Estreno

Víctor Arribas-periodista: «El cine es una pantalla oscura que traslada a otro mundo»

Presenta un libro sobre los deslices del cinematógrafo en grandes y pequeñas películas

Víctor Arribas-periodista: «El cine es una pantalla oscura que traslada a otro mundo»
Víctor Arribas-periodista: «El cine es una pantalla oscura que traslada a otro mundo»larazon

Presenta un libro sobre los deslices del cinematógrafo en grandes y pequeñas películas

Siempre hay una pifia que se carga una obra de arte, es inevitable, como siempre hay alguien que se fija en esos errores que pasaría por alto el resto del público. Víctor Arribas (Madrid, 1966) los ha reunido en «Goof! Los mejores gazapos del cine» (Espasa) para deleite de los cinéfilos más curiosos. No esperen una lista malintencionada porque es una declaración de amor por el séptimo arte.

–Se me se están cayendo algunos mitos con la lectura de su libro...

–Bueno, tampoco se trata de que haya que ir quitándole mérito a las películas. Son pequeños fallos, fallos técnicos, detalles. El cine tiene sus licencias, en los temas de documentación histórica, por ejemplo, seguro que los que las hacen saben que ponen cosas que no son reales, pero también tienen que permitirse sus alegrías. El cine, la literatura y casi todo está plagado de este tipo de licencias.

–Vamos, que hay una buena voluntad en sus palabras.

–Hombre, no es que pida perdón, pero sólo es una forma de hacer más grandes aquellas películas a las que admiro, porque me ha dado un cierto pudor sacar errores a las películas que amo muchísimo. Me ha dado su cosilla, desde luego, pero ya está hecho no hay vuelta atrás.

–Es que los gazapos humanizan al cine.

–Sí, creo que sí. Es una forma de ver que hasta lo más perfecto tiene sus brotes de imperfección, tiene su lado cuestionable por decirlo así. Lo humaniza porque el cine es una mítica y es una épica, algo lírico, y cuando levantas la falda ves que tienen también sus cosillas e incorrecciones.

–Tiene mérito darse cuenta de que los árboles de «Tiburón» no tienen hojas.

–(Risas) A mí es que siempre me llamó la atención y luego lo pude documentar. Incluso en los libros que he consultado sobre Spielberg se comenta y se confirma. Claro, la película está ambientada en el inicio de una temporada de verano, en el que los comerciantes están encantados porque va a llegar mogollón de turistas al pueblo. Sin embargo, los árboles están totalmente desnudos porque la película se rodó durante los meses de enero y febrero. Ese pequeño desliz de Spielberg y compañía, pues te da para hacer un comentario.

–¿Spielberg tiene muchas «cagadas»?

–Spielberg es un director que creo que quiere convertir en arte todo lo que toca. En ese camino sí es verdad que le pega muchas patadas a la lógica. Sus películas de ciencia ficción, «como Minority Report», tienen cosas que son de todo punto imposibles. Es un director que cuida mucho los planos y todo lo que sucede en ellos, por lo que es difícil cazarle una anécdota, un gazapo o alguna incorrección de tipo temporal como ésta de «Tiburón». No es de los más habituales en este tipo de errores.

–¿Cuál es el que más gazapos mete?

–Pues a ver, no sé, no tengo una clasificación de directores por sus errores, pero sí es verdad que en los clásicos hay mucho material. Por ejemplo en Howard Hawks o el Raoul Walsh, Hitchcock también tiene bastantes, aunque lo suyo no son gazapos porque cuidaba mucho el aspecto técnico, pero sí rarezas. No sé cuál es el que más tiene, porque no se trata de hacer un ensañamiento contra nadie.

–Todos estos errores lo que nos recuerdan es que el cine al final mantiene el misterio del artilugio mágico de la barraca de feria.

–Desde luego que lo es, porque creo que el cine es un pantalla oscura que te traslada a otro mundo. Desde ese punto de vista, tienes que buscar a un espectador que acepte entrar en ese juego, porque claro, tiene mucho de artilugio de feria. Luego está el catalogar estos errores, que es lo que le hemos hecho.

–Tendrá su gazapo favorito.

