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Manson, de regreso al infierno
El criminal más famoso del siglo XX, el líder de la «Familia Manson», murió a los 83 años por causas naturales en un hospital californiano. Condenado a varias cadenas perpetuas, había cumplido ya 46 años de pena en prisión por ser el instigador de los brutales asesinatos en grupo de Cielo Drive y el matrimonio LaBianca
El criminal más famoso del siglo XX, el líder de la «Familia Manson», murió a los 83 años por causas naturales en un hospital californiano. Condenado a varias cadenas perpetuas, había cumplido ya 46 años de pena en prisión por ser el instigador de los brutales asesinatos en grupo de Cielo Drive y el matrimonio LaBianca.
entro de las más deleznable de la iconografía del gore-pop, donde artistas y devotos del comunismo friqui ensalzan a los asesinos de masas totalitarios con inusitada alegría, Lenin, el Che, los Castro, Stalin, Mao, Chávez y los King-Jon de la dictadura norcoreana, cabe situar a esa estrella menor pero relevante de la contracultura hippie que fue el criminal Charles Manson. Que haya muerto en la cárcel en donde ha cumplido una condena de cuarenta y seis años por los espantosos asesinatos en el 10050 de Cielo Drive, calle desde la que dirigió a su «Familia» para que asesinara a unos «cerdos burgueses», entre los que se encontraba Sharon Tate, embarazada de siete meses de un hijo del director Roman Polanski, es una buena noticia.
El mal, en todas sus versiones, incluidas las más perversas, que son las que desde la contracultura de los años 60 predicaban la revolución sangrienta y el Apocalipsis, de clara resonancia bíblica, nunca debiera ser motivo de celebración. Y menos siquiera de mistificación mediática, como viene siendo celebrada su feroz hazaña desde el kitsch-pop, de artistas desquiciados como Marilyn Manson, Axl Rose, de Guns N’ Roses, y el director John Waters, olvidando en el inhumano homenaje a las víctimas por las que se hizo tristemente célebre Charles Manson: Sharon Tate y sus cuatro amigos, y los asesinatos de Leno y Rosemary LaBianca.
«Quería vivir más allá de lo que me ofrecía la vida normal –declaró la asesina Leslie Van Houten, condenada por los asesinatos de Leno y Rosemary La Bianca–. Soñaba con destruir el orden social dominante, abducida por un gurú megalómano».
La fascinación del director de cine basura John Waters, que dedicó su primer filme, «Pink Flamingos» (1972), a «las chicas de Charlie», la justificaba por la ingesta de LSD, la rebelión contra el estatus de clase media de los jóvenes que abrazaron como una religión la contracultura y la transgresión de la moral dominante. Su amistad con la asesina comenzó con una entrevista para la revista Rolling Stones y siguió durante décadas. Incluso pidió su excarcelación.
Desde el momento que detuvieron a Charles Manson y a los miembros de su delirante parodia de una familia, los medios de todo el mundo convirtieron al psicópata Charles Manson y sus novias asesinas en celebrados iconos del mal. Gracias al poder estetizador del cine de Holly-wood, los asesinos acabaron por convertirse en los más sublimes mitos del horror criminal para el izquierdismo mundial, que siempre ha justificado el horror socialista como imprescindible para lograr el «hombre nuevo» en un mundo en el que la libertad se ha sacrificado en aras de una supuesta igualdad.
El primer antihéroe contracultura de esa izquierda chic fue «Bonnie & Clyde» (1967), con Warren Beaty encarnando al asesino por necesidad y el bandido generoso. Charles Manson también comenzó como atracador de colmados y siguió como estafador y proxeneta, hasta su llegada a San Francisco en el «verano del amor», reconvertido en un hippie, gurú y traficante de drogas para las celebridades de la música pop de Los Ángeles. Protagonizó, junto a otros ambientalistas radicales, actos de sabotaje de carreteras.
Esta sofisticada celebración del mal psicodélico marca el punto de inflexión en la aceptación del asesino como modelo contracultural digno de admiración. Años de intensa estetización del crimen y el mal, con las muertes de los bandidos Bonnie y Clyde al ralentí, sucumbiendo entre una lluvia de balas a cámara lenta, como dos Cristos redentores.
La ideología posmarxista fue celebrada por el hipismo como una alternativa real al orden burgués. El «Nuevo Cine» norteamericano fue la punta de lanza que difundió la buena nueva contracultura: sexo, drogas y rocanrol.
