Tribuna
La victoria de Trump humilla a los demócratas: el tiempo dirá si supone un avance o un retroceso
La política de EE UU y, por extensión, occidental deberán adaptarse a nuevos valores, a nuevos principios. El tiempo dirá si la presidencia de Trump supone un avance o un retroceso
La incógnita sobre quien será el próximo inquilino del Despacho Oval ha sido finalmente resuelta. La victoria de Donald Trump resulta tan contundente, tan aplastante que más que inquilino pudiera decirse que será el rey de la Casa Blanca. No solo ha ganado los votos electorales necesarios para conseguir la victoria, también las dos cámaras del Congreso tendrán color rojo y conservadora es la composición del Tribunal Supremo, donde él pudo nombrar tres jueces, en una relación de seis a tres a su favor.
Se trata de un resultado ciertamente sorprendente, no por el hecho de que Trump se haya alzado finalmente con la victoria, sino por la contundencia del resultado. Después de meses de campaña –probablemente la campaña más singular y atípica que hemos asistido en las últimas décadas en los Estados Unidos–, las elecciones del pasado 5 de noviembre, han transcurrido con una naturalidad más propia de décadas del pasado siglo que de las turbulencias de las dos últimas. Tal vez porque el número de votos electorales a favor del republicano es tan abultado que no deja lugar a la duda. Hemos asistido a una victoria extremadamente humillante, no solo para la candidata, sino también para los demócratas en general, comparable tan solo a la de 1980 cuando Ronald Reagan vapuleó a Jimmy Carter (489/49), incluso ocupando este último la presidencia.
El primer interrogante tiene que ver con el motivo de este desastre electoral para la candidata demócrata cuando las encuestas daban un resultado tremendamente más ajustado hasta el punto de que muchos creíamos que podía ganar Michigan, Wisconsin, y Pensilvania garantizándose de esta forma la victoria. La respuesta bien pudiera encontrarse tanto en sus errores como en los aciertos del aspirante.
Vaya por delante que mi sensación era que Harris había realizado una campaña electoral impecable. El hecho de que Trump evitara un segundo debate ponía de manifiesto el temor que le producía un nuevo cara a cara, y sembrar de dudas la limpieza del proceso en los estados claves parecía ser un intento de poner la venda antes de resultar herido. En cualquier caso lo cierto es que los resultados ponen de manifiesto que la campaña de sonrisa Profidén ha resultado estéril.
Sin duda ha pesado el cambio de candidato demócrata a mitad de campaña, aunque la opción Harris fuera la menos mala de las posibles. Partía con una imagen no muy favorable como vicepresidenta y pese a que –repito– su campaña creo que ha sido más que aceptable no ha logrado mejorar su imagen. Los americanos han seguido viéndola como la vicepresidenta apocada que no lograba resolver los problemas que se le encomendaban, por ejemplo, el tema de los emigrantes ilegales que venían de Centroamérica. También ha pesado la mala imagen de Joe Biden. Formar un tándem con el presidente peor valorado en décadas –apenas si supera el 35% de aceptación–, ha supuesto una rémora importante.
Ya están accesibles algunas encuestas realizadas a pie de urna y se ve que al comparar estos resultados con los de las anteriores elecciones las horquillas en las distintas bolsas de votantes siempre han favorecido a Trump. Todo lo que podía torcerse para Harris se ha torcido. No ha obtenido el voto étnico en los porcentajes que esperaba, incluso en algún estado ha optado por votar al republicano; las mujeres tampoco la han apoyado de forma incontestablemente mayoritaria, algo que sí han hecho los varones blancos con Donald Trump. Los temas estrella de su campaña como la libertad femenina, la defensa de la democracia, las energías renovables, el derecho al aborto… se han revelado como asuntos intrascendentes, incluso para las mujeres.
Otro considerando es el voto oculto que pudiera penalizar a Trump como le ocurrió en las elecciones de mitad de mandato hace dos años, cuando parecía que arrasaría y fracasó estrepitosamente; pero finalmente ha terminado por favorecerle. Me pregunto hasta qué punto el conflicto de Gaza ha podido influir también, sobre todo entre los votantes jóvenes y los musulmanes en estados como Michigan. Y por último me planteo si existe reticencia de algún tipo que imposibilite la llegada a la presidencia de una mujer. Ocurrió con Hillary Clinton, y ahora ha vuelto a ocurrir con Kamala Harris. Si Michelle Obama abrazaba la idea de postularse como candidata, creo que, durante unas cuantas legislaturas, las mujeres en el Partido Demócrata van a tener esa opción vetada.
En el otro lado de la balanza tenemos una campaña incuestionablemente exitosa que se ha basado en un mensaje sencillo y claro, centrado fundamentalmente en asuntos económicos y de seguridad –me estoy refiriendo a la emigración. Toda su campaña podría resumirse en la siguiente frase: «¿Vives ahora mejor que hace cuatro años? Si la respuesta es NO, entonces yo soy tu candidato». Y, efectivamente, para un segmento amplísimo de la población norteamericana, la inflación les ha hecho vivir sustancialmente peor de lo que vivían hace cuatro años, y eso ha resultado definitivo. «Yo os traigo la esperanza» repetía en todos sus mítines, y eso es lo que a tenor de los resultados querían oír los votantes.
Por último, aspectos de geopolítica, que nunca han sido especialmente determinantes en los procesos electorales han adquirido un singular valor, pues sin entrar en conflictos concretos ha logrado recrear la idea de que la caótica situación que vive el mundo se debe a que los Estados Unidos ya no son respetados. Como ejemplo explícito de tal afirmación exponía la caótica retirada de Afganistán.
Con esta realidad el planteamiento analítico tiene que ver con las intenciones de este Trump.2 que va a ocupar la Casa Blanca. La primera consideración es la del inmenso poder que acapara tal como ya se ha expuesto. A ello hay que añadir algo sustancial: además de todo ello también ha ganado el voto popular, lo que le concede una autoridad moral, una patente de corso para actuar como considere más conveniente (resultará divertido ver en qué quedan las causas que todavía tiene pendientes con la justicia).
Además sabe qué es ser presidente y las implicaciones, en el más amplio sentido del término, de sentarse en el Despacho Oval. En su discurso reivindicando la victoria ya ha manifestado que «las promesas hay que cumplirlas», así que veremos deportaciones -no creo que de los 11-15 millones de emigrantes irregulares-, aplicará un modelo económico con subidas arancelarias y bajadas de impuestos, propondrá importantes recortes federales de todo tipo, obligará al presidente ucraniano a sentarse con las autoridades rusas para diseñar un plan de paz que indudablemente incluirá la renuncia a parte de su territorio, y el conflicto con Irán adquirirá una nueva dimensión.
El Partido Republicano, que él ya cambió, inicia hoy una nueva senda que será difícil de desandar y el Proyecto 2025 junto a los principios abrazados por el movimiento «America First» marcará la nueva configuración del republicanismo norteamericano. A partir de ahora, de hoy, la política norteamericana y por extensión occidental, deberá adaptarse a nuevas formas, a nuevos valores, a nuevos principios. El tiempo dirá si supone un avance o un retroceso.