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La música electrónica, crisis de la mediana edad
El monumental «Loops 2» cuenta la historia del género en el siglo XXI marcado por la desmaterialización del mundo, la pérdida dela originalidad del estilo y el auge y caída del EDM, que provocó un cambio radical y logró dominar el mercado «mainstream».
El monumental «Loops 2» cuenta la historia del género en el siglo XXI marcado por la desmaterialización del mundo, la pérdida dela originalidad del estilo y el auge y caída del EDM, que provocó un cambio radical y logró dominar el mercado «mainstream».
La música electrónica vive la crisis de la mediana edad. Aquejada de un cierto ataque de existencialismo, el estilo que iba a reinventar el mundo se ha atascado en lo que llevamos de siglo XXI en un frenazo creativo marcado por los cambios de un mundo que ni se reconoce a sí mismo. En las páginas del voluminoso «Loops 2», el periodista musical Javier Blánquez desgrana con minuciosidad lo sucedido en la escena musical electrónica con la misma precisión y pasión del primer volumen, que reaparece ahora ampliado. En la perspectiva de la última década y media, hay que aludir a la desmaterialización del mundo llevada a cabo por internet y la sociedad virtual, algo que ha ayudado a la música a universalizarse, pero, al mismo tiempo, y quizá como consecuencia de lo primero, a perder originalidad, atrapada en el bucle de sonidos que le dieron origen. «No es una crisis creativa absoluta, pero sí que ha habido un frenazo de estilos que anunciaban posibilidades y se han estancado», señala Blánquez. En este tiempo, a pesar de todo muy interesante cuando se mira (y se escucha) siguiendo los consejos del autor del libro, ha habido un protagonista absoluto: la aparición y descalabro del EDM, es decir, la música de baile comercial, con el simbólico suicidio de Avicii, uno de sus exponentes, y «que puede considerarse el fin de una era».
Así, en este tiempo también se ha producido la conquista de la electrónica como el formato dominante en un doble sentido: primero, estilístico, desbancando al rock y al pop, y en segundo lugar, tecnológico, pues cualquiera que escuche a sus artistas favoritos del estilo que sea a través de Spotify no puede negar que la tecnología es parte de la naturaleza de la música. Por partes: «Que la electrónica sea para todos los públicos es algo que pasaba antes. Mis primeros contactos con el género fueron Jean Michel Jarre o el italodisco, lo que ocurre es que antes sonaba marciana y ahora la herramienta que creaba la electrónica se ha normalizado en todos los ámbitos –apunta Blánquez–. En cuanto a lo segundo, hay músicas como el vaporwave o incluso el hegemónico EDM que no existen como objetos. Es literalmente imposible comprar un disco (y menos un vinilo) de ese estilo. No existen, sencillamente». Por tanto, cuando se pierdan algunos archivos en la nube, es posible que algunas piezas desaparezcan sin dejar rastro.
Lista de Spotify
En este libro hay viscerales relatos de estilos como el house progresivo, el techno y el ruido en la música experimental, el electroclash, el continuum rave en Reino Unido y los subgéneros del dubstep, entre otros. Si estos nombres suenan a chino, Blánquez se ha encargado de seleccionar una lista de Spotify por cada capítulo con algunos temas relevantes de cada escena. Y algunos siguen sonando a chino. Conviene señalar que el autor pasó los primeros 14 años de este siglo trabajando en publicaciones especializadas donde prestó especial atención a todas las novedades. «Escribir el libro me llevó un año de dedicación completa pero, en realidad, ha sido toda la vida», reconoce.
En la escena electrónica, no por denostado y poco interesante, hay que prestar atención primordial al EDM. «No deja de ser pop en el fondo, pero con todos los recursos digitales a máxima potencia. No es que generase un cisma entre los seguidores, aunque sí que provocó un cambio radical. Antes de su aparición, había un “mainstream” casi anecdótico. Hubo unos DJ superestrellas y algunos artistas que podían interesar al público del pop viniendo de la electrónica, como The Chemical Brothers, Daft Punk o Underworld, pero nunca con la fuerza de dominar el mercado. La EDM lo consiguió y de alguna manera le quitó su poder al “underground”, lo empujó más allá. Y es verdad que a la escena más subterránea le ha venido bien, porque la ha forzado a ser más original y más rara, pero también ha habido un punto de exasperación porque la EDM ha sido muy bruta y muy grosera», comenta el autor. Sin embargo, esa dominación parece haberse extinguido presa de la propia voracidad del mercado. «Creo que la han matado los propios artistas de la EDM. Ellos intentaron llevar la música rave al pop y terminaron apareándose con las listas de “Forbes” y con el cine de Hollywood. Y ahora el último disco de Calvin Harris se aleja del baile para ir al hip hop», apunta. Y ahí está el trágico destino de la presión comercial desmedida sobre Avicii.
