La columna de Carla de La Lá
La alegría de Irene Montero
Si no le ponemos alegría a nuestra vida es imposible entenderla, te vaya bien o te vaya mal.
Tengo mucho en común con nuestra encantadora Ministra de Igualdad. Ambas somos mujeres, madres, bípedas y tenemos una casa en la sierra de Madrid, pero lo fundamental es que ambas admiramos la alegría de vivir en las personas, el entusiasmo en cualquiera de sus formas...
“Defender la alegría como un derecho: pelear, quemando el cielo si es preciso, por una vida que merezca la pena ser vivida”. Esto dice la autobiografía breve en el perfil de Irene Montero del portal de transparencia de Unidas Podemos. Por cierto, la primera frase, de su defensa de la alegría (como un derecho) es de Mario Benedetti, aunque no lo cita.
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
A mí, como a ellos dos y supongo que a ustedes amigues, lo que me embelesa es la expansividad, los que sonríen con todo el cuerpo e irradian. En la gran mayoría de los casos, el tono vital alto es sinónimo de generosidad, de valentía y de capacidad de amar…
A las personas alegres, de tono alto o muy alto, no les basta con vivir ordenadamente, por eso bailan. Obsérvenlas, no pueden remediarlo, comienzan a moverse al primer solfa con su energía indómita, peligrosa. Agitan los brazos, las caderas, los tobillos sin tener jamás suficiente, sin recato, descontenidas, olvidándolo todo menos su alegría…
Con respecto a las circunstancias y sus incomodidades o dolores, no importan. Las circunstancias son un juego, son un medio de transformación. Hay que aprender a despreciar las circunstancias y no dramatizar ni dejarnos vencer por la preocupación. Personas que se descomponen jugando al Parchís o al Monopoly ¿Las conocen? La vida, lo mismo.
Esta semana fallecía una persona muy cercana a mi querido tío Chucho y me decía en uno de sus audiowassaps, que son podcasts, que es fundamental poner alegría a nuestra vida en todo momento (y muy fácil) pese a todos los problemas y aflicciones. “Si no le ponemos alegría a nuestra vida es imposible entenderla, te vaya bien o te vaya mal”. En cambio, la alegría es algo muy simple, decía_ “y casi siempre está al alcance de nosotros, se trata de ver la vida con la naturalidad y con la simplicidad de una pequeña maratón con la que tenemos que lidiar. A veces está planito y a veces es una cuesta y hay que darle”.
Conclusión, toque lo que toque. Hay que anteponer la alegría aunque se nos lleven los demonios; dada nuestra sobrada incapacidad para entender el mundo y cómo se desarrolla, echemos mano de la alegría, ella nos rescatará y nos devolverá a una realidad vivible, “Y no solo vivible, sino gozable”. No importa por donde haya uno pasado sino a dónde quiere llegar.
“Sin entrar en un análisis intelectual de qué hacemos de nuestra vida y en que estamos invirtiendo nuestros talentos, tratemos de vivir con alegría. Desde un deseo formativo no sojuzgador, ni de los demás ni de nosotros. Apreciemos la variedad, las diferencias, huyamos de la unificación. Y ojala que encontremos en el camino de nuestro deambular juntos el respeto, y que el amor crezca, no desde el empalago ni la uniformidad sino desde una tolerancia que nos permite vernos con caridad y darnos a priori el derecho y el deseo de existir. El otro tiene derecho a ser quien es y como es. Y yo también”.
Y luego que no es difícil disfrutar de un viento suave y fresco, incluso de la homogeneidad del ruido urbano, y de todas esas cosas tontas que nos están atando a nuestro aquí y ahora. Las cosas pequeñas son un ancla maravillosa para poder mantenernos firmes en este empeño y sacar adelante nuestra vida, nuestro día cualquiera. Un día cualquiera es lo más alegre que se me ocurre.
Disfrutemos del trabajo, de la familia, de la soledad, incluso de nuestras limitaciones tratando de prepararnos para lo que vendrá después con curiosidad infantil, temeraria, jóvenes y vivos.
Probablemente si perseguimos la alegría tengamos que regresar a una simplicidad emocional y a una mayor conciencia del aquí y ahora, como les sucede a los poetas; ser más receptivos y observar nuestras vidas sin anteponer juicios, siendo amables y amorosos, sin grandes pretensiones, ni grandes frustraciones. “Eso que llaman mediocridad total y que es tan despreciable para muchos. Hay que confiar un poco en nuestra aparente estupidez”.
Debiéramos buscar conscientemente un poco de mediocridad (para mí, comprenderán ustedes, es dificilísimo imaginarla siquiera) pero no cejo. ¡Alegría!
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