Entrevista
Adriana Ugarte y Rubén Ochandiano: ¿Quién teme al “Lobo feroz”?
Este fin de semana se ha estrenado ‘Lobo feroz’, una película en la que nada es lo que parece, ni tan siquiera ellos.
Dice el refrán que no es tan fiero el lobo como lo pintan. Y si nos referimos al animal, las opiniones pueden variar desde Félix Rodríguez de la Fuente hasta el infinito, pero si en algo hay un cierto consenso es en que, si lo extrapolamos a las personas, de lobos más que feroces está poblada la constelación de seres humanos que habita el planeta. Unos con piel de cordero, otros con aspecto feroz pero incapaces de morder y otros, quizá los peores, indetectables y por ello mucho más temibles. Y de eso trata precisamente la película que ha unido a Adriana Ugarte y a Rubén Ochandiano en un proyecto tan inquietante como adictivo, porque en esta cinta nada es blanco o negro. Su escala de grises es tan amplia que existe la duda razonable de quién es culpable durante los 105 minutos que dura la película. Lobo Feroz, que se estrenó en cines este 27 de enero, y relata el cruce de caminos entre una madre en busca de venganza (Adriana Ugarte) y un policía con métodos poco ortodoxos (Javier Gutiérrez)que deciden tomarse la justicia por su mano y hacerle pasar las de Caín al personaje interpretado por Rubén Ochandiano. Y hasta aquí podemos leer, porque como decimos, todo se pone en duda escena tras escena. Lo único que queda claro es que Hobbes tenía razón cuando decía aquello de que el hombre es un lobo para el hombre. Con estas reflexiones, y con la dificultad de hablar sin desvelar lo importante de la trama, nos reunimos con Ochandiano y Ugarte en una sesión de fotos divertida e intensa. En ella los dos actores desprenden luz y magia para presentarnos, en contrapartida, los que son probablemente los personajes más oscuros de sus carreras.
UN RODAJE EN CONDICIONES DIFÍCILES
La película tiene ese poso de negrura, que viene impuesto por la propia historia, pero hay que decir que la época en la que rodaron ayudó a alimentar ese clima de inquietud e incertidumbre en parte porque, básicamente, era lo que se sentía en muchos lugares. Fue en 2021, en plena época de restricciones por el covid en diversas comunidades autónomas. Ellos rodaron en Cádiz, donde el movimiento estaba limitado. Y eso afectó al rodaje, al ambiente y también a la percepción del tiempo y el espacio de Rubén. «Yo entré en un bucle temporal que iba de la cama a lo más duro del rodaje y de ahí a la cama», cuenta el actor sobre aquellos días. Para sobrellevarlo, intentó llevar ese inconveniente a su terreno: «Yo sentía que todo lo que me pasaba me venía bien si podía hacer el ejercicio de ponerlo a favor de la historia». Así alimentó al personaje y lo dotó de aristas, de dobleces, para complicar más aún al espectador la posibilidad de descifrarlo. «En lo que más atención puse fue en acompañar al espectador, en ser consciente de que tenía que jugar hasta el final a no tener claro si yo era o no un asesino, pero que en un segundo visionado de la película no hubiera trampa. Que fuera coherente con si lo era o no, eligiendo bien cómo expresarme en cada momento para que se pudiese generar esa ambigüedad”. Y lo han logrado, porque la película hace dudar de todo, pero, sin hacer spoiler, su personaje sufre y bastante. «Le someten a unas condiciones en las que él lo pasa mal». Y claro, Rubén «entraba en maquillaje y nos reíamos porque era como entrar en una especie de constante estado de jetlag». Dice que lo llevó de una manera tan estoica que al finalizar el rodaje todos le felicitaron. «Para mí fue muy importante que al final, Javier Gutiérrez, el ayudante de dirección y mucha gente del equipo vinieron a decirme que hubiera sido muy fácil entrar en la queja teniendo que hacer este personaje, pero que yo había sido militar y no se me había oído quejarme nunca. Me emocionó mucho». Esa fue la despedida de un personaje que seguramente le dé más de una alegría esta temporada. «Por primera vez en esos dos meses sentí que había acabado y que mis compañeros habían visto el trabajo. Me entró una llorera y me fui paseando al hotel por la playa durante la puesta de sol. Sentí que ritualizaba ese cierre». No fue el único premio a su esfuerzo, porque cuenta, casi entre risas, que «el último día de rodaje la productora me regaló una sesión de spa y me dijo: ‘No se te ha oído quejarte y te hemos torturado’. Me dieron una sesión de masaje y de spa».