El precio que se pagó por esta conquista del relato cultural a manos de los artistas de los platos ha sido alto. «En los años 90, muchos nos obsesionamos con esta música por su capacidad de crear mundos, de innovar con la tecnología y por las posibilidades que se abrían. Existía la promesa de un infinito, pero el EDM fue una redefinición comercial que ha matado parte de esa aura, de la esencia creativa. De manera que sí, se ha perdido algo de verdad en el sentido más sentimental del término. Puedes disfrutar o no de esa música, pero es muy fácil y muy populachera. No tiene remordimientos en ser fácil y accesible. Y no era eso lo que esperábamos. No queríamos que se transformase en esto, pero es algo que le ha sucedido a todos los géneros, una ley de vida», afirma Blánquez.
Esa sensación de un futuro cancelado que es transversal a la creación artística en el siglo XXI también ha llegado a la electrónica. Como teorizó Franco Berardi («Realismo capitalista») y recogió Mark Fisher («Los fantasmas de mi vida», ambos en Caja Negra), la cultura mira más al pasado que al futuro. «Le ocurre al arte, a la literatura, y hasta te diría que la gastronomía, que era muy futurista, está volviendo a las esencias del pasado. Y por supuesto que le ha sucedido a la música». Existe tanta cantidad de música buena que los creadores quieren digerir que se mira al pasado esplendoroso con una nostalgia paralizante. Por otro lado, el presente va tan rápido que tampoco ofrece asideros. «Hay una cantidad de información invivible», remarca el autor.
A pesar de todo, la electrónica sigue transmitiendo un mensaje invariable desde sus inicios, cuando el house amalgamó a los raros de Detroit en un almacén. «El epílogo de Ewan Pearson habla de cómo se pueden construir utopías a pesar de que nos rodee una realidad espantosa post-Brexit y post-Trump. Sigue habiendo un mensaje muy claro de libertad y de respeto de la individualidad y de la identidad racial y sexual, no todo el tiempo y en todas sus manifestaciones, pero muy presente en muchas partes del mundo. Acaba de suceder en Tiblisi, la capital de Georgia, donde se han instalado muchos DJ y productores espantados con la subida de precios de Berlín, la meca a principios de siglo. Allí, la policía ha desalojado dos clubes recientemente y la respuesta de los “ravers’’ fue la de montar una fiesta de dos días enfrente del Parlamento. Imagínate que pasara aquí, delante del Congreso, sin piedras ni banderas, solo bailando como un acto pacífico pero muy claro que diga “no nos vais a eliminar’’. Esta es una demostración de que en los clubes hay un sentimiento de comunidad y también de respeto en el que muchos se pueden expresar como son», apunta el periodista, que cita, entre otros ejemplos de esta comunidad espontánea, el fenónemo «rave» en Reino Unido y la Ruta del Bacalao en España, ambos disueltos porque a las autoridades se les escapaban de las manos. «Hay una serie de cuestiones que tienen que ver con la política, en lo que va del Estado para abajo y de la piel hacia dentro, que esta música recoge aunque no lo haga con un corpus dogmático como podía hacer el rock político o el hip hop de los 80».
El trap y «la otra» electrónica
Mucho se habla y se escribe del trap sin tener la menor idea. Para que dejemos de quedar mal en nuestras reuniones de colegas «puretas», Blánquez ofrece un capítulo dedicado al hip-hop. Un momento, ¿al rap? Sí, porque, como define el autor, rap y electrónica son dos carriles que circulan en paralelo y muchos artistas cambian de la izquierda a la derecha o circulan sin complejos por la línea discontinua (Lil Wayne, Ludacris y David Banner son algunos ejemplos). Ya lo dice dice Simon Reynolds, el hip-hop es «la otra» música electrónica. Pues bien, en un alarde de generosidad, el periodista nos conduce desde las calles de Nueva York a la lucha de costas «gangsta» y hasta el «sucio sur» de EE UU, donde se han producido algunos de los estilos más innovadores e influyentes en tiempos recientes. Y es que igual que el rap clásico estaba apoyado en una tecnología en concreto que fue evolucionando (de los platos a las cajas de ritmos o los efectos digitales), también algunas máquinas y algunas drogas definen la evolución sureña de un estilo que suena a rap ralentizado fumado por algo de mala calidad. Y de esos polvos (y de los efectos de algún jarabe para la tos) con Auto-Tune y algo más que pueden leer en el libro, ha sido como fue dándose vida al crunk, screwe y al trap, la lengua franca de los parques del mundo.
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