Asia
Los talibanes celebran tres años de la vuelta al poder en Afganistán aislados afuera y fortalecidos dentro
Aunque están amenazados por grupos como el Estado Islámico, talibanes y yihadistas han llegado a una suerte de coexistencia
Los talibanes celebraron ayer el tercer aniversario de vuelta al poder en Afganistán en medio de una situación humanitaria crítica y del aislamiento internacional del régimen. El 15 de agosto de 2021 los insurgentes completaron su regreso triunfal a Kabul derrotando con sorprendente facilidad a las fuerzas armadas de la República afgana, efímera tentativa de democratización apoyada por Occidente.
En la retina quedarán las imágenes de la atropellada huida de las tropas de Estados Unidos y otros países europeos de Kabul veinte años después de la victoria de las fuerzas de la OTAN sobre los talibanes. No en vano, una antigua base estadounidense, la de Bagram, fue el escenario de las celebraciones, en las que los talibanes pidieron a la comunidad internacional que coopere con el Emirato afgano. «El Emirato Islámico ha eliminado las diferencias internas y expandido el alcance de la unidad y cooperación en el país», aseguraba en los fastos de esta semana el viceprimer ministro Maulvi Abdul Kabir.
Sin duda, los insurgentes pueden reivindicar haber impuesto sin oposición doméstica los principios de la sharía o ley islámica que ya rigieron en su primer emirato (1996-2001) a pesar de que una parte de la ciudadanía no tolera el retroceso en derechos individuales y humanos. La sofisticación de los mensajes y el uso de las redes sociales por parte de las nuevas generaciones de talibanes no oculta el hecho de que el régimen ha liquidado cualquier tentativa informativa libre tras cerrar decenas de medios de comunicación.
En la cúspide del sistema teocrático se halla, con todo, un veterano del movimiento: el elusivo y esquivo Hibatullah Akhundzada. A sus 63 años y natural de Kandahar, el líder supremo fue designado en 2016 con el objetivo de reunificar el movimiento días después de que su predecesor, Akhtar Muhammad Mansour, fuera abatido por drones estadounidenses en la provincia pakistaní de Baluchistán.
Hijo de un teólogo, su respeto y popularidad entre los talibanes se deben a su conocimiento de la ley y la jurisprudencia islámica, debidas en parte al hecho que dirigió el poder judicial durante los años del primer emirato (1996-2001). Uno de sus mayores logros es haber mantenido la cohesión y unidad del grupo en años difíciles para el movimiento. En declaraciones a AP, el responsable del programa para el Sur de Asia de Crisis Group, Ibraheem Bahis, asevera que «los talibanes están unidos y seguirán constituyendo una fuerza política durante muchos años». «Gobiernan como un solo grupo y como un solo grupo combaten», zanja.
Las mujeres, sometidas
A pesar de que en las primeras semanas en el poder los fundamentalistas prometieron el respeto a los derechos de las mujeres, la mitad femenina de la población ha sido, como preveían los especialistas, marginada de la educación y el mercado laboral salvo excepciones. Las mujeres han salido del ámbito sanitario, lo que, además, limita la asistencia médica a la población femenina. Hoy las mujeres no pueden disfrutar de la educación secundaria ni universitaria. Las restricciones afectan a otros muchos momentos de su vida cotidiana: niñas y mujeres adultas no pueden siquiera ir al parque o a hacer deporte en un gimnasio. Para viajar, las mujeres necesitan una compañía masculina. Una suerte de policía de la moral se encarga de velar por el uso obligatorio del hiyab en las calles de las ciudades afganas. Naciones Unidas habla abiertamente de «apartheid femenino».
La ONG Human Rights Watch (HWR) recordaba esta semana cómo los talibanes han creado «la crisis más seria para los derechos de las mujeres en el mundo». «Bajo los talibanes, Afganistán es el único país donde las niñas no pueden proseguir su educación más allá de sexto grado. Los talibanes han violado el derecho de las afganas a disfrutar de la libertad de movimientos y a trabajar en muchos ámbitos profesionales; ha n acabado con la protección para las mujeres y niñas que sufren violencia de género, levantado barreras en su acceso al sistema sanitario y les han prohibido practicar deporte y hasta ir al parque».
Contactos con China y Rusia
Sobre el futuro inmediato, nada hace inquietar al régimen tres años después de recuperar el control de Afganistán. A pesar de que oficialmente ningún país les reconoce, son frecuentes los encuentros de alto nivel entre altos mandos talibanes y representantes gubernamentales de Rusia, China, Emiratos Árabes Unidos o Qatar.
La amenaza interna de grupos como el Estado Islámico en el Gran Jorasán no es baladí, pero talibanes y yihadistas han llegado a una suerte de coexistencia. Por otra parte, la consolidación de un feudo en el corazón de Asia Central de la franquicia regional del Daesh con capacidad para golpear con dureza fuera de Afganistán, incluida Europa -en marzo de este año el Estado Islámico provocó una auténtica matanza en Moscú, 145 personas asesinadas— preocupa a Estados Unidos, que, con el foco de atención en la guerra en Ucrania y la competencia por la hegemonía con China, estudia aumentar la cooperación con Kabul a fin de contrarrestar una amenaza mayor. Las minorías chiitas de Afganistán, como los hazara, son el blanco principal de los grupos yihadistas suníes.
Ayudas millonarias
Las críticas y la presión internacionales, en fin, han tenido escasa influencia en el flamante emirato talibán, que ha conseguido pasar con eficacia de la insurgencia a la construcción de sistema administrativo funcional. Aunque tratando de evitar que el dinero acabe en manos de los talibanes, la comunidad internacional -con Estados Unidos a la cabeza— continúa enviando millonarias donaciones a Afganistán en vista de la situación económica. No en vano, en 2023, la ayuda internacional representó en torno al 30% del PIB afgano, según datos de AP.
De acuerdo con Naciones Unidas -que ha destinado 3.800 millones de dólares a distintas organizaciones humanitarias radicadas en el país-, más de la mitad de la población del país de Asia Central (23 millones de personas) sufre inseguridad alimentaria. El aislamiento de la economía afgana de la comunidad internacional y la incapacidad gestora de los talibanes augura el deterioro de la situación social en los próximos tiempos en el país.