Hasta Brigitte Bardot y Serge Gainsbourg celebraron la moda retro y la estética gansteril de la Depresión de los años 30, puestas de moda por el filme de Arthur Penn. También Sharon Tate se fotografió para Esquire, en 1967, con una camiseta con una estrella roja, replicada por Megan en la serie «Mad Men».
Las siguientes fueron los motociclistas emporrados de «Easy Rider» (1970), y la mediocre pero celebrada «Zabriski Point» (1970), metáfora de la destrucción del orden burgués por revolucionarios identificados con Fritz the Cat, la Fracción del ejército Rojo, la banda Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas y Eldridge Cleaver de los Panteras Negras. La parodia de Tom Wolfe de la «radical chic», los famosos de Park Avenue que ayudaron a los Panteras Negras en su lofts megalujosos de Manhattan, es prueba de la deriva irracional de la izquierda más necia en los años psicodélicos.
En ese estado de exacerbación chic revolucionaria y condescendiente emergió Charles Manson y su Familia de iluminados como una maldición bíblica. En realidad eran la cara oculta de la misma ideología hippie que predicaba «haz el amor y no la guerra». La cara siniestra del «flower power». El comienzo de la era de Acuario que celebraban en los escenarios de Broadway cantando en «Hair» esa estupidez astrológica: «cuando alborea la Luna en la séptima casa, entonces la paz guía los planetas y el amor conduce a las estrellas».
Lo peor de la mística hippie, de la que Manson y sus chicas asesinas era el «paso al acto», igual que los revolucionarios rojos que asesinaron en EE UU y Europa en los «años de plomo», era su ideología, en apariencia buenista. En «Aquarius», cantaban: «Armonía y comprensión, simpatía y confianza en abundancia. No más falsedades ni burlas, visiones de sueños dorados, revelación mística y cristalina y la auténtica liberación de la mente». La empanadilla mental hippie era considerable.
En sus inicios, como otros líderes mesiánicos, Manson frecuentó la Iglesia del Arco Iris, del reverendo Jim Jones, el mismo que en 1978 organizó el suicidio colectivo de sus seguidores en la Guayana, donde murieron 912 miembros.
En la alucinación mística de Manson, se mezclaban sincréticamente la psicodelia con el autarquismo marxista de las comunas agrícolas; la promiscuidad sexual con el delirio químico del yo en el abundante «supermercado espiritual» donde cabía desde sectas ocultistas a epifanías alienígenas; cultos esotéricos y comunas de fundamentalistas evangélicos, amén de profetas apocalípticos y cientos de sectas, algunas tildadas de satánicas, como «La Familia» de Manson que seguía la revelación de la canción «Helter Skelter» en la que los Beatles le hablaban directamente de «descontrol y desorden» inminente y anunciaban en «Revolution 9» el imaginado momento del ataque.
Era notorio que las drogas psicoactivas ayudaban a crear un clima de irrealidad y una conciencia superior altamente peligrosa, pero ni siquiera el control mental de Manson sobre su Familia justifica el comportamiento criminal de las «chicas de Charlie», ni del psicópata Tex Watson, «el loco de Charlie», todos ellos autores de los espantosos crímenes de 10050 de Cielo Drive y el matrimonio LaBianca.
Al anochecer, drogados hasta la cejas, entraron en la casa de Sharon Tate los cuatro secuaces de la Familia e iniciaron la masacre, mientras Manson daba vueltas en la camioneta. Le asestaron cinco puñaladas a Sharon Tate, embarazada de ocho meses, le cortaron los pechos, la colgaron de una soga y escribieron con su sangre «Cerda» en las paredes, mientras se desangraba viva. Acuchillaron a su amiga Abigail Folger con veinticinco puñaladas y a su novio Woytek Frykowski, y mataron al peluquero Jay Stebring de un disparo y siete puñaladas.
La sustitución de los valores democráticos por los delirios del grupo, la tribu y la gente, guiados por un líder carismático, en su obcecación por okupar el poder como objetivo último, no deja de ser un revival de la ideología contracultural hippie en su faceta posmarxista del socialismo del siglo XXI. Ingenuo pacifismo progre y una pseudofilosofía de andar por casa llamada «underground», todavía en vigor entre las huestes altermundistas, antisistema y de mística ecologista.
Como concluye el cínico izquierdista Peter Biskind en «Moteros tranquilos, toros salvajes»: «Puede que los asesinatos de Charles Manson fueran una señal, pero la mayoría la desoyó: todos estaban demasiado ocupados filmando, drogándose, follando y gastando dinero».
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