SINTONÍA Y CERCANÍA ANTE LAS CÁMARAS
Pasado todo aquello, reunimos de nuevo a Adriana y a Rubén, que sonríen, posan y bromean entre ellos en buena sintonía. Pero el proceso de rodaje de esta película fue tan complejo que sus personajes fueron un escudo entre ellos. «Creo fue algo intuitivo. Esta relación que se ve ahora se dio durante los dos últimos días de rodaje», reflexiona Ochandiano. «A mí me recordaba un poco a lo que había leído de la relación de Jodie Foster y Anthony Hopkins rodando El silencio de los Corderos», comenta divertido. «Nos pasamos dos meses en los que nos dábamos calambre, éramos muy cordiales y educados, pero no nos encontrábamos. Al final hicimos un ejercicio de desnudez, de cuidarnos y de saber lo que habíamos sostenido. Y creo que eso nos ayudó mucho, la verdad».Y eso parece, porque al verlos juntos, posando en sintonía, nadie pensaría en lo tortuoso de la relación entre sus personajes. Pero es que, efectivamente, los papeles que interpretan se las traen. Y Adriana cambia completamente de registro y hasta de manera de andar. El suyo es un personaje torturado para el que ha contado con varias referencias de las que coger ideas para darle una vida. Quizá la más sorprendente de ella sea «la inspiración en el movimiento corporal del tiburón. Desplaza todo el cuerpo hacia un lado y luego hacia el otro y se mueve hacia adelante». Casi nada. Pero aún hay más. «Yo le fui sumando cosas al personaje a lo largo del rodaje. Me apetecía muchísimo que fuera encorvada, con las piernas muy abiertas, que tuviera un movimiento de dedos extraño, como una cosa rara en las manos, y también la mandíbula. Había cosas que me iba pidiendo la situación», explica Adriana. Cuenta que para preparar el papel no vio la primera versión de la cinta. Porque Lobo feroz es el remake de la película israelí Big Bad Wolves, un largometraje dirigido por Aharon Keshales y Navot Papushado en 2013. «Yo no la quise ver», dice Ugarte categórica. «Siempre me pasa igual que con historias que he hecho que están basadas en novelas o en otras películas. Intento no ver el original». Cuenta que lo hace para partir de cero. «Es que, sin querer, vas a reproducir algo que has oído o que has visto, así que yo lo prefiero. A lo mejor después, o cuando ya el personaje está muy integrado, pero al principio prefiero que surjan cosas que a mí misma me sorprendan. Que haya un proceso creativo intenso pero que sea sobre todo un proceso virgen. Eso me ayuda». En este caso le tocaba lidiar con un personaje también complicado, sobre todo para entenderlo y darle veracidad. ¿Cómo se conecta con un personaje con el que no tienes nada en común? «Empatizas con su necesidad», responde tajante Adriana.
LOS LOBOS INTERIORES, EL ENFADO Y LA CONTENCIÓN
En su caso, Matilde, que es como se llama la complicada mujer a la que da vida en Lobo Feroz, tiene unas necesidades quizá no muy diferentes de otras personas, pero es su gestión de la situación la que determina la acción. Y para interpretarla, a Adriana le sucedió un poco como a Rubén, que hizo un ejercicio de introspección y construyó una especie de protocolos que repetía cada vez que tenía que meterse en su piel. «Lo manejé con muchísima concentración. Casi no miraba, iba hacia abajo. Tenía una serie de rituales físicos para meterme en ese lenguaje corporal de manos, de dedos, de piernas...». Todo para transmitir sin hablar, con ese lenguaje no verbal, la ira con la que su personaje viaja por el mundo. Como un lobo enjaulado a punto de perder los estribos constantemente. Dice Adriana que quizá todos tenemos ese animal interior que se despierta al enfadarnos. «Lo tenemos. Yo pienso que lo tenemos», reflexiona Adriana. Ella confiesa que está intentando domarlo. «Yo trabajo en que cada vez me enfurezca menos todo. Es que desde el enfado no funciono bien», se justifica. «La mente está demasiado turbia, y yo trabajo en tenerla más desintoxicada y limpia para poder responder con más calma. Porque noto que cuando respondo con calma, hago y digo lo que tiene más que ver con mi voluntad genuina y quiero acercarme a eso». Pero, como le sucede a todo ser humano, hay asuntos que pueden alterar esa paz. ¿Qué cosas hacen cabrear a Adriana Ugarte? «Pues hay cosas que me indignan y que no me gustan. Como las noticias sobre el abuso de poder, el chantaje psicológico, no aceptar los límites de los demás, tener que ser complaciente…», relata y añade: «No aceptar los límites de nuestros seres queridos cuando te dicen que algo no les apetece. Cuando parece que una hermana, una hija, una madre, tiene que estar siempre ahí. No. Ni siempre ni nunca. O igual la intolerancia, que es algo que también está mucho en mí. Porque yo tengo que trabajar mucho», comenta. Ella se esfuerza en eso y en aceptar algo que podría evitarnos muchos dolores de cabeza a todos si fuéramos conscientes de ello: que lo que nos rodea y la propia existencia no son inmutables. «Me da pena esta necesidad que tenemos de controlar la realidad y de no aceptar que lo único que permanece es el cambio. El cambio es lo único que no para de existir, es lo único que permanece y siempre será así».
