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Siria
Los «tambores de guerra» en Siria se trasladan a la ONU
EE UU y Rusia intercambian acusaciones a la espera de que Washington decida si responde militarmente al ataque con armas químicas. Moscú ve cerca un peligro para «la seguridad global».
EE UU y Rusia intercambian acusaciones a la espera de que Washington decida si responde militarmente al ataque con armas químicas. Moscú ve cerca un peligro para «la seguridad global».
Guerra dialéctica en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas entre Estados Unidos y Rusia. El primero insistió en acusar al Gobierno del dictador Bachar al Asad de usar armas químicas en Siria. No menos de 50 veces desde que empezó la guerra, según la embajadora de EE UU, la siempre combativa Nikki R. Haley. Un golpe brutal: se trata de actos tipificados como crímenes de guerra y, encima, repetidos a una escala no vista desde hace décadas. A nadie le sorprendió que Rusia, por boca de su embajador en Naciones Unidas, Vasily A. Nebenzya, desmintiera las acusaciones estadounidenses. Al mismo tiempo se esforzó en proteger la reputación de su aliado, Asad. El intercambio de golpes resultó vitriólico. Quién sabe si como consecuencia de saber que el hipotético intercambio real va quedando aplazado ante la posibilidad poco tranquilizadora de que un bombardeo aliado provocara una imparable espiral bélica de impredecibles consecuencias.
Dijo Haley que Trump «aún no ha tomado una decisión sobre posibles acciones en Siria, pero si Estados Unidos y nuestros aliados deciden actuar será en defensa de un principio sobre el cual todos estamos de acuerdo. En defensa de una norma internacional que beneficia a todas las naciones». Un principio, el de no tolerar el uso de armas químicas y bacteriológicas, y no digamos ya contra población civil, que el régimen sirio habría ignorado durante siete años. Primero con el ex presidente Barack Obama de interlocutor y árbitro, incapaz de cumplir y hacer cumplir sus propias advertencias y líneas rojas, y más tarde con un Trump absolutamente incapaz de mantener un criterio coherente durante 24 horas seguidas.
El embajador ruso respondió con el catálogo de réplicas habituales: no hay pruebas de que el ataque en Duma haya tenido lugar y, desde luego, EE UU no tiene interés en encontrar las pruebas. Estados Unidos y Europa mantienen una actitud entre temeraria y suicida, alentando el conflicto antes que tratando de sofocarlo. Nadie ha trabajado más para lograr la paz y, de paso, enfrentado el terrorismo yihadista como Rusia. «La situación se ha colocado en un escenario peligroso», añadió un Nebenzya de tono ominoso, «plagado de graves consecuencias para la seguridad global». Tampoco dudó en responsabilizar a Estados Unidos y sus aliados de cualquier conflicto futuro al tiempo que hacía un llamamiento «a los líderes de estos países para que confíen en nosotros, vuelvan al marco del derecho internacional y dejen de conducir al mundo hacia una línea roja».
Una batería de explicaciones que conmovió poco o mal a Haley, convencida de que Rusia trabaja como guardaespaldas de Asad, cómplice de sus masacres y hasta el momento infranqueable obstáculo a la posibilidad de un peritaje imparcial: «Rusia mató el mecanismo de investigación conjunta que permitía al mundo garantizar la responsabilidad por el uso de armas químicas en Siria. Rusia ha vetado seis veces para la condena del uso de armas químicas por parte de Asad».
Por su parte, el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, aprovechó para hacer un dramático llamamiento a la calma al tiempo que reclamaba la urgencia de comprobar o descartar la veracidad de las acusaciones. Tras repasar la caótica situación en Yemen o el conflicto en Palestina, Guterres sostuvo que Oriente Medio se encuentra en el caos y constituye una amenaza muy real para la paz y la seguridad mundial.
Respecto a Siria, comentó que sus ciudadanos padecen «una letanía de horrores». Tras exigir el cese de las hostilidades se confesó indignado por «los continuos informes sobre el uso de armas químicas», «aborrecible y una clara violación del derecho internacional». Sus peticiones para una investigación sobre el terreno, con expertos imparciales, parecen lejos de traducirse en algo más que un catálogo de buenas intenciones.
Mientras, en Reino Unido crece la tensión entre la «premier» británica, Theresa May, y el líder de la oposición, Jeremy Corbyn, que acusó al Gobierno de «aguardar instrucciones» del presidente de Trump sobre qué medidas adoptar ante el conflicto de Siria. Además, recomendó a May que consulte al Parlamento británico antes de emprender cualquier tipo de acción armada en Siria y advirtió de que «una nueva intervención británica» puede conducir a una escalada letal.
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