Literatura
La paleta de colores de la literatura
De «El color púrpura» a «Cosecha roja» o «La naranja mecánica», las grandes obras literarias se han apoyado en pigmentos para reforzar la simbología de sus historias
De «El color púrpura» a «Cosecha roja» o «La naranja mecánica», las grandes obras literarias se han apoyado en pigmentos para reforzar la simbología de sus historias.
Las palabras son como pequeñas estocadas en los nervios que te hacen variar por completo, una a una, cómo percibes el mundo. Es como caminar y que ha cada paso el paisaje haya variado por completo. Si hablamos de una manzana, es sencillo imaginar una. Ahora bien, si ahora hablo de una manzana verde, al menos un 64 por ciento de los lectores tendrán que cambiar la imagen que habían preconcebido anteriormente. Según un célebre estudio de la Universidad de Sheffield, las manzanas rojas todavía son las que funcionan más como arquetipo.
Si ahora decimos manzana verde buzo, el ejercicio de abstracción es impresionante, puesto que no hay color explícito relacionado con un buzo, pero sí hay humedad, tonos oscuros, cierta rugosidad en los tejidos, que nos hace decantar ese verde original, más cercano al amarillo, a una especie de musgo marronil. ¿Es cierto o no? Pendad otra vez en verde buzo. Ahora estáis intoxicados por la descripción que se ha hecho del color y será difícil imaginarlo de otra forma.
En estos momentos, la manzana ha cambiado tanto que ya parece un ser vivo. Pongámoslo en un ejemplo real. Wilkie Collins se atragantó con una manzana verde buzo y murió de una parálisis cerebral el 23 de septiembre de 1889. Junto al cadáver se encontró a la fatídica manzana. Sólo tenía un mordisco, uno solo. Aterrador, verdad. Aquí viene la mejor parte. Su hija, Harriet Constance, bautizó a su nieto Verde Buzo Limpton Collins. ¿Alguien es capaz de imaginar a aquel niño comiéndose una manzana?
Los colores siempre han sido parte esencial de la literatura, no ya de los poetas, sino de todo tipo de novelistas. Otorgar un color determinado a un objeto lo convierte en instrumento fundamental. Lo personaliza, le otorga una realidad más allá del primer significado y por tanto le da una historia y un interés. Si, además, se carga al color de un aura simbólica, el objeto ya coge tintes míticos y el interés se dobla. No es extraño, por ejemplo, que Doris Lessing escribiese «El cuaderno dorado» y no «El cuaderno». La literatura requiere especificidad para romper los arquetipos.
¿Existe, por tanto, un color que prepondere en la historia de la literatura, que sea más eficaz para romper ese primer significado arquetipo y crear historias, que es lo mismo que crear interés y apego? ¿Qué significan simbólicamente estos colores y cómo se utilizan? En definitiva, ¿qué color es mejor, si lo hay, en la historia de la literatura? He aquí un rápido repaso a algunos títulos míticos de la novela donde el color es importante y después se intentará encontrar con una conclusión.
El rojo, escarlata y carmesí
He aquí una pregunta épica, ¿qué diferencia el rojo del escarlata? Si se asocia al rojo la pasión, la valentía, la intrepidez, la violencia y la acción, qué ocurre con «La letra escarlata», de Nathaniel Hawthorne, o «Estudio en escarlata», de Arthur Conan Doyle, la primera aparición de Sherlock Hoolmes, o «La pimpinela escarlata», de la baronesa Orczy, incluso «La plaga escarlata», de Jack London. Lo que se consigue es matizar esta primera simbología, que queda subterránea y no tan evidente, por lo que hay en estas novelas una especie de pasión reflexiva.
Si pensamos en «Cosecha Roja», de Dashiell Hammett, o «Dragón rojo», de Thomas Harris, pasando por «La roja insignia del valor», de Stephen Crane, todas brillantes novelas adrenalíticas, que el rojo se saborea, vemos que aquí no tendría sentido bautizar la obra maestra de Hammett como «Cosecha escarlata».
Lo que está claro es que el rojo es un gran color para la literatura. Incluso se podría analizar dentro de estos matices el carmesí, con obras como «Pétalo carmesí, flor blanca», de Michel Faber, «El círculo carmesí», de Edgard Wallace o «El manuscrito carmesí», de Antonio Gala. Aquí el rojo se poetiza y se vuelve un poco aire inaprensible, una contradicción con el significado primario del rojo, lo que convierte a estas novelas en fascinantes oxímoron.
El amarillo es para protestar
El amarillo está de moda, sin duda, por los omnipresentes lazos en favor de los detenidos por el procés. ¿Qué tiene el amarillo de radical oposición al status quo? En «El papel pintado amarillo», Charlotte Perkins Gilman describió su propia depresión post parto para convertir su drama en un drama universal y convertir el texto en una de las primeras maravillas del feminismo de finales del XIX . El amarillo simboliza, en principio, la brillantez, la alegría, la fertilidad, por lo que aquí Perkins utilizaba el amarillo para ir contra él, contra esa imagen tópica de la mujer de fertilidad y alegría. ¿Entonces el procés protesta en realidad contra la brillantez, la alegría, la fertilidad? No, pero la fuerza de Perkins Gilman fue tan grande que convirtió ella sola un color en sinónimo de protesta.