–Desde el punto de vista de la lógica, recuerdo mucho las pestañas postizas de las mujeres prehistóricas, Raquel Welch y compañía. El hecho de que aquellas mujeres, con aquellos taparrabos tan cortitos, tuvieran las pestañas y las uñas perfectamente arregladas siempre me llamó la atención. Luego el gazapo que siempre comento, aparte de la gabardina de Bogart que sale mojada y luego seca en el plano siguiente, el embarazo de Melanie Hamilton en «Lo que el viento se llevó». Es uno de los que más cariño le tengo. Ese gazapo se descubre leyendo la novela y viendo la película varias veces. Entonces piensas que eso no puede suceder. Es el hecho de que esté embarazada al principio de la Guerra de Secesión y da a luz cuando los soldados del Sur, los confederados, están marchándose de Atlanta, que es donde viven. Si consultas el tiempo que pasa entre una cosa y la otra son más de dos años. Entonces, claro, se produce un error que estaba ya en la novela, que creo que es la que induce al error en la película. Nadie se dio cuenta o sí lo hicieron pero decidieron dejarla. El cine tiene mucho de literatura, de épica, por lo que se le permiten ciertas licencias.

–Y la pifia más gorda...

–Hay unas cuantas en el libro aunque siempre están las típicas de ponerle un reloj en la muñeca a un senador romano. Siempre me ha producido sorpresa que Roman Polanski, haciendo un cameo, le rajara con una navaja la nariz a Jack Nicholson en una escena de «Chinatown». Fue tan fiel a lo que se quería hacer que le rajó el lóbulo de verdad y el actor debió estar varios días de baja. Es un error imprevisto que sucedió de manera involuntaria. Por ejemplo, el hombre invisible, el de Claude Rains, tenía que estar absolutamente desnudo para que nadie le viera porque si no la ropa se notaba. Entendiendo esto, cuando va corriendo por la nieve las huellas que deja son de zapatos pese a que debería ir descalzo.

–Luego están los cameos de los
directores.

–Están incluidos porque el libro no es sólo destacar los errores sino las anécdotas y curiosidades divertidas. Creo que son una especie de firma que se deja en la película. Hitchcock y luego lo han hecho otros contemporáneos, sobre todo porque es un entretenimiento ir buscando los cameos que van saliendo.

–Vamos a ver, entremos en la zona conflictiva, mójese: «2001: Una odisea en el espacio». ¿Pieza excelsa?, ¿obra de arte?, ¿coñazo?, ¿artilugio soporífero?...

–Me parece una obra importante en la ciencia–ficción del cine, pero está un poco sobrevalorada como en general pasa con la obra de Stanley Kubrick, que tiene tratamiento de genio irrepetible. Creo que se ha salido un poquito de las casillas el análisis que hay que hacer de su obra. En el caso de «2001» me parece fascinante la primera hora y media, pero insoportable la última media hora. No comulgo con lo que el director quiere decir, porque si la media hora la borras de tu cabeza no es una obra maestra. Me ocurre también con «La naranja mecánica» o «El resplandor», no es que no las vea como películas redondas como la ve la mayor parte de aficionados mundiales, es que me parecen malas películas. «El resplandor» está incluido en mi libro por contar con el peor doblaje de la historia del cine en España. Creo que aquel doblaje que dirigió Carlos Saura fue una auténtica patada. Lo fue porque las voces son terroríficas, pero no porque den miedo, sino por su poca calidad.

–¿Quién cuida más los detalles, los americanos o los europeos?

–Los europeos, porque en EE UU el cine es una industria. En Europa, en el siglo XX y en lo que llevamos de XXI, creo que se busca
trascender un poco, con lo cual cuando no lo consigues puedes hacer el ridículo
muy fácilmente. En América lo que quieren es llenar el cine. Como dijo Hitchcock,
el cine son 200 butacas por llenar. No se hacen otro planteamiento y no cuidan
ciertos detalles que en Europa o Asia sí consideran más. Hay aspectos históricos
que se han trastocado, lo que no quiere decir que sea algo negativo porque
pienso que el cine no tiene que ser fiel a la Historia.