Cine
Peter Pan sí quería crecer
La compañía L’Excèntrica lleva al Maldà su propia rendición del personaje creado por J. M. Barrie, inspirado en la obra de teatro original que subió a escena en 1904
La compañía L’Excèntrica lleva al Maldà su propia rendición del personaje creado por J. M. Barrie, inspirado en la obra de teatro original que subió a escena en 1904
En realidad, Peter Pan quería crecer, no ansiaba hacer otra cosa. Por eso odiaba con todas sus fuerzas a los adultos, porque se lo impedían. No quería ser uno de esos monstruos que perpetuaban la degeneración y el desastre. El mundo ha estado siempre medido por el punto de vista de la madurez, por tanto, los adultos han sido los que han adjudicado valor. Nadie ha puesto en cuestión este hecho. La madurez es de donde se miden todas las cosas y se valoran. Nadie ha pensado nunca que esta es una afirmación estúpida. ¿Qué ocurriría si los adultos en realidad fueran bárbaros sin corazón? Entonces los bárbaros sin corazón serían los que otorgarían valor, los que dirían lo que era importante y lo que no. ¿Alguien querría eso? Peter Pan no.
La obsesión del personaje creado por J. M. Barrie por la sombra tiene esta lectura. En la actualidad, los niños sólo pueden ser la sombra del adulto, su parte oscura y salvaje, sin madurar, eso que proyectan minimizado. La sombra quiere liberarse de Peter Pan como Peter Pan quiere liberarse del estúpido paradigma que afirma que el punto de vista del adulto es el correcto para medir y valorar el mundo. Su miedo a crecer, por tanto, es el miedo a aceptar el paradigma podrido que convierte a la niñez en una coda sin valor sustancial, sólo un paso previo temporal al que todos hemos de pasar y, sobre todo, superar.
La creencia histórica de la evolución tiene por segura la idea de progreso, es decir, de evolución positiva, de mejora constante, de asentamiento final en el poder y desarrollo absoluto, antes de la final decadencia. Por tanto, todo se mide a partir de ese desarrollo y asentamiento de la mal llamada madurez. Peter Pan, por eso, es el primer personaje ahistórico, no porque se niegue a crecer, que eso es una tontería, sino porque se niega a otorgar al hombre la noción de progreso, es decir, que su valor crece exponencialmente a medida que crece hasta que llega su decadencia. Peter Pan le daría igual crecer sino «creciese» dirigido a esa degeneración. La perspectiva del niño tiene valor en sí misma, no como misiva del pasado de unos viejos que creen que ahora son maduros y tiene el poder para otorgar valor al mundo. Los niños también tienen ese poder. Eso es la enseñanza de Peter Pan y por eso es un personaje absolutamente moderno.
A todos los psicólogos que se refieran al síndrome de Peter Pan como una psicopatología habrá que recordarles que sus hijos tienen un conocimiento del mundo tan valioso como el suyo y que pronto reclamarán su posición en la historia y podrán decir que son Peter Pan, aunque tengan 50 años, y se burlen, riéndose con todas las letras, de esas viejas asunciones psicológicas tirándoles al lago infestado de cocodrilos. Peter Pan sólo quería crecer con la convicción de que su niñez tenía valor, que no era algo que dar la espalda y abominar. Si sólo Wendy le hubiese escuchado.
Apuesta por lo original
La compañía L’Excèntrica lleva ahora al Maldà una nueva adaptación del clásico «Peter Pan». En esta ocasión, rescatan la obra de teatro original que estrenó J. M. Barrie en Londres en 1904. La sinópsis es sencilla, estamos a principios del siglo XX, «Peter Pan» ya es un éixto, y una compañía a medio camino del cabaret y el teatro musical intenta convencer a su público que la historia del niño que no quería crecer y el país de Nunca Jamás son totalmente reales. «Queríamos volver a la obra original porque las demás están muy condicionadas por la película de Disney», asegura Juanjo marín, director del espectáculo
El montaje cuenta con tres actores, David Anguera, Clara Moraleda y Mireia Piferrer, que se reparten todos los personajes de la obra. «Los personajes son conscientes de que no son solo uno y de que tienen que salir a cambiarse, y por eso buscan la complicidad con el espectador», afirma Anguera, que también ha compuesto las canciones y los arreglos musicales de la pieza.
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