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La columna de Carla de la Lá

Tragicomedia de un día en las rebajas

Tragicomedia de un día en las rebajas larazon

Esta columna la he escrito en la cola de un zara, queridos, pues en la cola de cualquier bazar low cost que se precie da tiempo a plantar un árbol, tener un hijo y traducir el Bhágavad Guita al euskera y al catalán.

Yo desde allí trabajo, amigos, emito llamadas, facturas, gestiono a mis empleados, hijos, mascotas, citas médicas, envío mails y elevo al señor las más fervientes plegarias...

Pero acompáñenme queridos míos y analicemos juntos este fenómeno recurrente tan terrorífico y tan nuestro:

1) Territorio femenino: En las rebajas no hay amigas y la relación entre nosotras durante las mismas no es ni mucho menos de camaradería; muchas señoras salen de compras como quien se juega la casa al póker, a cara de perro. Y como en un juego de naipes existe una normativa de obligatorio cumplimiento. A cada mujer le corresponde el espacio imaginario de un burro o perchero para mirar e inspeccionar a sus anchas; además, existe otra pauta que todas llevamos almacenada genéticamente y es el ritmo. Si pierdes el ritmo y avanzas demasiado rápido o lento por tu perchero, acabarás invadiendo terreno enemigo, y ¡estás muerta! Yo aconsejo mantener una distancia de seguridad de 3 o cuatro vestidos con respecto al resto de circulantes.

2) Los calzonazos: ¿Y qué me dicen de las fastidiosas mujeres alfa en las rebajas? me refiero a las que gobiernan a sus parejas masoquistas con solo levantar una ceja. Miren, por mi como si en casa les pegan con una fusta; lo que detesto de ellas es que los arrastren a las rebajas sujetos por una correa invisible que impide a estos hombres sumisos alejarse más de un metro de sus amas, ni tan siquiera en los vestidores. ¡No se imaginan, señores, lo que me violentan! Más de una vez me ha visto semidesnuda uno de esos horripilantes zombis que expolian nuestro espacio. Tendremos que encontrarlos con sus pupilas dilatadas, transitando lentamente, conquistando los pasillos, probadores, percheros, cajas registradoras por donde extienden su mano verde... descuelgas un vestido y saltan sin un ojo, desorientados, confusos, aturdidos, desconcertados. Señoras, ¡Libérenlos!

3) Los niños: Lo prometo, jamás llevaría a un señor a las rebajas, pertenezco a una ralea muchísimo peor: yo llevo a mis tres hijos pequeños. Sé que es una conducta desconsiderada y hasta incivil, pero ¿qué quieren amigas? ¡La necesidad! Confieso que una vez llegué a meter dos carritos en un probador de Mango y me probé un montón de cosas que iba amontonando encima de los niños. Ellos se divierten, se lo aseguro lo malo es cuando crecen y corren entre los percheros como una estampida de ñus. Eso sí, una vez me salvaron de la muerte inminente porque llevaba tal cantidad de prendas que no veía y protagonicé una dantesca caída, frenada in extremis por mis hijos que son jóvenes y aún tienen reflejos, no como su madre.

4) Seguro por peligrosidad: ¿cuántos kilos creen que puede sostener el brazo de una sola señora? Se ha dicho que en situaciones de máximo estrés una mujer de complexión media podría levantar un camión para ayudar por ejemplo a un hijo que hubiera sido atropellado. Pues bien, yo, que no soy capaz de hacer una flexión-seguida puedo llegar a soportar toneladas de vestidos, escarpines y estiletos en un brazo durante horas. ¿Y el otro? Se necesita para continuar buscando entre los percheros ansiosa y neuróticamente “más”. En serio, me cuesta comprender que la Organización Mundial de la Salud no haya emitido una regulación sobre el uso y abuso de las rebajas ya que pueden constituir una adicción muy perniciosa; y no me refiero exclusivamente a la vertiente psicológica y el consumo compulsivo, me refiero a las lesiones físicas que pueden derivar de las mismas. Luego está el quedarse atrapada en un top rasposo low cost, ¿les habrá pasado? porque están mal hechos y no atienden a las proporciones reales de la hembra humana a la hora de distribuir los botones y cremalleras. ¡No se rían! Se pasa muy mal cautiva en su interior: palpitaciones, taquicardia, sensación de ahogo, sudoración, escalofríos, temblores, náuseas, mareos o incluso la muerte; pero por nada del mundo pidan ayuda a los dependientes, que ya no es como antes. Los empleados de dichos establecimientos cumplen la rigurosa orden de no prestar ayuda a los clientes en los probadores, ni aunque necesiten una transfusión de sangre: “lo siento, no puedo, tendrás que volver a vestirte y salir a por ella.”

5) Las dependientas y dependientos: Me llama poderosamente la atención la constancia con la que las autoridades de las cadenas de moda administran el casting de sus empleadas, todas de una belleza absolutamente canónica, nada de exotismos, originalidades ni inclusividad.... Los gestores de estos comercios tienen clarísimo el estándar físico de sus empleadas (la mayoría son mujeres) pero no atienden jamás a la estética del comportamiento y las maneras: ¿Se han percatado de que las dependientas de estos lugares se hablan entre sí de usted pero a los clientes de tú? “Nahiara, por favor acuda a caja”.

6) El poli: ¡lo he logrado!, he pasado por caja, le doy un sincero beso a la visa porque se ha comportado ¡buena chica!; me dirijo a la puerta feliz, satisfecha, victoriosa, elegante... recuerdo a Julia Roberts en Rodeo Drive, aprieto el paso erguida, segura de mi misma, impune, me siento más joven, más delgada... y de pronto esos horribles pitidos: Pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi me devuelven al odioso aquelarre de las rebajas españolas donde, esto está científicamente constatado, siempre se dejarán alguna alarma sin quitar: ¡¡nooooo!!!