Conciertos
El artículo de Carmen Lomana: Qué noche la de aquel día
¡Qué pasa, troncos! Así saltó al escenario este jueves Paul McCartney, con un aire joven y simpático, en un concierto muy emotivo en el que sólo funcionaron y emocionaron las canciones de los Beatles. Ese maravilloso grupo que revolucionó en los sesenta y que siguen teniendo la magia de reunir a tres generaciones con el mismo entusiasmo. Me impresionó mucho ver a abuelos y nietos bailando y cantando en inglés todas y cada una de sus canciones. A mi lado tenía a unas chicas de unos veinte años que gritaban histéricas ante cualquiera de sus míticas melodías. Es posible que este superviviente de aquel fantástico grupo, Paul McCartney, sea la misma persona, pero ha pasado más de medio siglo y su fuerza y encanto siguen intactos. Apareció en el escenario con un vaquero, camisa blanca y chaqueta azul, lleno de energía, y atacó con su bajo Hoffner el temazo «Qué noche la de aquel día». Todos enloquecimos y empezamos a bailar desde el minuto uno. Yo pensaba: tiene 78 años y en lugar de ser un abuelete con cachaba es un tío vital y atractivo... ¿La fuerza de la genética? ¿La vida creativa? La energía enorme que le estábamos trasmitiendo? No sé, ni me importa. Lo único que vi fueron dos horas y media sin parar subido a un escenario en el que tan pronto tocaba el piano magníficamente como el ukelele dedicando «Something» a George Harrison y «Here Today» a John Lennon. Me emocionó especialmente cuando surgió el coro de «Give Peace a Chance» y las pantallas se llenaron de símbolos hippies. Esa canción me traslada a una época maravillosa llena de color y de esperanza en la que pensábamos cambiar el mundo diciendo hagamos el amor y no la guerra. Llenando la vida de flores y belleza, también de marihuana y LSD para evadirse de la guerra de Vietnam y de la realidad, muy diferente a ese sueño de un mundo mejor. Los mejores grupos de música empezaron a florecer. Pink Floyd, Rolling Stones, Procol Harum y muchos más que siguen enamorándonos. Se hacía buena música. Hoy se sacan productos de usar y tirar. Juntan a cuatro chicos que ponen de moda y a los cinco años ya nadie se acuerda de ellos. Ayer todos cantamos desde «Blackbird» a «Obladi Oblada» y me parecía imposible estar con mi sobrino Guillermo emocionado a mi lado y unidos por esa música con treinta años de diferencia.
También estuve en Las Ventas, en la corrida de la Beneficencia. Nuestro Rey emérito, que parece que sólo se dedique a la holganza y la buena vida en su jubilación, está presenté en aquellos lugares en que su hijo no tiene lugar o ganas de acudir. No fue a una localidad de tendido como suele hacer habitualmente, sino que ocupó el Palco Real y recibió una ovación abrumadora arropado por toda la plaza, coincidiendo con el Himno Nacional. Ésa es una de las misiones de la Institución: estar en los lugares donde los ciudadanos quieren ver al Rey. La tarde resultó redonda con un magistral Manzanares y un no menos extraordinario López Simón, que nos deleitaron con su arte haciendo filigranas en su toreo. Puro arte.
Y como la vida es múltiple y variada, ese mismo día acudí a una deliciosa degustación gastronómica en el Café de Oriente, con platos elaborados en parte con riquísimas frutas tropicales de «Isla Bonita». Cada plato lo ofrecía un restaurante diferente. Si queremos gozar de buena salud, hagamos partícipes en nuestra dieta a los mangos, papayas, aguacates, piña y agua de coco –último descubrimiento por sus beneficiosas propiedades–. Ya saben, yo estoy convencida de que somos lo que comemos. Feliz y saludable fin de semana con aire tropical.