Cine
«Elvis gordo y deprimido ilustra la América de Trump»
Èlia Gasull teje en «Promise Land», película de Cannes, la debacle de los Estados Unidos y Occidente a través de la vida del «rey del rock».
Èlia Gasull teje en «Promise Land», película de Cannes, la debacle de los Estados Unidos y Occidente a través de la vida del «rey del rock».
Que levante la mano quien lea «The New York Times», escuche la «CNN» y no le sorprendiera la victoria de Donald Trump. Èlia Gasull (Barcelona, 1982) alza un dedo tímidamente. No tiene el desparpajo de Rappel ni lo sabe todo como Hermione de «Harry Potter». Su secreto son las horas y horas de material de grabación para documentales que ha visionado como montadora desde que llegó a Nueva York, hará casi seis años.
Trabajar con el Jordi Évole americano, Lisa Ling, cuando rodaba un programa al estilo «Salvados» para el canal de Oprah Winfrey, «me ayudó a tener empatía con el país». Vio muchas horas de entrevistas para montar reportajes que, entre otras cosas, ponían en entredicho a la industria armamentística dando voz, por ejemplo, a una niña que había perdido un ojo en un tiroteo. «Fue como hacer un master en sociología», recuerda.
Pero la información que no hubiera dejado en estado de «shock» a la prensa americana tras la derrota de Hillary Clinton, la sacó de las cintas para «Promise Land», el documental de Eugene Karecki que retrata la evolución de los Estados Unidos a través de la figura de Elvis Presley. Karecki subió a su equipo, actores, ciudadanos, artistas y filósofos al Rolls Royce que «el rey» conducía en 1963 para rodar una «road trip» que atraviesa los Estados Unidos resiguiendo la vida de Elvis Presley. Una vida a través de la cual el espectador toma conciencia de la fama, el poder, la corrupción y la autodestrucción.
La guinda la pone Trump
«La victoria de Trump no hizo más que reforzar la metáfora que pretendía dibujar Keracki con su obra, el triunfo y declive del país que ilustra la imagen decadente del Elvis de los últimos días, un hombre hinchado que no recuerda ni la letra de sus propias canciones», reflexiona Gasull.
El Rolls Royce de Elvis empezó a rodar dos años antes de las elecciones presidenciales, cuando los republicanos se tomaban como un chiste la candidatura de Trump. Arrancó en Tupalo, Memphis, la ciudad donde nació Elvis y allí enganchó otra campaña que acabó con un cambio de alcaldía, Herenton, afroamericano, cedió el testigo a Strikland, blanco. El relevó sirvió para ahondar en el conflicto racial de EE.UU.
El Rolls Royce sigue la estela del «rey del rock» hacia Las Vegas. Pasa por Baltimore, donde el periodista especializado en crimen y creador de «The Wire», David Simon, se sube al coche, y también por Nueva York, Dakota del Sur o Detroit. Allá perciben que el mensaje de Donald Trump cala. Sus seguidores lo quieren porque no habla como todos los políticos, «aunque diga cosas como que creará empleos para la minería americana y dudo que las familias quieran un padre con los pulmones negros de trabajar en la mina», reflexiona Gasull.
Delante de la cámara pocos admiten votar a un hombre misógeno y xenófobo, al que ni su propio partido toma en serio. Pero detrás, muestran como desde su ático de Nueva York, el magnate multimillonario sintoniza con los estadounidenses de clase trabajadora, con trabajos precarios y sueldos míseros.
Mientras la campaña avanza y Trump deja atrás, para sorpresa del partido republicano, a Marco Rubio y Ted Cruz, al coche sigue subiendo gente como Alec Baldwin, Mike Myers, Ethan Hawke y Ashton Kutcher, muy crítico con la fama. Hasta que el Rolls Royce llega a Los Angeles, donde Elvis firmó unos contratos que le obligaban a rodar películas que no le gustaban. Es la metáfora de un país que basó sus cimientos en la democracia y acaba convirtiéndose en un imperio. La guinda llegaría después, con la inesperada victoria de Trump. «Elvis deprimido, drogado, hinchado bajo un traje blanco, es la imagen que buscaba Keracki, de una América que se construyó sobre los hombros de la clase trabajadora y que ahora tiene un presidente a punto de caer desfallecido en el baño».
Con esta película, el año en que Juanjo Giménez voló a Hollywood con su corto «Timecode», nominado al Oscar al mejor corto de ficción, Gasull hizo el camino a la inversa. Voló de Nueva York a Europa con «Promise Land», seleccionada en Cannes en la categoría de proyecciones especiales.
Regresó a Nueva York, tras haber pisado la alfombra roja, donde pese a Reagan, Leman Brothers y Trump, «sigue habiendo una energía especial que hace que la gente se crea que todo es posible», afirma Gasull. «Allí, las cosas pasan y siguen pasando». La prueba es que a la vuelta, tenía un sinfín de ofertas, sobre todo, para proyectos documentales, si Hollywood es la cuna del cine, Nueva York, lo es del documental. Ahora rueda con Fréderic Tcheng, director de «Dior and I» un documental sobre Roy Halston, el primer diseñador de alta costura americano reconocido por las elites europeas, por cuyos vestidos se volvían locas Jackie Kennedy, Bianca Jagger o Lauren Bacall. Lo canta Alicia Keys, «New York, una jungla donde los sueños se hacen realidad y donde no hay nada imposible».
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