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Un país conmocionado

Netanyahu, un líder en guerra por su supervivencia política

Aumenta la presión sobre el primer ministro israelí, cada vez más cuestionado por su gestión de la crisis

Netanyahu, primer ministro de Israel Europa Press/Contacto/JINIEUROPAPRESS

El clima de falta de confianza institucional en Israel no tiene precedentes, tanto como el ataque de Hamás del 7 de octubre. Porque la confianza se deposita en una autoridad responsable que, cuando falta a su deber y se equivoca, lo asume y corrige. Altos mandos del ejército y de los servicios de seguridad asumieron su responsabilidad tras la catástrofe de ese sábado. No así el gobierno. «Un primer ministro es responsable institucionalmente. En el caso israelí, Benjamin Netanyahu es responsable del Shabak (servicio de seguridad interior), del Mosad (servicio de seguridad exterior) y de los reportes del ministro de Defensa sobre el funcionamiento del ejército», explicó Mario Sznajder, profesor emérito de la Universidad Hebrea de Jerusalén en Ciencias Políticas. «Y si nadie le informó de lo que parecía que se estaba gestando, él debía preguntar».

A decir de Sznajder y otros muchos analistas, Netanyahu no tiene ningún modo de exculparse de la cadena de acontecimientos desastrosos que sobrevinieron al país ese día en que se recordaba otro tremendo palo para Israel cincuenta años antes, la Guerra de Yom Kipur. El analista Alon Pinkas señala en el diario «Haaretz» que, desde la mañana del 7 de octubre, Netanyahu «no ha hecho más que planear cómo salvarse, despojándose de cualquier forma de responsabilidad, desviando la rendición de cuentas y culpando al ejército y a los servicios de inteligencia por lo que fue el peor y más mortífero día de la historia de Israel». Y ahora su único objetivo, y de la maquinaria política que él ha puesto en marcha, es sobrevivir institucionalmente a la situación.

Según Pinkas, lo hace utilizando dos instrumentos. El primero es político, gestionando su gobierno de extrema derecha y pagando a la comunidad ultraortodoxa mucho dinero y, se sospecha, también usará una importante porción de la «ayuda de emergencia» estadounidense de 14.300 millones de dólares para ese mismo fin. El segundo instrumento, según el analista, es crear y fortalecer una nueva narrativa sobre lo que sucede: una guerra entre civilizaciones, una «segunda Guerra de Independencia», que solo él puede liderar. Y que, si Netanyahu no sobrevive, tampoco el país lo hará.

Eran los mismos argumentos que usaba en años precedentes cuando se refería a Irán y a la amenaza existencial que representa para Israel. Por eso, cualquier crítica a su gestión en la contienda bélica es considerada miserable y saboteadora de la causa mayor: la lucha por la propia existencia.

Pero Israel no está luchando por su existencia. No por ahora. Tiene un ejército poderoso, el apoyo de medio mundo y dos portaaviones estadounidenses estacionados aquí al lado. «Si lo hubiéramos echado del gobierno al principio de las protestas, si hubiéramos tenido el valor de hacerlo, no hubieran muerto tantos niños, tantas personas, no habría secuestrados en Gaza», dice Ishai Hadas, líder del movimiento social antiNetanyahu llamado Crime Minister, que durante los últimos seis años ha estado organizando manifestaciones en contra de la política del mandatario que, según él, y muchos otros, ha aprobado leyes para socavar el poder judicial y evitar ser procesado por los tres casos de soborno, fraude y abuso de confianza que penden sobre él.

Además, sus detractores le acusan de no buscar la conciliación sino más bien, todo lo contrario, crear la discordia en todos los ámbitos. «Durante los últimos 14 años, mientras implementaba una política de divide y vencerás frente a Cisjordania y Gaza, y también internamente, Netanyahu se ha resistido a cualquier intento, militar o diplomático, que pudiera poner fin al régimen de Hamás», señaló Sznajder.

A decir del académico, Netanyahu manutuvo a Hamás en el poder durante muchos años, «pero sin tener contacto de forma directa. Le convenía que revolvieran el gallinero y él no tuviera que negociar con Abás (presidente de la Autoridad Nacional Palestina). Y las acciones militares que hubo durante todos esos años contra Hamás siempre fueron muy limitadas y nunca se intentó, ni siquiera con el ministro de Defensa (Avigdor) Liberman, quien sí quería ir hasta el final, derribar a Hamás».

Ahora, estancados en una guerra necesariamente desproporcionada, como no puede ser de otro modo entre un ejército regular y un grupo terrorista, con un país más decantado hacia la promesa de sacar a Hamás de Gaza, pero también con una parte de la población a la que no se le hace justicia en los medios de comunicación ni nacionales ni internacionales, que clama por un alto el fuego porque considera que la guerra no es el camino, Netanyahu dice cosas como que cambiará Oriente Medio, que «no habrá Hamás después de Hamás» y que «Gaza nunca más será una amenaza». Pero no hay conversación sobre el futuro de la franja ni su relación con Cisjordania porque eso implicaría degradarlo a político en democracia que le debe rendir cuentas a su electorado, abrir la fisura del cuestionamiento de las acciones y de las inacciones y, en conclusión, sacarlo de su narrativa de líder por encima del bien y del mal, añade el experto.