SER JUEZ Y PARTE Y OTROS PROBLEMAS AL INTERPRETAR
Una de las cosas más complicadas de este rodaje para los actores ha sido trabajar en personajes tan duales. Lo son el de Adriana y el de Rubén, pero también el de Javier Gutiérrez, que da vida al tercer vértice de esta historia casi triangular. Para llegar a esa complejidad, dice Adriana que estos personajes hay que abordarlos «sin juzgar. Eso es un error y para mí es un punto de partida». Pero ojo, que no es solo algo aplicable al cine. «Lo creo en general, con el personaje y con las personas. Se trata de no juzgar». Sin embargo, no nos dejemos llevar a equívocos. «Eso no significa salvar a mi personaje a toda costa ni querer mostrar que sea buena», porque si la revistiera de una bondad que puede o no tener, «la estaría encasillando. Es decir, la quiero mostrar como buena porque la veo mala. Pero no la veo mala ni buena, la veo como un sujeto complejo y compuesto por muchísimas aristas, como sucede con todas las personas del mundo. Y por eso no necesito salvarla ni maquillarla».
DE LICÁNTROPOS, VAMPIROS Y BATMAN
Su labor es bastante similar a la que hace Rubén con sus personajes, y ya lleva una buena retahíla de papeles duales. Algunos con problemas mentales para los que ha buscado una suerte de diagnóstico para saber por dónde abordarlos. Pero no le asustan los papeles complejos, al contrario. «Un personaje que me atrae es el Joker. Albergo la fantasía de ser el primer Joker latino». Puntualiza que en la primera versión televisiva en la que aparecía el archienemigo de Batman, el actor que lo interpretaba tenía raíces latinas, pero si lo lograra, sería el primero en hacerlo en la versión cinematográfica. Todo un reto que seguro que abordaría con la diligencia que le caracteriza en un set de rodaje. «También fantaseo mucho con hacer un vampiro», nos cuenta Ochandiano sobre trabajos que le interesan. Curiosamente se apunta a las sagas con murciélagos, pero lo suyo, curiosamente está más relacionado con los lobos y no solo por el título de la película que estrena estos días. El vínculo lupino se extiende también a su propio apellido, de origen vasco, que según algunas teorías significaría algo así como ‘gran lobo’. Y una coincidencia más: Rubén nos cuenta su última gran aventura, una que, además, poco tiene que ver con el cine, pero en la que ha disfrutado mucho: un reality.
UN NUEVO FORMATO EN PANTALLA
El programa se llamará finalmente Traitors España, pero está basado en un popular juego de cartas que se conoce popularmente como Los lobos o Los hombres lobo de Castronegro y en origen se barajó que ese fuera también el nombre del formato. Hubiese sido hasta gracioso este triángulo lupino en 2023, que es también cuando se estrena el formato televisivo. Cuenta Rubén que al principio tuvo sus dudas sobre participar, pero que ahora está encantado con la decisión. «Yo en principio tuve una reacción esnob de ‘¿Yo haciendo no ficción? ni hablar’. Pero me moría de ganas de hacerlo». Finalmente lo consultó con su entorno y todos le animaron, así que allí se fue. Sobre su participación en un juego que dará mucho que hablar dice: «Yo entré a partirme la cara. Soy supercompetitivo y me encanta jugar». Su actitud ha sido la de ir a disfrutar y lo ha hecho, aunque no es probable que le veamos en formatos de no ficción muy a menudo, porque lo suyo es la actuación. «Tengo una vocación casi religiosa, lo que más me apetece siempre es trabajar. Lo que me apetece es seguir recibiendo proyectos», dice con una sonrisa. Y, por suerte, trabajo no le falta, aunque hay quien ve en él una suerte de Leonardo DiCaprio español. «Ojalá», dice Rubén. Participa en infinidad de proyectos, los colegas de la profesión alaban su buen hacer, pero los premios se le resisten. «Me nominaron hace 20 años y nunca más. Te mentiría si te dijera que no importa. Durante un tiempo me ha hecho daño porque eso me hacía sentir de alguna manera no acogido o, digamos, no abrazado con calor. No podía evitar preguntarme por qué, si vota la profesión y todo el rato se me hace saber que trabajo bien, nunca hay una caricia en la espalda en ese sentido. Según van pasando los años, de alguna manera he tenido que hacer el ejercicio de quitarle importancia, pero reconozco que es algo que me haría mucha ilusión». No es la única ilusión que tiene, porque son varios los trabajos que tiene pendientes y los proyectos que quiere encaminar, entre ellos, su propia película. «Sigo intentando levantarla. Y tengo un par de proyectos para dirigir teatro en la temporada 23-24, y proyectos para el verano. Estoy con ganas de seguir haciendo personajes e historias». ¿Qué queda de aquel niño que empezó en el cine hace ya un par de décadas?, le preguntamos. «Casi todo», responde reflexivo. «Sobre todo, en lo que respecta a la vocación y el trabajo, porque, por más que, en algunos aspectos, la vida me haya pasado por encima y en el curro haya habido un par de momentos difíciles, como en cualquier carrera, sigue resultando el amor de mi vida. No, no ha aparecido nada ni nadie que me conecte tanto, que me importe y que me inspire más».