solución cuando no se cumple el principio básico de este sistema, que es la ausencia de privilegios: «Todos saben que España es un Estado federal, pero con la anomalía vasca y navarra. Por lo tanto, ¿de qué federalismo hablamos»? Opta por una posición tal vez más orteguiana: algunos problemas entre España y Cataluña no se resolverán; otros, sí, «pero si no supone la quiebra de la legalidad». «Lo que preveo es que la situación se puede endurecer –dice Francisco Caja–, porque no hay que olvidar que quieren tomar la calle y que los demás lo aceptamos como la norma. De ahí que creo que una propuesta federalista no aplacará al soberanismo. El precio son los derechos y las libertades públicas».

Hay una salida que va tomando cuerpo, según Francesc de Carreras: Mas puede convocar elecciones anticipadas para el 9 de noviembre, pero debería anunciarlas el 15 de septiembre, 54 días antes, tal y como indica la Ley. De esta manera, cumpliría a lo que se comprometió».