Teatro
Las cuitas de Clotilde
Raquel García-Tomás presenta un totum más o menos revolutum, de elementos dispares, que persigue un resultado rocambolesco y rompedor en la pista de salida de lo que se define como «ópera bufa contemporánea, ma non troppo»
Raquel García-Tomás presenta en el Teatro Español lo que se define como «ópera bufa contemporánea, ma non troppo»
«Je suis narcissiste», de Raquel García-Tomás. Solistas de la Orquesta del Teatro Real: Elena Copons, Toni Marsol, María Hinojosa, Joan Ribalta. Director musical: Vinicius Kattah. Directora de escena: Marta Pazos. Teatro Español, 6-III-2019. Madrid. Estreno mundial.
Bienvenidas sean nuevas aventuras como la que se comenta en estas líneas, fruto de la colaboración entre Òpera de Butxaca, Nova Creació y el Teatro Real, con la participación del Español y el Lliure. García-Tomás, que había tenido ya la suerte de presentar hace un par de años, en los Teatros del Canal, también dentro de la programación del Real, su operita anterior, «disPLAY», ha ido en este caso un poco más lejos en busca de esa hábil integración, en un totum más o menos revolutum, de elementos dispares, persiguiendo ahora un resultado más rocambolesco y rompedor en la pista de salida de lo que se define como «ópera bufa contemporánea, ma non troppo».
La obra «propone elementos –explica la compositora– que faciliten una puesta en escena dinámica y flexible». Para ello, construye su discurso sobre la idea de collage alternando multitud de materiales musicales de naturaleza estilística diferenciada y que funcionan, en muchas ocasiones, como pequeñas parodias. Esa miscelánea encuentra su coherencia en lo teatral, ya que cada «leit motiv» va a asociado a los pequeños gestos, personajes o situaciones recurrentes que aparecen a lo largo de la función.
La historia de Clotilde, que, tras la muerte de su gato, recurre a un excéntrico psiquiatra, da lugar a un desfile de personajes tan curiosos como representativos y abracadabrantes –fruto en primer lugar de la inventiva de la libretista Helena Tornero–, servido por una música móvil, en la que cabe un poco de todo, desde el musical –con el que se abre y cierra la ópera– al «ragtime», al toque puramente zarzuelero, a la cita literal de fragmentos de óperas como «Tristán e Isolda» o «La bohème», a melopeas de corte orientalizante –larga escena de los monjes budistas (el propio director musical va ataviado de ese jaez)–, al empleo de ritmos adaptables a las distintas situaciones, como ese curioso vals que envuelve sensualmente a una larga y penumbrosa escena erótica.
Los recursos instrumentales, que parten de un grupo de quince músicos, son variados y climáticos, juegan con ritmos de distinto tipo y se pliegan al discurrir vocal. Abundan el recitativo dramático, la exclamación y los pasajes hablados, aunque el subrayado nunca falta. Con todo, no siempre se evita que la narración se haga un poco morosa y que en instantes no pensemos que el planteamiento de ciertas situaciones no peca de banal. La crítica a unos arquetipos, la distorsión «per se», pueden se contraproducentes.
El espectáculo estuvo bien movido y aderezado por Marta Pazos, feliz en algunos graciosos hallazgos. Los cuatro protagonistas sudaron bien las camisetas y las voces. Elena Copons, soprano lírico-ligera, mostró su atractivo y luminoso timbre y su buena técnica emisora. La también soprano, más propiamente lírica, María Hinojosa exhibió extensión y verdadero camaleonismo y ascendió con suficiencia a la zona aguda. El barítono Toni Marsol, ligeramente engolado, evidenció su tradicional profesionalidad y seguridad en el trazo, y el tenor ligero Joan Ribalta, de timbre más bien descarnado y seco, sorprendió por su soltura, maleabilidad y valentía en la zona alta, en la que practica una suerte de falsete reforzado. Vinicius Katttah, apoyado en un foso bien engrasado, dio vida y sentido a la cambiante música, diferenciado bien los ritmos, los acentos, lo colores y los estilos. Éxito franco al final.