Esta misma idea se puede ver en novelas como «La profundidad del mar amarillo», de Nic Pizzicatto; la antibelicista «Los pájaros amarillos», de Kevin Powers; «Medio sol amarillo», de Chimamanda Ngozi Adichie o «El misterio del cuarto amarillo», de Gaston Leroux.; o la excepcional «El caballo amarillo. Diario de un terrorista ruso», de Boris Savinkov.
Verde, color extraño
El verde nos relaciona directamente con la naturaleza, así que en literatura es el color por excelencia de la extrañeza. En realidad, pocas cosas hay menos naturales que los seres humanos, los únicos que se describen a sí mismos y la mayoría de las veces con colores brillantes, vamos, con lo que el verde siempre ha sido un color de contradicción y malestar. Esto se aprecia en libros como «Te quiero verde», de Elaine dundy o «La niña verde», de Herbert Read. El verde es aquí esa función rabiosa de querer desnaturalizar al ser humano, es decir, la protesta contra quientes quieren limitarnos a estímulos simples. No, somos simplemente animales, dicen, y por eso nos intentan colocar el verde para vender naturalidad y sanación. Todo lo contrario, como mostrará Stephen King en la brillante «La milla verde».
Del resto de grandes libros de verde destacan los cuentos de Eudora Welty en «la cortina de verde»; el grito macabro de Arthur Machen en «El rayo verde»; la cordura grotesca de Joyce Carol Oates en «Freaky ojos verdes»; «La casa verde», de mario Vargas Llosa; «la cámara verde», de Martine Desjardins; o «Verde agua, verde cielo», de la maravillosa Mavis Gallant.
El azul es para dormir
El azul es un color francamente difícil para la literatura y no consigue mucha fiebre lectora. Favorece un estado de ánimo meditativo, que en principio es el ideal para escribir y leer, pero ese es un tópico que desacreditan todos los cánones literarios. No hay una acción más dinámica y aventurera que la de escribir y leer, que mueve todos los músculos del cuerpo a un tiempo, aunque sea de carácter reflejo. El azul calma, pero no se necesitan lectores calmados, sino lectores nerviosos.
Claro, hay excepciones, tenemos los cuentos y la prosa poética de Rubén Darío en «Azul», pero el título es tan genérico que es está convirtiendo con el tiempo en morado. Es imposible pensar en este libro una vez leído y ver un azul cielo o un azul marino, sino lo que surge es un morado o un violeta eléctrico.
Color fresco, tranquilizante, que se asocia a lo intelectual, que nos hace pensar en los arrullos del mar y en quedar adormilados en una butaca frente a la playa. Si la literatura te invita a dormir, te tirarás de cabeza al sueño. Por ello, las mejores novelas del azul son las que contraponen esta idea como «La flor azul», de Penelope Fitzgerald o «El caballero azul», de Joseph Wambaugh; o esa maravilla que encanta a los presidentes norteamericanos que es «El diablo viste de azul», de Walter Mosley.
La novela negra hace maravillas con matar ese azul tranquilo, como en «Negro y azul», de Ian Rankin. Aunque sí hay maravillas reflexivas en torno a este color como «Flecha en el azul», de Arthur Koestler. ¿Sera casualidad que atraviese el azul con una flecha, como si lo matara en plan indio a gritos «uuh uhh uhhh»? No, si algo queda claro en la literatura es que no hay nada casual.
El blanco y el negro
Si la dialéctica se basa en la contraposición de ideas enfrentadas, ¿se pueden comparar las novelas en blanco con las de negro? Pensemos en «La dama de blanco», de Wilkie Collins o «La guardia blanca», de Mijail Bulgakov; o «El diablo blanco», de John Webster; incluso con «El castillo blanco», de Orhan Pamuk. Si el blanco es la pureza, la paz, la liviandad, el negro tiene que ser todo lo contrario, la noche, el misterio, la impureza, la intranquilidad. Es decir, si dijésemos «La dama de negro», «La guardia negra» o «El diablo negro», tampoco pasaría gran cosa.
Ahora mirémoslo a la inversa. «La negra noche», de Iris Murdoch; «El libro negro», del mismo Pamuk; «El libro negro», de Lawrence Durrel o la genial «Rojo y negro», de Sthendal. En todos ellos, también se podrían sustituir el color por su contrario y no pasaría nada. «La blanca noche», «El libro Blanco» o «Rojo y blanco» significarían lo mismo, es decir, que un contrario no es más que una forma de no aceptar lo que nos muestra un espejo, de protestar, y lo que está quedando claro es que la literatura, si algo es, es una forma estética y sublime de protestar.
Otros colores, porque los hay
En realidad, todos los colores tienen su gran novela. Tenemos, por ejemplo, «La naranja mecánica», de Anthony Burguess o «El color púrpura», de Alice Walker, aunque mucho más significativa es «La nube púrpura», de M. P. Shield, en cuanto al púrpura se refiere. El dorado, además de Lessing, tiene a Ray Bradbury y su «Las doradas manzanas deel sol», auqnue aquí habría que poner a «El asno de oro», de Apuleyo. Hay escritores como John D. Macdonald, que en su serie sobre Travis McGee, bautizó todas sus novelas con un color, de «Adiós en azul» a «Pesadilla en rosa» o «Lamento turquesa».
Sí, todos los colores sirven para la literatura, pero parece claro que en la mayoría de los casos sirven para contradecir su significado simbólico, como si los escriotres odiasen los colores de la realidad y quisiesen subvertirlos, pintarlo de nuevo. Tiene su sentido. Como prueba este estudio, sólo hay una excepción, el rojo, así que queda dicho para siempre, el rojo es el color de la literatura.
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